Columna: El no escuchar

Desde temprana edad se nos enseña, en el hogar fundamentalmente, a “escuchar”. Luego, en las escuelas y colegios, se insiste en la idea de que hay que “escuchar”. Ojalá, atentamente. Lo que se traduce, al mismo tiempo, en “obedecer”. Nada se dice ni se enseña respecto de los silencios, por ejemplo.

Nada se dice, tampoco, de escuchar en la diferencia. Esta última es una de las razones por las cuales las autoridades de nuestro país se encuentran absorbidas en el inquietante, y aborrecible, ninguneo y a tener la desfachatez de no escuchar absolutamente nada de lo que la sociedad está diciendo hace prácticamente tres meses y medio.

¿Por qué lo que ocurre actualmente en el país ha generado tantos ciudadanos enrabiados, angustiados, desencantados y con profundo malestar? ¿Por qué ya nadie cree en estas autoridades en sus pretensiones falsas y palabras vacías? Seguramente, porque los más favorecidos, los más privilegiados, los que detentan el poder, tanto a nivel privado como público, gozan de no escuchar que es lo mismo que no ver. Signo desalentador, entonces, para los millones de chilenas y chilenos que solo esperan una respuesta sencilla a sus problemas complejos.

Estoy seguro que lo que escuchamos hoy sábado, primero de febrero, en boca de la autoridad máxima de este país, no tiene nada que ver con la realidad de quien debiera ser el destinatario de esas palabras. ¿A quién se le ocurre decir, ya por enésima vez lo mismo de siempre: “vamos a poder mejorar…”; “mejorará la calidad y el acceso a la salud…”; “buscaremos canalizar e impulsar (tal y cual cosa) …” sabiendo que todo eso es directa demagogia? ¿Sabrá quién lo dice que prometer es una acción comunicativa que implica un “eidos” (aspecto), un compromiso, una deuda y un respetar al otro?

Las palabras no son inocentes y expresan lo que se establece en ellas. Mención aparte, además, es que están redactadas gramaticalmente en verbos en futuro o en situación hipotética. Es decir, son expresiones que no resaltan verdad de cambio o de comunicar, de manera directa y comprensible a los chilenos, la solución a tantas injusticias.

Creo, absolutamente, que el siguiente extracto es lo más parecido a la burla que puede recibir un ciudadano, una ciudadana o una persona común y sencilla: “Hemos estado haciendo un enorme esfuerzo por escuchar con más humildad, con más sensibilidad, con más atención lo que nuestros compatriotas nos han estado diciendo…” No, señor presidente. Si usted escuchara no se habría perdido ninguna vida de las más de treinta que tiene a su haber. No habrían heridos ni gaseados, ni apaleados, ni presos; ni niños ni jóvenes angustiados. No habría personas con pérdida de su visión. No habría balas. No habría…

No es ninguna novedad que estas personas, las que detentan el poder, continúen ciegas porque están enquistadas en sus oficinas, parcelas, en sus sitios de veraneo, en sus enormes caserones y vaya a saber uno en cuanta cosa más, porque no se otorgan ni un minuto en colocarse en el lugar del otro. En realidad, ni siquiera lo piensan. Ni tampoco les interesa. ¿Nos quieren hacer creer, entonces, en una solidaridad de Teletón? ¿Tenemos que creer en la iluminación tipo budista, y de última hora, de la máxima autoridad para asumir una especie de redención social?

La costumbre de insistir en un discurso “prometeico” ya no es creíble en nuestra población. Es evidente, por lo tanto, que no se puede creer ese cuento de que “todo se puede con esfuerzo” y tampoco se puede creer que “solo basta con poner harto de uno para salir adelante”. Lo que hay que decir es que importa, y bastante, el contacto, la red, el amiguismo, el compadrazgo, el apadrinamiento, los nexos con organizaciones de poder.
En síntesis, los contactos del entorno.

Y es esto lo que cansó a la población, entre otras cosas. Cansó que los grandes políticos, empresarios, accionistas, inclusive intelectuales, concentren el poder de diverso tipo. Cansó, también, que los empresarios eludan la justicia porque esta no tiene penas. Lo que se considera como castigo, evidentemente, es otro chiste. Ni siquiera reciben un día de cárcel. La historia podría ser diferente si la autoridad, que hoy promete escuchar, no se eximiera de sus responsabilidades, inclusive judiciales, y de su contrato con la población del país.

Está claro que el efecto camaleónico o el efecto camuflaje, con las palabras, es la especialidad de la autoridad. Alguien le escribe sus discursos. Está claro. Pero de muy mala forma. Ellos creen que hacen todo de manera transparente y el descontento lo transforman en una ley. Claro está que todo se reduce a que tenemos autoridades que no están ni estarán dispuestas a ceder ni un centímetro de sus privilegios ni jamás a ver el interés de todas las personas como el propio, sino que a buscar dividendos, granjerías, ventajas, más dinero. ¿La razón? El fuego del poder y el dinero no tienen sentimientos. He allí el gran problema. Mala unión. Atroz resultado para nuestra población.

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

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