Por años, clubes deportivos de Antofagasta han resistido contra la indiferencia institucional, el abandono de las autoridades y la precariedad de los espacios públicos. No hablamos de empresas ni de organizaciones con fines de lucro. Hablamos de grupos comunitarios, clubes formados por vecinos, familias y jóvenes con sueños. Como el club de judo fundado en 1980, que desde sus inicios fue levantado con esfuerzo familiar, sin otro interés que formar personas a través del deporte.
Hoy, ese club cuenta con 27 alumnos y tres senseis que entrenan para competencias regionales, nacionales e incluso internacionales. Pero entrenan donde pueden. Porque el Estado no ha sido capaz de asegurar un espacio digno para su desarrollo. El municipio, lejos de facilitar el acceso a la infraestructura pública, cobra por usar espacios que deberían estar al servicio de la comunidad.
Y mientras los clubes buscan alternativas, golpean puertas y enfrentan la indiferencia, muchos jóvenes quedan a la deriva. Porque lo que no da el deporte, lo ocupa la calle. La falta de apoyo a estos espacios no solo limita el crecimiento de los atletas: también empuja a los más vulnerables hacia la delincuencia y las drogas. ¿Cuántas veces se tiene que repetir esta historia para que se tomen decisiones estructurales?
En Antofagasta, el problema no es la falta de talento ni de ganas. Es la falta de voluntad política para dar al deporte la importancia que merece. Es urgente garantizar espacios públicos gratuitos y en buen estado para los clubes deportivos, y entregar apoyo económico real para que puedan participar y organizar eventos. Porque cuando un joven elige el deporte, gana la ciudad entera.