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Columna internacional: Francia, una democracia enferma

El 24 de abril del año en curso tuvo lugar en Francia la segunda vuelta de la elección presidencial. Los dos finalistas fueron Emmanuel Macron y Marine Le Pen. El primero es el actual presidente quien se autocalifica «centrista», «pragmático», «de izquierda y de derecha», como si «el centro» y «el pragmatismo» no fueran moral y políticamente ideológicos, lo que es falso (véase https://regionalista.cl/columna-la-mascara-pragmatica-del-ultraliberal/). Nótese que quienes se autodefinen así abogan y votan sistemáticamente por las medidas preconizadas por la ideología moral, política y económica capitalista neoliberal.

Por su parte, la Sra. M. Le Pen pertenece a un partido político xenófobo, racista, y preconiza en consecuencia «la preferencia nacional» en todos los dominios. Esta xenofobia y racismo se aplica en Francia en particular a los descendientes de los migrantes de los países árabes quienes, en un principio, fueron atraídos por las empresas francesas como mano de obra barata. No se puede decir entonces que esas personas no se integren del todo a la vida del país, como mucha gente repite sin pensar, porque desde el comienzo fueron asimiladas a la economía capitalista francesa.

Canalizados por el determinismo histórico-social, estos descendientes de árabes son por lo general de religión musulmana, lo que los diferencia de la mayoría de los franceses no-árabes quienes, canalizados por su popio determinismo histórico-social, son cristianos. Es fundamentalmente a esta falta de identidad religiosa y cultural entre los dos grupos a la cual se refieren los nacionalistas cuando arguyen que los descendientes de árabes no se asimilan a las costumbres francesas. Así, la elección final que tuvieron los franceses este año, como en 2002 y en 2017, fue entre un candidato capitalista neoliberal y otro, racista xenófobo. Cada vez se eligió al primero.

Simbólicamente, E. Macron empezó su primer mandato en 2017 suprimiendo el impuesto sobre la fortuna, la contribución social de los ricos, lo que él reivindica y asume. Actualmente entre las primeras medidas simbólicas de su ideología está el aumentar el número de años de trabajo antes de tener derecho a la jubilación: pasará de 62 a 65 años. Es acaso necesario decirlo: esta medida disminuirá el periodo en que los jubilados vivirán en buena salud después de haber trabajado toda la vida. Otra medida simbólica de su mentalidad establece que quienes reciben la pensión de cesantía tendrán de todas maneras que trabajar, sea como sea, unas 20 horas semanales. Normalmente se imponen jornadas obligatorias a los delincuentes que cumplen una condena y se ve que en esto al presidente no le importa tratar de la misma manera a las personas sin trabajo.

Sería superficial mencionar una causa única o un número muy reducido de causas del triunfo de E. Macron. Una de ellas es que, al parecer, las necesidades básicas de las personas pobres están provistas de una u otra manera, no han alcanzado todavía el límite de lo soportable. Francia es uno de los países más ricos y el concepto de pobreza, siendo relativo, los pobres, por decirlo así, consiguen alimentarse.

Otra causa del triunfo de este hombre es la gran influencia de los medios de comunicación social. Están en Francia poseídos por un número sumamente reducido de personas multimillonarias. Como en todas partes, la gente mentalmente humilde se deja condicionar por la propaganda capitalista neoliberal.

Otra causa de la enfermedad de la democracia francesa que permitió esta elección es el estado actual de la educación. Cuesta entender que este país se encuentre en tal situación mientras ha sido una de las naciones políticamente mejor educadas del mundo. Naturalmente sería erróneo e indigno lanzar la piedra contra los profesores, son ellos personas competentes y con las mejores intenciones de generosidad. Cada profesor enseña bien su especialidad. Eso es enseñanza. Pero la educación es otra cosa. Depende de un proceso histórico y social global que incluye a la familia y al entorno natural y humano. La enfermedad moral y política de Francia es sobre todo la decadencia del entorno social.

