El Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano y una figura clave en la modernización de la Iglesia Católica, falleció este lunes a los 88 años en su residencia de Casa Santa Marta, en el Vaticano. La noticia fue confirmada por la Santa Sede pocas horas después de su última aparición pública durante la celebración del Domingo de Resurrección, donde, aunque visiblemente debilitado, ofreció un mensaje a los presentes.
«A las 7:35 de esta mañana, el Obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre», anunció el Vaticano en un comunicado oficial. «Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente a favor de los más pobres y marginados», agregó la declaración.
Nacido como Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires, Argentina, en 1936, Francisco fue elegido Papa en marzo de 2013 tras la renuncia de Benedicto XVI, convirtiéndose en el primer Papa procedente del continente americano y el primero no europeo en más de 1.200 años. Desde el inicio de su pontificado, marcó un giro pastoral y progresista dentro de la Iglesia, priorizando a los pobres, defendiendo el medio ambiente, y abriendo espacios de diálogo sobre temas tradicionalmente sensibles, como la diversidad sexual, el rol de la mujer en la Iglesia y el celibato sacerdotal.
Durante su última aparición desde el balcón de la Basílica de San Pedro, el Papa no pudo hablar por sí mismo, pero un asistente leyó su mensaje final, centrado en la fraternidad global y la dignidad humana: «Renovemos nuestra esperanza y nuestra confianza en los demás, incluso en quienes son diferentes a nosotros o vienen de tierras lejanas, trayendo costumbres, formas de vida e ideas desconocidas. Porque todos somos hijos de Dios». Sus últimas palabras, pronunciadas con esfuerzo ante más de 50.000 fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, fueron: “Queridos hermanos y hermanas, ¡Felices Pascuas!”.
La emoción fue palpable entre los congregados, quienes luego lo vieron pasar en vehículo saludando y bendiciendo a bebés que le acercaban, en lo que ahora se recuerda como su último acto pastoral. La plaza, que ayer celebraba la vida, amaneció hoy en un silencio solemne, apenas roto por el tañido de las campanas que anunciaban su partida.
Francisco será recordado por su papel como reformador del Vaticano y defensor de una Iglesia más abierta, cercana y solidaria. Su estilo humilde -vivió en una residencia sencilla en lugar del tradicional palacio apostólico- y su insistencia en “oler a oveja”, como él mismo dijo en referencia al rol pastoral, lo convirtieron en una figura profundamente humana.
En una decisión coherente con su vida austera, Francisco dejó instrucciones para que su funeral fuera lo más sencillo posible: sin el tradicional catafalco y con un ataúd de madera modesto. Será enterrado fuera del Vaticano, en la Basílica de Santa María la Mayor, rompiendo con más de un siglo de tradición.
El cardenal Kevin Farrell, visiblemente conmovido, expresó en su mensaje de despedida: “Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente a favor de los más pobres y marginados. Encomendamos su alma al infinito amor misericordioso de Dios”.
La conmoción se extiende más allá del Vaticano. Desde París hasta Buenos Aires, desde Johannesburgo hasta Manila, fieles y no creyentes por igual recuerdan al Papa como una figura revolucionaria dentro de una institución milenaria. En palabras de una fiel en la Catedral de Notre Dame: “Fue el mejor Papa de la era. Salió a las calles, tocó a la gente, vivió como uno más”.
El proceso para elegir a su sucesor comenzará tras un breve período de luto. Los cardenales menores de 80 años se reunirán en cónclave en las próximas semanas, pero para muchos, el legado de Francisco ya ha trazado el rumbo que la Iglesia deberá seguir.
El Papa que desafió moldes y tendió puentes entre la tradición y la modernidad ha partido. Pero su huella, profunda y luminosa, permanece.