Por Francisco Javier Villegas
Profesor de Castellano
Hubo una época en que los estudiantes, en Chile, rendían la clásica Prueba de Aptitud Académica. La famosa PAA, que consideraba una prueba verbal de setenta y cinco preguntas y una prueba matemática con sesenta. Años setenta y ochenta. Años en que “picaban las jaibas” en Chile. Tiempos oscuros. Años en que muchos de nosotros sacábamos piedras de las calles y las pateábamos, literalmente, más fuerte y dolorosa que la canción. Tiempos en que no había trabajo más que hacer hoyos en las calles para después volverlos a rellenar.
Muchos de aquellos que la rindieron están con nosotros, independiente de si se titularon o no o si, simplemente, ni siquiera alcanzaron a postular. Muchos, seguramente, observan un poco pasmados, hoy día, respecto de que en muchos lugares de sede se haya suspendido la actual Prueba de Selección Universitaria, la PSU. Sin embargo, esta breve introducción es solo un pretexto para contarles respecto de aquellos estudiantes de “corazón patriótico” que deseando estudiar no pudieron.
Sencillamente, no pudieron ante la adversidad. Porque nunca se presentó la oportunidad, en muchos casos. O bien porque hubo estudiantes que estando dentro de las aulas universitarias, en distintas instituciones en el país, dejaron truncos sus sueños porque
asomó la barbarie y concurrió con ellos el abuso más grande: la pérdida de la vida o la desaparición.
Esta columna, entonces, se escribe en el recuerdo de mis primos hermanos Raúl y Heriberto, quienes teniendo tremendas condiciones intelectuales no pudieron ante esa barbarie. Eran años, insisto, en que “picaban las jaibas”. Y tuvieron que irse a un ostracismo tremendo e injusto del cual jamás se recuperaron.
Estas palabras se escriben, también, por los hijos de doña Otilia y de don Osvaldo, quienes vieron perder a sus cinco hijos universitarios, uno de ellos incluso puntaje nacional de PAA, solo por tener ideas libertarias. Jóvenes talentosos, resonantes en ideas y palpitantemente contemplativos en el estudio. En plena calle, aun me pregunto, ¿dónde están mis jóvenes vecinos del Sur…? ¿dónde están los mellizos…? ¿Por qué no volvieron más a mirar el campo donde vivían…?
En alguna parte, hoy, también hay jóvenes talentosos que se pierden en las esquinas, porque nadie ve esas sombras vivas que solo quieren una oportunidad. La misma oportunidad que tuve hace más de treinta años cuando salté, literalmente, de descargar camiones de pollos, en unas “naves” de más de veinte metros de largo, a una sala de universidad. En alguna parte debe haber gente que mire al otro y a la otra, entonces, con
ojo solidario y que entienda que estudiar es un derecho y no un bien de consumo.
¿Por qué, entonces, no se entiende el fenómeno de querer estudiar y dar verdaderas oportunidades? Tal vez sea porque si las personas no asumen una sensibilidad histórica todo se castigará y, cayendo en la abyección, se criminalizará. Su ojo y visión será tan ramplonamente esquivo y torpe que no le alcanzará más que para hacer sesgos.
Mi respuesta es que esas posibilidades se siembran y se cultivan. Y quienes deben hacerla germinar son los gobernantes. Aquellos que pudieron estudiar bien, que pudieron viajar, que seguramente obtuvieron master o doctorados. Nadie estudia para burlarse de las personas. Nadie, tampoco, se prepara para querer desenfocarlo todo.
Escribir estas palabras es, insisto, hacer un vínculo donde jóvenes e ideas conviven aglutinando acciones y devenires para iluminar el deseo de tener una sociedad mejor y aunque pertenezca a esa otra generación, y recuerde a aquellos que no pudieron ver sus sueños de estudio y aprendizaje, la vocación temprana en el talento debiera ser mirada por los gobernantes no como una forma de ver enemigos, sino que mirarlos abiertos a una
luz en desarrollo. ¿Se ha fijado usted, por lo mismo que expreso, que en las marchas y movilizaciones, en general, más del noventa por ciento de los que participan son jóvenes?
Entonces, el antecedente más directo es claro. Los jóvenes interrogan. Los jóvenes cuestionan. La juventud tiene su coraje y su lucidez, también. Y, hoy, se cuestiona lo inadecuado de muchas cosas y la representación conservadora de aquellas. No es necesario tener cursos de diplomado. Hay asuntos que son del sentido común. Todo es muy simple. Sufrimos cambios en nuestro cuerpo y cerebro y los jóvenes quieren ser parte de la historia de manera libre, ética y, por supuesto, en un contexto educativo sano y de gratuidad.
En esta nueva época ya no puede haber elucubraciones. Estudiar es para todas y todos. Ayudemos a los jóvenes, entonces, que luchan desprovistos de toda posibilidad, porque conocer, querer, hacer y vivir son parte de un lenguaje integrado que tiene, también, de aquella memoria de los jóvenes que no pudieron… hace ya mucho tiempo.