Esta decadencia humana se manifiesta claramente en la distinción tan nítida entre las clases sociales. Al lado del estrato compuesto por quienes sobreviven satisfaciendo la necesidades humanas básicas, están, por una parte, la élite económica y la clase media burguesa. Estas personas hoy en día ya no son sensibles al sufrimiento ni a los males de la sociedad. Tanto la élite económica como la clase media alta piensa en silencio o dice en voz baja los insultos que E. Macron dirige a los pobres en voz alta — no, no es exageración. Según el presidente reelegido (las comillas indican citaciones) los pobres lo son porque «no son nada», porque «son analfabetos», «flojos», «alcohólicos»; los hay que son cesantes «porque no quieren atravesar la calle para encontrar trabajo», etc. La lista de insultos es larga. Según él, «todos los jóvenes deben soñar con ser multimillonarios»: ¿hay acaso un mejor símbolo capitalista neoliberal? (Véase https://regionalista.cl/columna-el-capitalismo-neoliberal-cancer-de-la-humanidad/).

Desde un punto de vista filosófico tal mentalidad no es solo inmoral, es también factualmente errónea. Se cree que todo lo que uno hace y todo lo que a uno le sucede resulta de una libertad individual absoluta, fundamento de toda culpa y de todo mérito. Por eso los pobres lo son por culpa de ellos, mientras que los ricos herederos merecen heredar, así como merecen su riqueza quienes tienen, ¿por voluntad propia? algún talento. El determinismo físico, biológico, psicológico, social y cultural no existe para los capitalistas neoliberales. Por eso el que nació pobre tiene que arreglárselas solo, sin mirar alrededor (véase https://regionalista.cl/columna-la-libertad-una-necesidad-interiorizada/).

Mencioné las diferencias nítidas entre las clases sociales. Que no se piense entonces que una de las ideas centrales del marxismo, a saber la percepción de la sociedad en términos de categorías de clase tal como son definidas en relación con los procesos económicos, es falsa. Luego está la lucha de clases, tan visible en Francia. Situación indigna cuando se sabe que esta nación ha sido un país modelo desde el punto de vista de la solidaridad: globalmente, todos los gastos de salud y de educación son cubiertos por el Estado protector, así como parte de los gastos de alojamiento en el caso de las personas más pobres. Y «cubierto por el Estado protector» significa «por la distribución de los impuestos recaudados». De ahí lo inmoral de suprimir o de reducir los impuestos pagados por los más ricos.

Nótese que en Francia, como en otros países, el progreso social, salvo excepción, no se debe tanto a la iniciativa política sino más bien a las luchas sindicales, a las huelgas, a las manifestaciones enérgicas. La grave tarea moral y social que enfrenta Francia ahora es asegurar la mantención de lo socialmente obtenido gracias a tantas luchas de la población. E. Macron ataca la esencia de Francia porque disminuye el valor y el alcance de los poderes públicos. Su ideal es el mundo regido por lo privado como el de los EEUU. Así, no es ilógico pensar que en este país aumentarán las huelgas y las manifestaciones más o menos violentas.

Además que el actual presidente es uno de los peor elegidos. El número de personas que de hecho votó a favor de sus medidas anti-sociales es relativamente reducido. Si se adicionan el porcentaje de abstención, de votos en blanco y de quienes votaron por él para impedir la elección de la candidata racista y xenófoba, resulta que este porcentaje es superior al voto pro-macron. Otro gran ejemplo de ausencia de democracia: en este país hay una disposición constitucional que permite al presidente imponer su decisión personal sin tener cuenta de la opinión del Parlamento, y el presidente no se prohibirá el recurso a tal medida. Como era de esperar, casi todos los dirigentes europeos, capitalistas neoliberales como él, le felicitaron efusivamente: Europa continuará como antes.

Uno se pregunta cuánto tiempo más las personas que ignoran la política pensando que nada cambia seguirán somnolientas, al cabo de cuánto tiempo los desorientados empezarán a votar efectivamente por quienes velan por sus intereses. Esta vez quien cumplía con creces esta condición humanitaria es el izquierdista Jean-Luc Mélenchon. Terminó en tercer lugar.

«Toda nación tiene el gobierno que merece»: en eso, y solo en eso, tuvo razón Joseph de Maistre (1753 – 1821), reaccionario y contrarrevolucionario, enemigo acérrimo de las ideas de la Ilustración y de la Revolución Francesa.

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