Columna: La libertad, una necesidad interiorizada

La desgracia principal de toda ciencia y de toda filosofía es discurrir con conceptos tan abstractos, tan alejados de lo concreto a lo cual se refieren, que no se sabe bien lo que se dice. Eso ocurre por ejemplo cuando se afirma que el hombre es cuerpo y conciencia. Inmediatamente la conciencia aparece enigmática: no tenemos los conceptos idóneos para entender su formación a partir de las propiedades fisicoquímicas del organismo, ni, a la inversa, para entender cómo la conciencia integra el plan del organismo: los electrones siguen también las leyes de la psicología, una mala noticia puede matar.

De manera precipitada varios mitos religiosos creen resolver el enigma de la conciencia suponiendo que el cuerpo estaría condicionado por las leyes naturales mientras que el espíritu sería sobrenatural. Así el ser humano sería un monstruo compuesto de dos partes que no encajan porque pertenecerían a dos mundos distintos. Las leyes, las fuerzas, las energías y las interacciones naturales, incluyendo las sociales, que condicionan al cuerpo, serían milagrosamente detenidas por el sobre impermeable que envuelve al espíritu para preservar su autonomía y la libertad de la voluntad. También hay filosofías ateas que dividen al hombre en dos, pero son herederas de creencias míticas. Contrario a lo anterior, lo que sigue es una reflexión naturalista: si algo existe, si es real, es natural.

Si lo existente está determinado por una serie de causas múltiples y variadas, si está condicionado por la materia, el espacio y el tiempo, se sigue que la libertad no puede ser el estado de un espíritu libre, emancipado de las presiones y vínculos naturales. Ni la libertad ni el azar ni la contingencia ni el accidente son eventos espontáneos: nada sale de la nada. Ante sus causas inmediatas nada puede ser de otra manera. Recientemente algunas personas han creído refutar el determinismo causal universal recurriendo a la relación de indeterminación de la mecánica cuántica, sin embargo ese teorema solo prueba que hay un límite al conocimiento de los fenómenos físicos: no prueba que lo real, en sí, esté indeterminado.

Puesto que sin excepción las entidades y los procesos están dirigidos por la necesidad y que la persona está dotada de subjetividad, defino la libertad humana como la interiorización de la necesidad. La libertad es la necesidad asumida y desplegada. La persona sigue su pendiente natural, lo más a menudo inconscientemente y a veces conscientemente. Ahora bien, la necesidad de la relación causal puede ser contrariada por otras cadenas causales: en todo orden de cosas solo la necesidad limita la necesidad.

La causa final o motivo que se impone siempre a lo vivo es el conatus, la necesidad de seguir existiendo y de la mejor manera. Es conmovedor el esfuerzo por sobrevivir. Es imposible probar que existir es preferible a no existir, sin embargo una vez en vida, la satisfacción del misterioso conatus es la causa final suprema que determina el comportamiento. La sociedad es una entidad viva y por eso los sentimientos sociales, aquellos que requieren la mirada del otro como la responsabilidad, el orgullo, la vergüenza y la humildad, el mérito y el demérito, son astucias de la evolución biológica en vistas de la preservación de la vida de la sociedad. Por ejemplo el asesino en serie debe ser examinado psiquiátricamente y apartado de la sociedad no porque su espíritu, libre de todo determinismo causal, haya decidido matar, sino porque hay que proteger la vida de la sociedad.

En el proceso de satisfacer una finalidad, el conjunto de entidades, inorgánicas o vivas, optimizan naturalmente su comportamiento. Se sigue que la libertad está determinada por el conatus y por la búsqueda de optimización de los medios disponibles para satisfacerlo. Es entonces pertinente examinar la libertad con algunas ideas provenientes de la mecánica, de la teoría de sistemas o de la teoría del control tales como los principios de lo óptimo, el Principio de la acción mínima y las operaciones de conducción de una trayectoria. Estos conceptos mecánicos son reguladores de un proceso y por eso significan una reinterpretación científica de la causa final que guía una elección.

Nótese que el esfuerzo por seguir viviendo de la mejor manera posible y la búsqueda de optimización determinantes de la acción llamada «libre» existen, como lo dije, sobre todo inconscientemente. Los mecanismos de optimización, como lo prueban los cálculos fisicomatemáticos hechos sobre el comportamiento animal, están inscritos en los organismos. Y si el lector abrió este texto es porque, dadas las circunstancias y las causas inmediatas, decidió, consciente o inconscientemente, que era lo mejor que podía hacer en ese momento.

El hilo de agua que desciende de una colina está en contacto con el terreno, lo toca, deja trazas de las tentativas abortadas cada vez que una necesidad más fuerte contraría la necesidad inscrita en la trayectoria inicial. Recuérdese: la necesidad, y solo ella, limita la necesidad. El hilo de agua tiene que arreglárselas para seguir bajando por el mejor camino, aquel donde utiliza de la mejor manera posible todos los elementos pertinentes como las propiedades del agua, su energía, la gravitación, las características locales del entorno. Para toda evolución hay una sola trayectoria posible, la real, la efectivamente seguida gracias a la optimización dadas las circunstancias.

Imagínese ahora analógicamente al ser humano en el lugar del hilo de agua. El comportamiento de ambos sigue las leyes naturales. No podría ser de otra manera. Como el hilo de agua, el hombre intenta desplegarse de la mejor manera posible dada su constitución particular, y en la toma de decisiones recurre al mejor conocimiento, es decir al conocimiento de causas. Por eso una persona inteligente y razonable trata de aumentar su conocimiento del campo al cual pertenece la decisión, y al límite, si consigue completarlo (ocurre raras veces), se convence, conscientemente, de que una sola decisión se impone. Así como para el hilo de agua hay finalmente una sola trayectoria, el camino óptimo que le permitía ir lo más lejos y lo más rápidamente posible, así, al límite, para la persona inteligente y razonable una sola decisión se impone. Y si el hilo de agua estuviera dotado de subjetividad y hablara, diría que bajó la colina libremente.

Las consecuencias de esta concepción de la libertad son profundas y de largo alcance. Por ejemplo la persona orgullosa de ser lo que es y de poseer lo que posee, como si eso dependiera de la voluntad de su espíritu individual, libre y sobrenatural, tiene que preguntarse cuáles fueron y cuáles son las numerosas y variadas causas físicas, biológicas y sociales de su situación.

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