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Columna: ¿Para qué la educación pública?

En lo que va ya del año, el debate educativo ha estado marcado por dos hechos que representan los síntomas que impiden seguir fortaleciendo la educación pública: los puntajes de la PAES y la aprobación del proyecto de ley que obligaría a cantar el himno nacional en las escuelas de nuestros país, aprobado por la Cámara de Diputados.

Una de las disputas que aquí yace, es entre dos tipos de teorías educativas: el constructivismo y el conductismo. El primero se sostiene en que el estudiante sea personaje activo y central en la construcción de su propios conocimientos, habilidades, valores y actitudes, mientras que el conductismo plantea que sus conocimientos, sus valores, sus habilidades y sus actitudes se adquieren desde la imposición desde un agente externo.

Esto representa una de las aristas principales que no permite que salga a flote nuestra educación pública, puesto que esto denota que no existe consciencia clara sobre los objetivos que persigue ella y, por ende, esto dificulta el dar respuesta efectiva a las diversas problemáticas que se entrecruzan en aquella. ¿Qué es y para qué es la educación pública?

Si bien es cierto que ambos hechos pudieran ser contrarios entre sí, esto no es del todo cierto. El fenómeno de la identidad y el fenómeno del conocer, conocerse, hacer y hacerse, van de la mano. ¿Podríamos habitar el mundo, conocer y conocernos, hacer y hacernos, sin tener claridad desde dónde lo hacemos?

“Educación integral”, reza la ley general de educación pública. “Educación de calidad”, viene sosteniendo el movimiento estudiantil y los líderes educativos que hoy ocupan diferentes responsabilidades en el Estado. ¿Realmente qué significa eso? ¿Cómo se hace? ¿Cómo se logra?

Lamentablemente las complejidades que instalan esos principios no se abordan, siendo precisamente esas complejidades las que sobrecargan al sistema educativo, sobre todo público, de objetivos y tareas que resultan imposibles de cumplir en su totalidad. Precisamente porque si uno hila fino se da cuenta que responden a lógicas diferentes sobre el sentido de la escuela pública y, por eso mismo, asfixian las posibilidades ciertas de dar respuestas a las diversas necesidades de ella y, más importante aún, del estudiantado.

Una de las demandas del profesorado dirigida a dotar de necesaria coherencia a nuestro sistema, es que las escuelas dejen de funcionar como guardería, ya que esto desvirtúa totalmente el propósito de la educación pública. ¿Cuál es este? La discusión en torno a los resultados de la PAES al menos nos deja claro un punto sobre lo que las familias esperan de ella: un espacio que sirva realmente al logro de la movilidad social. ¿Cantar el himno nacional ayuda a esto?

Tratando de darle coherencia lógica a los dos hechos esbozados al inicio, queda claro que esta movilidad social debe permitir no solo lograr satisfacer las necesidades y deseos del estudiantado, sino que ello también debe posibilitar que la sociedad nacional en su conjunto logre mejores condiciones de vida. Si estamos de acuerdo en esto la pregunta es ¿se logra cantando el himno nacional? O más bien ¿no será mejor buscar solución a los problemas de infraestructura, de plagas, de falta de escuelas, de condiciones laborales de trabajadores de la educación y de tantos otros problemas que dificultan que la educación pública cumple su rol? ¿No será mejor para la construcción de una identidad nacional colectiva el que los estudiantes y sus familias vean que el país se preocupa por ellos en los hechos y no en el papel?

By Raúl Roblero Barrios

Raúl Roblero Barrios es profesor y secretario del colegio de Profesores de Antofagasta.

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