“Ha sido un cambio rotundo”, dice Alan sobre su salto al profesionalismo. “No es solo firmar un contrato, es convertirse en figura pública, en alguien que tiene que cuidar hasta las cosas más básicas”. Su historia no es la de un deportista con todo resuelto, sino la de un joven que encontró en el boxeo una tabla de salvación.
Todo dio un giro a los 16 años. Sin haber entrenado ni competido en años, su mejor amigo lo inscribió en secreto en un campeonato regional. Alan subió al ring sin preparación… y ganó. “Ese día entendí que esto era lo mío”, afirma. Desde entonces, no volvió a alejarse del boxeo.
Su talento lo llevó hasta Argentina, país con una sólida cultura deportiva, donde entrenó, hizo sparring con boxeadores de gran experiencia y comenzó a medirse con los mejores. “La diferencia allá es la cultura, el roce constante. Aprendí demasiado”, comenta.
Fue precisamente en uno de esos campamentos cuando decidió dar el paso al profesionalismo. “Me dijeron que ya no me servía seguir como amateur, que estaba estancado. Volví a Chile decidido a ser profesional”, cuenta. Luego de meses de preparación intensa, debutó y hoy acumula cuatro peleas ganadas, sin conocer la derrota.
Pero el camino no ha sido sencillo. Alan reconoce uno de sus mayores desafíos: representar a un deporte que no siempre cuenta con el respaldo necesario en su ciudad. “Quiero que en Antofagasta se vuelva a hablar de boxeo, que se hable de deporte”, dice con convicción. “Ese es el desafío más grande que me he puesto”.
Su rutina actual está marcada por la disciplina. Entrena todos los días, cuida su cuerpo y su mente. “Amo lo que hago. Recibo golpes todos los días, pero esto me hace feliz”, dice, sonriendo.
Y si hay algo que Alan transmite con fuerza, es su mensaje para las nuevas generaciones: “Todos nos equivocamos, pero si uno tiene un sueño, debe enfocarse, creer y trabajar de corazón. Esa es la clave”.
Desde la población Miramar hasta el ring, Alan Bahamondes no solo se ha convertido en boxeador profesional, sino también en un símbolo de esfuerzo, resiliencia y esperanza para muchos jóvenes antofagastinos.