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Columna: Oh, y ahora quien podrá salvarnos?… Yo, el Estado que tanto criticas

Por Marcela Hernando Pérez*

El pasado domingo, después de haber escuchado la intervención del Presidente Piñera, mi esposo publicó en sus redes sociales la siguiente reflexión:

“Mire presidente, yo soy la persona que todos los días entro a las camas UCI y a 10 centímetros de las bocas de los pacientes arriesgo mi vida y la de mi familia. Ayer estuve horas atendiéndolos en las pequeñas salas, con todos los elementos de protección personal. Estaba sofocado por la mascarilla y el protector de rostro y también asustado porque yo no puedo equivocarme. Tengo miedo y lo reconozco. Yo no quiero elegir a quién intubar, porque yo no soy Dios, soy simplemente un médico, soy el weón que tiene que intubar a los covid positivos que llegan a la clínica. Por eso Sebastián, cambia tu tono, te lo pido por Chile. Tu soberbia me enfurece y no puedo enfurecerme, porque necesito estar tranquilo para hacer bien mi trabajo y tratar de salvar vidas. Eso es lo que yo hago y lo hago porque es mi deber y creo que en vez de hablar tanto sin decir nada, tú deberías hacer lo mismo: tratar de cumplir con tu deber”.

Debo confesar que me sorprendió, porque no suele ser su tono y tampoco es su costumbre “postear”, pero me bastó mirarlo y verlo casi a punto de llorar para entender su rabia, su impotencia, su frustración.

Tantos años diciendo lo mismo: hay que fortalecer la salud pública, hay que invertir en educación, hay que cambiar la Constitución y convertir el Estado en un motor de la economía y no relegarlo al rol subsidiario que lo único que permite es que unos pocos se enriquezcan obscenamente gracias al trabajo de todos los chilenos.

Pero nadie quiso escuchar. Llegaron los economistas y se pusieron a hablar de estabilidad, de equilibrio fiscal, de crecimiento, de superávit estructural y un montón de conceptos que a los iluminados les parecían notables.

Mostraban orgullosos las cifras de desempleo, y nos llenaron de nuevos conceptos de los cuales el más irónico es aquel que llevó a millones de cesantes a decir: soy emprendedor, vendo helados en los partidos de barrio o estoy haciendo de semáforo humano. Chile país de emprendedores, se decía orgullosamente.

Pero nada de eso era verdad, la gran mayoría de esa enorme masa de emprendedores no son más que cesantes buscando nuevas formas de ganarse la vida, porque el actual modelo impide que la economía florezca, impide que el desarrollo llegue a las puertas de las grandes mayorías.

Hoy la gente protesta en las poblaciones, protesta por hambre, porque las canastas no llegan, porque no tienen dinero, porque sus emprendimientos no eran emprendimientos de verdad. Tampoco eran trabajadores independientes, eran cesantes que nuestra sólida economía no puede absorber, porque la solidez solo alcanza para ese 1 por ciento que hoy nuevamente prepara sus garras para echar mano a los fondos de ese Estado que durante tantos años se ha encargado de denostar. Hoy, necesitan que ese Estado ineficiente les pase dinero para salvarlos de la crisis.

Y aunque parezca paradójico, pero siguiendo el ejemplo de las grandes economías del mundo, me parece necesario tratar de salvar algunas de esas grandes empresas, aquellas que prestan un servicio real al país. Empresas estratégicas como dirían los así llamados expertos.

El caso más emblemático es LATAM, eslabón fundamental en la cadena de la industria y del turismo y de la cual Antofagasta, la región que represento en el Congreso, depende en gran medida. Seguramente una gran cantidad de jóvenes desconoce que La compañía conocida hoy por esa sigla fue fundada como Línea Área Nacional (LAN) por el Estado de Chile en 1929 y “privatizada” (en estricto rigor saqueada), como otras grandes empresas al finalizar la dictadura en la segunda mitad de los años 80.[1]

Pues bien, estoy de acuerdo con ayudar a estas empresas si y solo si esto sea a cambio de paquetes de acciones que permitan al Estado de Chile entrar de nuevo a la propiedad de la línea aérea y de cualquier otra empresa a la que se le pase dinero que es de todos los chilenos. No es momento de dar soluciones vía créditos sin garantías reales ni mucho menos permitir un nuevo saqueo al Estado de Chile.

No obstante, debo recordar que en primer lugar es necesario poner énfasis en la pequeña y mediana empresa, la cual requiere urgente una inyección de liquidez para sobrevivir; porque hoy la prioridad es crear empleos y esos no se generan en los grandes consorcios de los cuales el Ejecutivo está tan preocupado.

El Covid-19 nos puso frente al espejo y demostró que no tenemos el mejor sistema de salud del mundo; que no tenemos industria, que no tenemos capacidad de manufactura y que el desarrollo científico y tecnológico está a años luz de lo que nuestro país requiere.  Y la soberbia del Presidente, sus discursos rimbombantes pero carentes de sustancia, no cambiarán esa situación, como tampoco la ceguera y obsecuencia de mis colegas de oposición impedirá que los millones de cesantes y chilenos hastiados de este estado de cosas, nos pasen por arriba, porque no hemos sabido cumplir con nuestros propios deberes.

Menos soberbia y más cumplimiento del deber es lo que los chilenos esperan de la máxima autoridad de la nación y de cada uno de nosotros. Por ello hay que actuar con anticipación, pero anticipación real, no como la orquestada hace algunas semanas y que hoy tiene a todo un país pagando las consecuencias.

Una cosa es indiscutible y mientras el ejecutivo y el parlamento no lo entiendan, no hay salvataje en el mundo capaz de poner a este país en movimiento: no tendremos “nueva normalidad”, y el “retorno seguro” es una quimera, porque estamos en un punto de no retorno. No volveremos al mismo lugar donde estábamos antes del 18 de octubre. Chile cambió y nos enfrentamos a una nueva realidad que no tiene nada que ver con los deseos personales del senador José Miguel Insulza y el diputado Mario Desbordes, ni mucho menos con su pretencioso “acuerdo nacional”.

El único acuerdo nacional posible es aquel en que se respeten las demandas de los chilenos y chilenas y se conceda al Estado el rol que siempre debió tener: un Estado solidario al servicio de todo su pueblo, pero principalmente al servicio de las grandes mayorías, hoy desamparadas y sometidas a una precariedad incomprensible e indigna. Un Estado que sea motor de la economía y que garantice la libertad y el sano desarrollo del mercado, y no un Estado al servicio de una oligarquía anacrónica y desgastada.

Resulta fácil y cómodo pensar el país desde la moneda o desde las paredes del parlamento y decidir desde allí a quien entregar los miles de millones de dólares destinados a salvar la gran empresa, lo difícil es ponerse en los zapatos de aquellos que hoy -teniendo claro que no son dioses- tendrán que elegir a quién salvar, porque los ventiladores no son suficientes para intubar a los covid positivos que llegan a nuestros olvidados hospitales públicos, porque la salud pública en Chile, sigue sin ser prioridad.

*Marcela Hernando Pérez es médica cirujana, magíster en gerencia y políticas públicas, magíster en dirección de empresas, y en marketing y gestión comercial. Actualmente es diputada de la República, y vicepresidenta del Partido Radical Social Demócrata.

[1] María Olivia Mönckeberg, “El saqueo de los grupos económicos al Estado de Chile”, 2001

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