La trágica decisión tomada por la colega Katherine Yoma, docente de la escuela D68, ha mostrado nuevamente las difíciles condiciones de trabajo de los docentes chilenos, quienes, enfrentados a situaciones de violencia de apoderados, autoridades, alumnos y pares, recurren a decisiones dolorosas para la familia y para la mayoría de sus comunidades.

La respuesta del magisterio antofagastino ante esta situación ha sido la de comenzar un paro total hasta que se tomen medidas contra quienes resulten responsables en los niveles correspondientes y se desarrollen acciones en las comunidades educativas para detectar situaciones previas, para así evitar desenlaces como el ocurrido.

Lo anterior no es una tarea fácil, ya que hace décadas los docentes hemos padecido los resultados de políticas educacionales y económicas que han tenido como objetivo estratégico el desmerecer el trabajo docente. Para eso, se recurrió en las décadas del 70 y 80 a destruir las organizaciones de profesores, eliminar avances logrados por organizaciones de profesores, como el implantar la municipalización de la educación pública en un marco dictatorial, dentro y fuera de la escuela.

Posteriormente, los gobiernos y los parlamentarios elegidos lograron avanzar en algunos aspectos, pero en esencia mantuvieron y profundizaron un modelo educacional y de sociedad asentado en el lucro, el individualismo y la competencia. Todo lo anterior reforzado por medios hegemónicos y de clase que permearon gran parte de la sociedad durante estos casi 40 años. 

No obstante lo anterior, los profesores debemos reflexionar sobre lo que podemos hacer aquí y ahora por nuestra parte, en lo que concierne a cómo nos relacionamos con los otros en nuestras escuelas, lo que resulta muy difícil tomando en cuenta que somos seres imperfectos y que no es fácil para nosotros reconocer que no siempre son los otros los causantes de conflictos, desencuentros y malentendidos. Cuestión que, dada la subjetividad que poseemos, tendemos a ubicar la causa de los desaciertos fuera de nuestro actuar, no aceptando haber hecho o dicho algo de manera poco afectiva y asertiva. La objetividad muchas veces es un anhelo que todos queremos alcanzar, pero no siempre ocurre así.  

Sin embargo, como trabajadores de la educación pública, tenemos el imperativo de demandar espacios y tiempos que nos permitan conocernos y aprender a vivir en la natural diferencia y contradicción que la vida nos impone. No podemos pensar igual, pero sí podemos actuar de manera consensuada, respetando a los otros y respetándonos nosotros mismos. De igual modo, tenemos que estar alerta ante las voces disonantes: Muchas veces las voces en solitario nos pueden alertar de errores que son difíciles de ver y más aún de resolver. 

*Joaquín Cortés Araya es Profesor.

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