Me encuentro nuevamente en la inopia de un paisaje rústico de nuestra hermosa frontera norte. El escenario en esta oportunidad es el pueblo de Ayquina, en la provincia El Loa y la celebración de su santa patrona, la Virgen de Guadalupe de Ayquina.
Este pequeño poblado tiene alrededor de 50 habitantes, pero durante 10 días en el mes de septiembre sus callejuelas se ven atiborradas de fieles, quienes al sonido de las diabladas, los tinkus, las morenadas, etc., repletan el pueblo como si todo en el mundo sucediera ahí mismo.
Me encontré con una virgen, a mi parecer, diferente a todas las demás. Sentí una relación estrecha con sus fieles, quienes, en algunos casos, caminaban por cerca de 24 horas en pleno desierto para lograr pagar algún favor concedido, por la recuperación de algún familiar enfermo, el sueño de la casa propia o cualquier bendición que sintieran fuera provocada por la Virgencita de Guadalupe.
Como les comentaba, la relación entre fieles y la patrona me pareció siempre muy cercana, como que no existía esa brecha que, muchas veces, se da entre estas divinidades y sus seguidores. Aquí la gente cambiaba sus finos ropajes, tocaba sus vestidos, y siempre se mostraban como hijos protegidos por una madre. Sé que se puede decir que en otras fiestas religiosas la relación puede ser igual, pero en verdad les digo que esta relación era muy especial, muy diferente.
Ayquina es de calor fuerte durante el día y de un frio gigantesco por las noches, pero sin importar nada, las calles se mantienen llenas de arriba abajo, viendo a los bailes religiosos, escuchando las misas o sólo siendo parte del escenario irreal de una comunidad que no olvidemos tiene 50 personas todo el resto del año.
Este hermoso pueblo vive con fulgor durante 10 días en el año. Mientras la virgen recorre sus calles rurales, todos los asistentes se unen en una gigantesca procesión que recorre los difíciles recovecos a casi 3000 metros sobre el nivel del mar. Cuando estás rodeado de gente cantando, bailando, músicos tocando, pareciera ser algo sencillo, pero no, no lo es; es durísimo la verdad, pero la fe parece lograrlo todo.
Lamentablemente no todo es típico de una «fiesta». Ayquina no tiene agua potable ni servicio eléctrico. Si bien mientras esta celebración sucede pareciera que esto no importa tanto, es imposible no pensar lo que sufren las personas que viven y son originarias del lugar. Otra cosa en la que se está al debe es que estos pueblos son parte de nosotros, de nuestra cultura, de nuestro folclore. Y cosas básicas como estas
tienen la obligación de ser solucionadas. Y esto no es cosa de “fe”, es sólo cosa de dignidad.
Ayquina, como varios pueblos de nuestra frontera norte, resiste y mucha de esta fuerza y aguante lo brindan estas divinidades populares. La Virgen de Guadalupe emerge en el árido desierto para proteger y amparar a quienes necesitan de ella. Por lo que escuche de la gente, es «cumplidora» con quienes son fieles devotos y responden con compromiso a sus favores concedidos.
¡VIVA LA VIRGEN DE AYQUINA! ¡VIVA!
Fotografías: Eduardo Pizarro Bórquez.
Texto: Eduardo Pizarro Bórquez.