Columna: Un asunto milenario

Dicen que si no estamos atentos a lo que pasa en esta desmesura… nos sucederá lo que al camarón dormido: nos llevará, pues, la corriente. O decantaremos en el tiempo con sus circunstancias. Será como decir que no tenemos los ojos donde tienen que estar. Y, curiosamente, en este ámbito visual, no hay nada mejor, para algunos, que el arrebato por la supremacía. Supremacía o poder. Llámese cómo se llame y del tipo que sea. Es lo que dicen. Porque eso es lo que ha motivado a muchos en los últimos meses, por una serie de cargos y berenjenales. Desde enero de este año, en rigor. Salvo, escasas excepciones.

Y entre ese goce de algunos por el reciente proceso de votaciones, y por la suma de unos gananciales, que poco se habla y se informa, lo que está sucediendo realmente es que hay un estado de cosas a favor de esa rapidez o contra los mismos hechos. Dicho de otra manera, pareciera, que existe una irrelevancia por lo profundo de los hechos. O como dijo el profesor Noam Chomsky, “ya no importa cuáles son los hechos ciertos y cuáles son los falsos”. Lo objetivo es que se promueve aquello del más fuerte o lo que concentra y atiende a la mayor cantidad de preferencias, en los votos, para el entramado dominio del poder.

Lo que quiero agregar, es que tiene que haber una urgencia para decir las cosas tal como son. Aunque digan que existe un nuevo estándar en la política. Y que ganaron los independientes. O que el deseo ciudadano ganó en una revolución de las cosas en esta era de la velocidad. O que la democracia necesita caras nuevas porque se busca un amplio marco de nombres representados. Pero, en realidad, si afinamos el oído y el cerebro, solo son palabras. Palabras. “Un poco de aire movido por los labios”. como dijera, alguna vez, el poeta Jorge Teillier. Lo que preocupa es esta carrera y cultura del éxito. La de probar programas. La de asegurar eficacias o aplicaciones. La elección ganancial del distrito. El aseguramiento de un puesto en algún sillón que se envuelve en el celofán del dinero o de los contactos. O el aparecimiento permanente en los medios recomponiendo cuerpos y espíritus.

La suma aritmética o la lucha por el consenso es lo que algunos llaman coincidencia mezclándola con las propiedades de la máquina de los números. Y en este Chile que busca cambiar, aunque falta mucho para esto último, tal vez, siendo esperanzador, unos setenta años más, a lo menos… las listas fuertes, los votos, los pactos y todo eso no alcanzan a llegar a la mesa de las personas sencillas porque lo que prima es la racional calculadora de los movimientos, el sistema de los partidos, de los conglomerados o movimientos, los amigos de los amigos, la asignación de los favores o las influencias que pretenden satisfacer posibles escenarios.

Nada es seguro, entonces. Una cosa es el delirio expansivo de la crítica. Otra, muy distinta es el intento de despertar de nuestro pueblo a pesar de la poca claridad que tengamos. Pero, la incerteza, debemos saber, tiene rostro conocido. Y se valida con el lenguaje, repetido una y otra vez, al decir de expresiones como “los umbrales de la representación”, “los mínimos comunes”, “la intención del voto”, “la ingeniería electoral”, “la mayor transversalidad posible” y tantos otros artilugios lingüísticos y con la carga eufemística, tan propia de nosotros los chilenos, que toda esa monserga está alejada de los frentes de la cotidianidad de las personas.

En el intertanto, condenados en el silencio, muchas familias veían cómo sus parientes eran engullidos en las cárceles. Otros, eran perseguidos o seguidos por la policía. Miles, perdían sus trabajos. O, simplemente, morían.  Y en ese afán de cambio radical, la justicia sistémica comenzó a buscar cabezas para entorpecer el conflicto o generar el desengaño popular. Abatir al que tiene ideas comenzó a ser la consigna.

Por eso mismo, sabiendo que las vidas no duran mil años, a todas las personas que luchan en el día a día solo les queda estar alertas. Rebuscarse la vida y estar atentos. Las personas son más abundantes que sus propios cuerpos, dicen, también. Y en ello, nos corresponde abrir los ojos y la mente. Atención con lo que ocurre en las calles. Entonces. Más allá de esa apertura que quema las mentiras, los “sin sentido” van con preguntas e interrogantes de todo tipo: ¿qué será de mi existencia entremedio de tanto repudio?

Por un lado, vemos más cálculos que honestidades. Suma de palabras construidas para la ocasión o para el momento. Y como nosotros no guardamos ninguna ansiedad, a estas alturas, el resguardo con algunos constituyentes, por ejemplo, para no quitarnos la médula o el esqueleto completo, será clave. Porque no todos los que allí están tienen un trabajo social y popular. Ni tampoco son activistas. No olvidemos que algun@s que sí estuvieron en las calles exigiendo dignidad y justicia, y cuyo trabajo es de años, han quedado excluidos por el sistema llamado de reparto o por la mentada paridad.

¿Qué nos falta, entonces? Fundir política y experiencia. Mayores sospechas y ninguna ingenuidad. No necesitamos más discursos enmarañados ni estrategias heterogéneas que solo embolan la perdiz. Dejar de ser bobos porque, inmersos en esa “normalidad” que tanto agrada a algunos, se traiciona la idea de la rebeldía tanto del pensamiento como de la acción. Porque “somos los hijos de los hijos de los hijos”… cuidado, entonces, con las malas hierbas que han ingresado por un sillón. El verdadero elitismo continúa entremedio de la hipocresía y lo que no se quiere que sepamos. Lo artificioso de la situación es un flagelo. Escuchar la calle no es un sentimentalismo. El pueblo tiene que hablar por sí mismo.

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

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