Columna: La mala educación

¿Fue un titular antojadizo o bien fue un titular repetitivo, referido a los resultados de la PSU a nivel regional y, también, nacional, el que leímos en la prensa, hace unos pocos días atrás? Cuando se quiere ser iluso lo que se coloque en un diario da lo mismo. Y como nos falta criticismo, también, da lo mismo el desorden para situar el tema que confunde hasta el atolondramiento.

La filosofía del amanecer, es estar dispuestos, de verdad, a hacer sacrificios como gobierno y sociedad en pos de la educación. Implica, con total responsabilidad, asumir un cambio en todas las reglas del juego. En ese escenario, tendríamos que subrayar el pleno poder del parvulario, la escuela y del liceo identificando, de manera rigurosa lo que necesitan aprender los estudiantes para el presente y, también, para el futuro. Sin embargo, en la era de la velocidad, el dogmatismo es lo que se hace más rápido. Es una paradoja. Pero, es lo que sucede. Lo que equivale, entonces, a decir “cambiemos para no cambiar”. Igual a un meme que circula en las redes.

Siguiendo la lógica de esta idea viralizada, en el abstracto y vago mundo de los expertos y de las autoridades educativas, reiteradamente escuchamos expresiones ingenuas, pero categoriales: “nuestros indicadores están asociados a lo económico”; “los liceos ´tantos´ son una alternativa de excelencia”; “estamos permanentemente en el análisis del currículum” o “lo que más influye en el rendimiento escolar son las desigualdades económicas y culturales”, entre otras. Parece que desde la experticia nada se puede rebatir y lo que se diga representaría lo más alto de los “estudios educativos” en la región. Pero, en concreto, es “medir lo que no importa”, total a nadie le interesa ir más allá.

Lo que es revelador, y lo que hay que decir fuertemente, es que la educación en Chile, que ya sabemos es deficiente, segmentada socialmente y con altos índices de inequidad, no ha cambiado estructuralmente. ¿Por qué? Por un tema impositivo de modelo, voluntad, consenso y negociado político, ya que la idea es mantener el estado de cosas. El fondo y la forma de la olla educativa es, en rigor, la hegemonía económica que hace que la educación sea vista como la suma de transar, vender, comprar en el caldo de una mala calidad humana de la sociedad.

Sin ser cargante o parecer aburrido y cansador, un estudiante, en este esquema, no es una persona a quien hay que valorar, educar y cuidar. No es, tampoco, un ser a quien hay que ofrecer una educación para hacerlo arriesgado en sus ideas, pensante en su desarrollo personal o innovador en sus convicciones. El asunto es generar estudiantes que, ojalá, no piensen mucho; no critiquen demasiado y, deseable, que se inserten a la misma sociedad que los ha motejado o satirizado si, por esas casualidades, osan enfrentar el modelo o a alguna autoridad.

De paso, nada se indica tampoco respecto de quienes dicen esas cosas en los medios. En primer término, nos podríamos hacer las siguientes preguntas: ¿cuál es el índice de clases desarrolladas en el sistema educativo por dichos expertos? (en el sentido de saber bien de qué se habla); ¿cuántos de ellos o ellas son pedagogos o educadores, en rigor? (solo para conocer una estadística docente de nuestros expertos); ¿cuántos de ellos se han desempeñado en el sistema de educación parvularia, básica o media? (para mostrar que se conoce bien el sistema de manera in situ y por dentro).

Lo concreto, es que algunos confían ciegamente en los expertos, donde muchos, nunca han sido profesores de aula, lo que ya es una curiosidad poco seria. Por decir, lo menos. Pero, entonces ¿qué está pasando aquí? Compilar algunas opiniones, mencionar a los expertos y brindar alguna idea de interés no es indicativo de demostrar que todo es como se dice. Habitualmente, parece, que los entendidos o expertos se equivocan. En otras, el asunto es más simple. ¿Se le ha preguntado al docente o a la docente que lleva años de experiencia respecto del tema en comento? Lo que creo es que los expertos, en la suma de sus opiniones, se contradicen y dictaminan cosas, que en otros aspectos, hasta en ellos mismos recae el yerro.

El sesgo opinante de los entendidos es simple. Lo que recibimos profusamente en los medios son opiniones; tal vez, alguna anécdota y consejos contradictorios de los expertos que hablan de educación, porque el asunto, para ellos, es recursivo. Apelan y se definen a sí mismo porque son los expertos y, es inevitable, también en ello, no asumir el equívoco. Todo esto es igual, entonces, a decir como en el incisivo meme, hoy viralizadamente clásico, “no surfeas, nunca has surfeado”.

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

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