Durante el pasado mes de enero, en el último día de trabajo antes de vacaciones, la Universidad Católica del Norte (UCN) vivió una jornada terrorífica. Desde temprano, y según lo planificado por rectoría, sus pasillos se llenaban progresivamente de caras angustiadas ante rumores que anunciaban lo peor. Un grupo de representantes de la universidad avanzaba rápidamente en procesión fúnebre, blandiendo la guadaña laboral compuesta por las palabras “despedido/a por necesidades de la empresa”.
Al finalizar la jornada, alrededor de cincuenta colegas – algunos a pocos años de jubilarse, otras con una vida entera dedicada a la institución, otros con funciones vitales para el funcionamiento de la universidad – recibían el temido sobre azul. Tuvieron unas pocas horas para guardar sus cosas en una caja de cartón, tragarse las lágrimas y apurar algunas despedidas.
Hoy, a días del Halloween, la misma rectoría de la UCN avisó a padres y apoderados de la sala cuna y jardín Taqinki la imposición de otra macabra celebración. “Se cierra el jardín a partir del primero de febrero del próximo año”, decía la invitación. Son 56 párvulos entre bebés, niñas y niños, todas ellas cuidadas por nueve tías funcionarias de la UCN, una auxiliar de aseo y dos manipuladoras de alimentos.
“Es de todos”, significa la palabra Taqinki en Aymara. “En realidad, es nuestro”, dice la rectoría de la UCN, cuando ordena su cierre bajo las nebulosas medidas de austeridad que implementa. Sin embargo, la UCN se equivoca. Si bien el jardín nace como iniciativa de las y los estudiantes de la universidad para sus hijas e hijos, este rápidamente creció para también incorporar a otros niños y niñas de la ciudad.
Considerando el espeluznante contexto de largas listas de espera para sala cunas y jardines infantiles en la ciudad y el país, Taqinki juega un rol social fundamental en garantizar el derecho a la protección y el cuidado de quienes más lo necesitan. Cómo no espantarse ante este cierre, entonces, cuando además consideramos que la mensualidad promedio de las salas cunas y jardines infantiles promedian casi $500.000 pesos en la Región de Antofagasta[1], donde la mitad de sus trabajadores ganan hasta $700.000 pesos[2].
Como no angustiarse, cuando también se considera el impacto emocional de cambiar a un niño/a a otro jardín, terminando abruptamente con sus relaciones de amistad y el cariño de sus tías. Como no agobiarse cuando se escuchan padres y madres preocuparse de sus niñas/os dentro del trastorno de espectro autista, al imaginar el terremoto psicológico que implica un brusco cambio de rutina y de zonas de confort. Cómo no horrorizarse cuando, además de lo anterior, la misma UCN se vanagloria de ofrecer las carreras de Pedagogía en Educación Parvularia con Mención en Desarrollo Emocional y Cognitivo en su Facultad de Educación[3].
Simplemente no se puede. No se puede evitar espantarse, angustiarse, agobiarse, horrorizarse ante tamaño horror. El horror de traspasar los costos de una gestión cuestionada en su administración del negocio universitario, primero a las y los trabajadores, y ahora a las y los niños y bebés, no puede ser aceptable. Menos en una universidad con el humanismo cristiano como su centro. Menos cuando la misma JUNJI ofrece salvavidas y las y los apoderados proponen múltiples soluciones.
Este no es el Halloween que nuestras niñas y niños merecen, pero es el único que la rectoría de la UCN parece estar dispuesta a organizar.
*Martín Arias-Loyola es dirigente sindical del Sindicato N°4 de la UCN.
[1] https://www.emol.com/noticias/Nacional/2024/01/18/1119049/valores-promedios-salas-cunas-chile.html
[2] https://fundacionsol.cl/blog/estudios-2/post/los-verdaderos-sueldos-de-chile-2024-7530
[3] https://admision.ucn.cl/carreras/pedagogias/pedagogia-en-educacion-parvularia-con-mencion-en-desarrollo-emocional-y-cognitivo/