La reciente tragedia que sacudió a la comunidad educativa de Antofagasta, marcada por el trágico fallecimiento de la profesora Katherine Yoma, ha dejado al descubierto una alarmante realidad: la desprotección de los profesores en las aulas. Ante este sombrío panorama, es imperativo analizar las causas subyacentes de este suceso y abogar por medidas ejecutables que garanticen la seguridad y el bienestar de nuestras profesoras y profesores —esto va dirigido tanto a la educación municipal como la particular y particular subvencionada; ninguna queda exenta—.
El silencio prolongado del alcalde Jonathan Velásquez frente a esta lamentable situación ha sido un claro indicador de la falta de atención y sensibilidad hacia los problemas que enfrentan los profesores en el ejercicio de su labor. Seis días de inacción son seis días demasiado largos en los que se desatiende un urgente llamado de auxilio.
Las protestas frente a la Municipalidad de Antofagasta son la voz unísona de una comunidad indignada, que clama por justicia y medidas efectivas que no deben quedar sólo en el tintero. La destitución temporal de algunos funcionarios municipales es un primer paso —lamentablemente la respuesta llegó tarde, pero, desafortunadamente, no resulta sorprendente dada la trayectoria del alcalde con decisiones poco acertadas y falta de iniciativa—, pero ¿qué garantías tenemos de que esto no volverá a repetirse?
Es fundamental reconocer que la violencia en el ámbito escolar no es un problema aislado, sino el reflejo de una sociedad que falla en proteger a quienes tienen la conspicua tarea de formar a las futuras generaciones. Los profesores, lejos de recibir el respaldo y la protección necesaria, se enfrentan a amenazas y agresiones sin el apoyo adecuado de las autoridades rectoras de los establecimientos educacionales.
Es momento de implementar políticas efectivas que promuevan un ambiente escolar seguro y respetuoso, y de brindar a los profesores el respaldo institucional que merecen para desempeñar su labor en condiciones dignas y seguras en el entorno laboral.
La memoria de Katherine Yoma y el dolor de su pérdida deben servir como un llamado urgente a la acción. No podemos permitir que más vidas se vean truncadas por la negligencia y la indiferencia. Es responsabilidad de todos velar por la integridad física y emocional de nuestros profesores, quienes día a día moldean el futuro de nuestra sociedad, en cada niña y niño.
Este último acontecimiento es muy personal para mí. La noticia me golpeó profundamente, especialmente porque he tenido la fortuna de contar con profesores que han dejado una huella trascendental en mi vida. En un momento tan crucial para el desarrollo personal como la etapa escolar, resulta difícil comprender cómo algunos estudiantes y sus padres pueden ser tan despiadados como para perpetuar lo sucedido.
Los profesores desempeñan un papel fundamental en la construcción de nuestras vidas, dispuestos a comenzar desde cero las veces que sea necesario. Ellos están ahí para ofrecer el apoyo que necesitamos cuando buscamos comprensión; son quienes recorren todo el país, desde el extremo norte hasta ese frío lugar que es la Antártica, llevando educación a cada rincón, incluso a las zonas rurales más remotas.
Representan el núcleo vital de una sociedad comprometida con el avance y la transformación. Por ende, es esencial que reconozcamos y salvaguardemos el invaluable legado de nuestros profesores. No podemos permitir que su labor educativa y dedicación sean subestimadas o relegadas al olvido como se hizo con la Profesora Katherine Yoma.