Por Raúl Roblero Barrios
Profesor de Historia, Ciencias Sociales y Geografía
Transitar en la urbanidad íntima de Lemebel es el viaje intra e interpersonal que propone Reposi. Urbanidad entendida como el proyecto moderno que, unido a la industrialización de las ciudades, empujó a la población a migrar desde el campo a la ciudad… precarizando aún más nuestras vidas. Urbanidad que se transforma en un caos, en una desconexión, en una incomodidad permanente.
Una urbanidad que también construye nuestra intimidad; los límites, los deseos, los excesos y y las restricciones de nuestro cuerpo. Una urbanidad que Lemebel construye desde la performance, la crónica y, en lo último, el silencio. En donde lo primero, como lo define el artista, es un compromiso corporal radical como soporte de expresión artística, de convulsión urbana, de radicalización de los márgenes de la propia carne. El cuerpo como dispositivo que luego comparte caminos con la crónica, caminos convergentes unidos por la utilización de la carne, de la experiencia, de la vivencia que le permite al lector encontrarse desde su intimidad con el autor, con su país, con su ciudad, con su población, consigo mismo.
Sea intencional o no, la directora acierta al mostrar al artista en toda su integralidad y no a dividirlo en diversas partículas que parecieran de difícil conexión. ¿Qué más integral, que más total, que retratar la intimidad del ser humano? ¿Qué más total que el compromiso carnal de Lemebel?
Preguntas que apuntan a responder al cierto revuelo que ha causado la ausencia de la compañera Gladys en el documental, pero esto hay que sopesarlo con pinzas tal cual como se debe leer una obra artística. Gladys, a mi parecer, no está olvidada, no está negada, sino que se encuentra silenciada así como casi la totalidad de los amores de Pedro (a excepción de su madre).
Aunque Joanna quisiera construir una realidad despegada de lo político, esto se hace imposible sobre todo con la figura de Lemebel. La intimidad del artista, la disposición de su cuerpo como vaso comunicante, está inexorablemente unida a su lado político; Pedro Lemebel es un sujeto político aquí y en la quebra`del ají.
El que pataliemos sobre la ausencia de esto, tiene que ver más con nuestra incapacidad de pensar, de hablar, al margen del pensamiento dominante. Gladys Marín, Anita González y todos los amores del artista, están presentes en toda su obra, están hipodérmicamente unidas a su cuerpo y a su trabajo artístico.
Uno de los cuestionamientos personales que deja el documental y, sobre todo Pedro, es fundamental: hasta qué punto tú, tu cuerpo, tu voz, es carcomida y moldeada, bajo las normas de la moralidad, por y para los dominantes. Hasta qué punto la rebeldía, la construcción de otro mundo, es inseparable a tu existencia, va adherida a tu cuerpo, es cotidiana, está presente en lo más íntimo. Hasta qué punto te amas, te aceptas, no solo reclamas sino que agotas tu existencia en la construcción de un espacio propio con otros y para todos.
“Lemebel” no es una narrativa de la decadencia de un artista, como lo escuché en una conversación, sino que es relato de resistencia, un relato de deconstrucción y construcción permanente. “Lemebel” cuestiona a esta cueca democrática, a nuestra ciudad, a nuestra zona de sacrificio, a nuestra pobreza, a nuestra desigualdad, a nuestra marginalidad, a nuestra explotación, a nuestro prostíbulo desértico, a nuestro narcotráfico y tráfico humano, en donde “hay tantos niños que van a nacer con una alita rota”.
“Lemebel” es una introspección a la intimidad del artista y a la nuestra, una interpelación permanente a nuestra supuesta voluntad de cambio. Es un llamado a la convicción, al compromiso, a sentir nuestra carne y sacrificar nuestro pellejo cuando fuese necesario… para que “nuestra revolución les de un pedazo de cielo rojo [a nuestros niños] para que puedan volar”.