«Parásitos Mentales», el libro más vendido del país, levanta pasiones y polémicas. Pero, ¿y si el verdadero parásito fuera la visión dogmática de Axel Kaiser? La historia demuestra que las soluciones simplistas rara vez sobreviven al escrutinio de la realidad.
Axel Kaiser quiere que creamos que la libertad está siendo devorada por «parásitos mentales», esas ideologías colectivistas que, según él, infectan las mentes y destruyen sociedades. Pero, ¿y si el verdadero parásito fuera su propio discurso? En su cruzada contra todo lo que huela a justicia social o intervención estatal, Kaiser no solo simplifica, sino que ignora por completo las luchas cotidianas de las personas reales: las que no pueden pagar una renta digna, las que hacen malabares con trabajos precarios o las que se ven aplastadas por un sistema que no da tregua.
Es fácil pintar al «colectivismo» como el gran villano de la historia. Kaiser lo hace con pinceladas gruesas, sin detenerse a mirar los matices. Pero los países nórdicos, esos que él despreciaría por sus altos impuestos y su gasto social, demuestran lo contrario: son líderes en calidad de vida, innovación y libertad. Noruega, Suecia, Dinamarca… ¿Dónde está la destrucción de la sociedad que tanto teme? En lugar de hundirse, estas naciones han encontrado un equilibrio que da tranquilidad a sus ciudadanos y espacio para que prosperen.
Kaiser nos vende la libertad individual como una panacea, un ideal casi sagrado. Pero, ¿qué pasa cuando esa libertad se convierte en excusa para dejar a la gente a la deriva? En Estados Unidos, cuna del mercado libre y modelo de sus fantasías, millones viven atrapados en ciclos de pobreza mientras unos pocos acumulan fortunas obscenas. ¿Eso es libertad? ¿O es un sistema donde la libertad de unos se construye sobre la miseria de otros?
Lo peor no es solo lo que Kaiser dice, sino cómo lo dice. Su metáfora de los «parásitos mentales» no es solo exagerada; es deshonesta. Reduce problemas reales a caricaturas diseñadas para escandalizar. Lo que él llama “emocionalismo ideológico” en sus adversarios es exactamente lo que usa para apuntalar su cruzada. ¿No es emocional su obsesión por demonizar al Estado? ¿No es una reacción visceral su rechazo a cualquier política que busque corregir desigualdades?
Incluso su ataque al «políticamente correcto» es un ejemplo de lo desconectado que está de la realidad. Kaiser asegura que estas prácticas amenazan la libertad, pero ignora que el respeto hacia las minorías no es un capricho; es una deuda histórica. Países como Canadá o Finlandia, donde el respeto a los derechos de todos es ley, no solo son referentes en inclusión, sino también en libertad de expresión y calidad de vida. Pretender que proteger a los vulnerables es un ataque a la libertad dice más de sus miedos que de la verdad.
Kaiser defiende el liberalismo clásico como la única solución, pero su romanticismo choca de frente con la realidad. El capitalismo desregulado, esa utopía que él promueve, ha dejado cicatrices profundas: desde las jornadas laborales inhumanas del siglo XIX hasta las crisis financieras que devastaron a millones en el siglo XXI. No es un sistema que «libera»; es uno que, sin control, oprime y aplasta.
Los ejemplos sobran, y algunos son tan sangrientos como estremecedores. Las matanzas en el norte de Chile, como las de Plaza Colón en Antofagasta o la masacre en la Escuela Santa María de Iquique, son recordatorios dolorosos de las consecuencias de un sistema implacable. En esos episodios, una clase trabajadora sometida a condiciones esclavizantes y salarios miserables por parte de capitalistas foráneos se atrevió a exigir derechos básicos. Entre sus demandas estaba algo que hoy nos parecería impensado por su simplicidad: tener al menos 30 minutos para comer.
Estas tragedias no solo exponen la crudeza de un sistema sin regulación, sino también la desconexión de quienes lo idealizan.
Mientras Kaiser se pierde en teorías, las personas lidian con problemas concretos. No quieren oír sobre el «peligro del colectivismo»; quieren saber cómo llegar a fin de mes, cómo asegurar el futuro de sus hijos, cómo vivir sin miedo a enfermarse porque no pueden pagar un médico. Las soluciones no están en discursos dogmáticos, sino en políticas que entiendan estas necesidades y busquen resolverlas.
El verdadero desafío no es combatir las ideas que Kaiser llama «parásitos mentales», sino enfrentar los problemas que su liberalismo clásico prefiere ignorar. Las sociedades no se construyen desde la nostalgia por un mercado libre idealizado, sino desde el equilibrio entre libertad y justicia, entre mercado y solidaridad.
Quizás el mayor parásito mental sea la idea de que la libertad solo puede sobrevivir en un modelo que excluye a tantos para beneficiar a tan pocos. Kaiser no está defendiendo la libertad; está protegiendo un privilegio. Y si algo hemos aprendido, es que las soluciones simplistas, por más seductoras que parezcan, no resisten el peso de las realidades que enfrentan las personas todos los días. Es hora de dejar atrás discursos que dividen y apostar por ideas que unan, construyan y, sobre todo, respondan a las necesidades de todos, no solo de los que ya están cómodos.
*Escrita por Felipe Flores Toledo (Administrador Público)