Las redes sociales se han convertido en parte fundamental de la vida de la mayoría de las personas de la sociedad moderna, permitiendo a los usuarios compartir cualquier tipo de información en tiempo real. Bajo este fenómeno algunos teóricos afirman que estaríamos presenciando la época postmoderna: una época marcada por la crisis de los grandes relatos, la presencia de identidades más flexibles y la inmediatez tecnológica.
Decía ya Cristián Palazzi Nogués bajo el término acuñado por el sociólogo Zygmund Bauman que, en una modernidad líquida, como la actual, “casi ninguna estructura conserva su forma suficientemente para garantizar confianza y cristalizarse en una responsabilidad a largo plazo”. Esta situación se refleja perfectamente con el nacimiento de las redes sociales en los años 2000. En sus inicios, se presentaba como una forma llamativa de entretenimiento que permitía conectar personas de distintos lugares del mundo en segundos.
Las mismas redes sociales que hoy en día tiene un papel protagónico en el determinismo tecnológico con escenarios como la manipulación electoral, el ciberacoso, el deterioro de la salud mental de niñas, niños y adolescentes, la manipulación consumista, la violación de la privacidad y la desinformación. Esta última causa gran preocupación, sobre todo en la profesión periodística.
Finalmente podemos ver con mayor claridad las razones del desgaste que tienen las personas sobre el periodismo. Ahora no es solo la carencia de sistemas mediáticos robustos y diversos que garanticen la democratización de la información, sino también el sobreconsumo de información al que se somete la sociedad con las redes sociales y sus técnicas implícitas de desinformación.
Si bien la información falsa o inexacta no es un fenómeno que nació con las redes sociales, Eleni Kapantai y otros afirman que lo diferente es la velocidad, la escala y el volumen del alcance global que hoy alcanza la información con las redes sociales.
Según los autores, en ocasiones los motivos detrás de la desinformación son maliciosos para promover creencias preestablecidas con un impacto social dañino o con fines de lucro, propagando emociones como la incertidumbre, el miedo y el odio. Esto se refleja en incidentes de crímenes de odio contra minorías étnicas o en la asociación errónea de la migración con el descenso de la calidad de los servicios sanitarios y el aumento de las tasas de delincuencia y desempleo, entre otros.
Bajo este fenómeno parece imperante proteger la profesión periodística, la misma que tiene un rol educativo en la sociedad, que fiscaliza el poder, da voz a los que no la tienen y aporta al debate público. Según Kapantai, la única forma de hacerlo es a través de la comprensión del fenómeno de la desinformación, actuando contra ella con la articulación de enfoques teóricos y computacionales, la preparación de material educativo, el desarrollo de plataformas de verificación de datos y, lo más importante: la legislación.