En 1492 no existía España como unidad política-administrativa. España, más bien, pertenecía a un imaginario cultural que encontraba origen en la categorización ibérica por parte del imperio romano; I-span-ya. Lo existente a 1492 en la península ibérica era el Reino de Castilla, de Navarra, de Aragón, de Granada (reconquistado a principios de ese año por los reyes católicos) y el de Portugal. Lo que sí, a esa fecha, el imaginario hispánico ha comenzado a concretizarse de la mano de los reyes católicos: Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.
El continente que hoy conocemos como América no fue llamado así hasta que el cartógrafo suizo Martin Waldseemüller publicó un mapa (Universalis Cosmographia) en el que aparecía, por primera vez, el nuevo continente separado de Asia. Nombrado aquí como América en honor de Américo Vespucio, por ser éste el primero en darse cuenta de que los suelos en los que andaba eran propios de un continente que no tenían contabilizado –Cristóbal Colón tildó de indios a los taínos (indígenas) que vio por primera vez, puesto que creyó haber llegado a la India-.
En el continente recientemente cartografiado, las relaciones entre los diferentes pueblos indígenas y la dominación de Aztecas e Incas tampoco eran de color rosa. Existía un complejo sistema de alianzas, formas de dominación, conflictos entre pueblos, divisiones, traiciones y todo el culebrón propio de nuestras formas humanas de socialización. Lo que explica que huancas, chancas, cañaris, taínos, totonacas, tlaxcaltecas, huejotzingos, cempoaleses, michoacanos, cañaris, chimúes, chachapoyas, tallanes, yungas, guaraníes, entre otros, se aliaran con los ibéricos para hacer caer a aztecas e incas; el historiador José Carlos Cueto indica que el 95% de conquistadores eran indígenas.
Sumado a esto, existiendo hoy predominancia del pensamiento mágico, pululan revisionistas y negacionistas (decoloniales) encubiertos en teorías que parecieran inocuas y benefactoras con los pueblos indígenas. Teniendo como gran logro la popularización, entre los que dicen querer otro mundo, de la denominación de este territorio como Abya Yala; supuesto nombre con que identificaban los indígenas a este continente, mentira. Abya Yala es, entre varios, uno de los nombres con que el pueblo guna, en lo que hoy es Panamá, daba al territorio por ellos conocidos («Mayab», como ejemplo, fue el nombre dado por los mayas a la península que habitaban). Aba Yala surgió como consenso denominador en la II Cumbre Continental de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas celebrada en 1977 en Kiruna, Suecia.
También algunos rebeldes han comenzado a hablar del «día de la resistencia indígena», cuestión falsa y contradictoria. Falsa porque a la llegada de los ibéricos no hubo resistencia, sino más bien ésta, y en un reducido número, solamente se desarrolló durante el proceso colonial. Falsa porque los pueblos indígenas oprimidos por Aztecas e Incas se rebelaron contra estos por medio de alianzas con los ibéricos. Contradictorio porque al agregarle unidad política a la diversidad indígena de la época, echan bajo la alfombra las propias formas de dominación existentes, incurriendo en una justificación de las mismas.
Es sabido que la conmemoración de ciertos hitos responde más a propósitos políticos que a la búsqueda de la comprensión de los procesos históricos, cuestión que no escapa a lo aquí tratado. Por esto, aunque cueste, es necesario escapar de esa categorización moral y ética de los hechos históricos, sobre todo si realmente queremos encaminarnos en el desarrollo del pensamiento científico y, por tanto, democrático.
Debemos hacer lo posible por atenernos a los porfiados hechos: La porfía de los hechos que demuestran que el proceso iniciado por el acontecimiento de 1492 no es de buenos contra malos.
Es cierto que hoy la disciplina histórica corre peligro, pero se hace necesario revalorizarla no solo para evaluar el pasado en toda su complejidad, sino para evaluar críticamente el presente y, desde aquí, construir uno que nos permita dotarnos de alternativas viables. Esto porque, cosa más que demostrada, dependemos del relato y conocimiento del pasado para construirnos en el ahora como sujetos y tener conciencia de todas las potencialidades que guarda el aquí y ahora; la construcción de identidad y la proyección de ella misma depende de la memoria.
A los que quieren mantener el mundo para el beneplácito de sus intereses les sirven estas narrativas que se han instalado desde ambos lados, narrativas que solo buscan silenciar, de alguna u otra manera, con distintos propósitos, el conflicto y, de paso, dotarla de una negatividad moral para lograr el rechazo inmediato de cualquiera que pretenda poner en cuestionamiento alguna situación. Narrativas que, por un lado, tratan como salvajes a los indígenas y que, por otro, los dotan de total ingenuidad y rebeldía (hacia los ibéricos). Narrativas que buscan, sin más, anular la diversidad propia de los pueblos y, de paso, anular las alternativas que nos pudieran permitir subvertir el ordenamiento actual. Narrativas solo serviles a conservadores y que perpetúan el orden actual de las cosas, justificado porque este orden proviene desde el ayer.