En 1999, Gladys Marín encarnó la voz más pura y desafiante del comunismo chileno en democracia: sola, firme y sin posibilidades reales de triunfo, su candidatura presidencial fue un acto de resistencia política. En 2025, Jeanette Jara encabeza las primarias presidenciales de la centroizquierda, que se celebran este domingo 29 de junio, con posibilidades concretas de llegar a La Moneda. Dos mujeres, dos épocas, y una pregunta que no deja de incomodar: ¿Cuánto debe ceder la izquierda para alcanzar el poder real?
A fines del siglo XX, en pleno auge del duopolio postdictadura, el Partido Comunista, por decisión de sus bases, levantó la candidatura de la insigne Gladys Marín, entonces con 62 años. Mientras Ricardo Lagos y Joaquín Lavín protagonizaban una de las elecciones más reñidas de la transición (51,3% frente a 48,7%), Marín hacía historia: Se convertía en la primera mujer en presentarse a una elección presidencial en Chile.
Fue una campaña sin financiamiento, sin cobertura mediática, sin pactos electorales. Pero con algo que escaseaba, y sigue escaseando en la política chilena: Convicciones inquebrantables. Marín no se lanzó para ganar, sino para resistir. Para mantener viva la llama de un proyecto político acallado por el poder, pero nunca derrotado.
Su programa proponía lo impensado para la elite de los noventa: nacionalizar el cobre, eliminar las AFP, convocar a una Asamblea Constituyente y garantizar justicia plena para las víctimas de la dictadura. Fue, en el mejor sentido del término, una candidatura testimonial, ideológica, profundamente coherente… y sí, políticamente marginal. Pero también fue una lección moral, un acto de dignidad y una siembra política cuyos frutos siguen germinando.
Veinticinco años después, Jeannette Jara también representa al Partido Comunista, pero lo hace en un contexto radicalmente distinto. No entra en la carrera como un gesto simbólico, sino como una opción real de gobierno. No lo hace desde la trinchera de la denuncia, sino desde la gestión sostenida en el Estado. Exministra del Trabajo del presidente Boric, Jara llega con una trayectoria sólida, el respaldo de una coalición política diversa y un programa que, aunque reformista, ha comenzado a captar apoyos más allá de las filas del PC. Su liderazgo crece día a día, y suma adherentes que buscan soluciones reales frente a los desafíos del país.
Uno de los hitos más emblemáticos de su gestión es la Ley de 40 Horas, una demanda histórica del movimiento social que Jeannette Jara impulsó con paciencia política y firmeza técnica. En un escenario de fragmentación parlamentaria, logró articular acuerdos transversales que permitieron concretar una reducción de jornada laboral que impacta directamente en la calidad de vida de millones de trabajadoras y trabajadores. Un logro tangible, que demuestra que desde el Ministerio del Trabajo no solo supo administrar, sino también avanzar en transformaciones estructurales con sello social.
Mientras Gladys Marín interpelaba al poder desde afuera, Jeannette Jara lo hace desde adentro. Y ese giro no debe verse como una claudicación, sino como la maduración política de un proyecto que ha comprendido que transformar Chile requiere convicción, sí, pero también alianzas, diálogo y sentido de realidad.
Su programa no invoca la revolución, pero sí propone reformas estructurales urgentes y concretas: una nueva arquitectura para el sistema de cuidados, la modernización del sistema de pensiones con enfoque solidario, una política fiscal más progresiva y un Estado activo en el desarrollo productivo.
En materia de igualdad de género, su compromiso es inequívoco: igualar las remuneraciones entre hombres y mujeres que desempeñen las mismas funciones, cerrando, de una vez por todas, una brecha histórica sin justificación en el siglo XXI.
El lenguaje ha cambiado: donde antes había ruptura, hoy hay transformación gradual; donde antes se hablaba de lucha de clases, hoy se construye justicia social como horizonte común.
Jeannette Jara no ha renunciado a los principios fundamentales, sino que los ha traducido a un lenguaje comprensible para millones. Y eso no debilita, fortalece. Así lo demuestran las encuestas, el crecimiento sostenido de su respaldo ciudadano y la energía que proyecta en cada uno de sus actos públicos.
La comparación es clara: Gladys Marín nunca negoció su programa. Fue una disidente con estatura ética y claridad histórica. Jeannette Jara, en cambio, debe negociar, articular, persuadir. No porque carezca de principios, sino porque entiende que para transformar Chile se necesitan mayorías sociales, políticas y culturales amplias. Esa diferencia no es solo de estilo: es de época. Y ambas épocas forman parte de una misma historia.
Ambas representan una causa común: la justicia social desde la izquierda. Pero con herramientas distintas. Una desde la dignidad de la resistencia; la otra, desde el compromiso con un poder transformador que no pierda el alma en el camino. Ambas necesarias. Ambas legítimas. Ambas al servicio del pueblo y del porvenir de Chile.
Este domingo, si Jeannette Jara gana las primarias de la centroizquierda, el Partido Comunista ingresará a un escenario inédito: el del poder posible. Ya no será solo un partido de consignas y luchas históricas, sino una fuerza eventual con la responsabilidad de gobernar, por primera vez en su historia a nuestro país.