Columna | Mujer y ciencia: ¿Términos dicotómicos

Por Paula Corina Hernández May24,2023

En pleno siglo XXI, aún nos enfrentamos a grandes mitos en el ámbito científico. A modo de ejemplo, la notación “uno más uno” no siempre da dos. Sólo da dos cuando nos referimos a números reales, pero no lo es cuando operamos en números binarios o en el álgebra de Boole. Como este, podemos encontrar muchos casos, pero quizás el más relevante se encuentra a nivel social: la presencia del mensaje subliminal de que la ciencia no es para mujeres y que su participación ha sido nula en la creación del conocimiento.

Cuando pensamos en mujeres y ciencia, es común pensar en Marie Curie y sus dos Premios Nobel por el descubrimiento de los elementos radiactivos y su investigación sobre el radio. Sin embargo, existen grandes pioneras del conocimiento cuyos nombres no se encuentran instalados en nuestro imaginario. Por ejemplo, Ada Lovelace, no sólo creó el primer algoritmo informático, sino que fue la primera persona que pensó en programar. Sophie Germain realizó importantes contribuciones a la teoría de números y de la elasticidad. También podríamos nombrar a Emmy Noether, Maryam Mirzajani y la lista no cesaría.

Pero su paso por la comunidad científica no fue fácil, considerando su desventaja en un mundo masculinizado que no permitía el acceso de la mujer al mundo académico. Precisamente, es esto lo que nos brinda la respuesta a la baja participación actual de las mujeres en la ciencia. Es la epistemología feminista la que nos da la justificación de cómo está influyendo el género en la manera de adoptar el conocimiento, no siendo este un reflejo idéntico de nuestra realidad actual, sino el producto de nuestro contexto histórico, material y cultural.

Es la tendencia ancestral androcentrista la que nos ha indicado que el hombre es el molde ideal del conocimiento y que, hoy en día, permea las cifras de la participación de las mujeres en la ciencia. Según el Instituto de Estadísticas de la UNESCO, las mujeres representan sólo un 30% de las plantillas de investigadores existentes en el mundo, lo que claramente nos indica que es fundamental cuestionarnos sobre los sesgos existentes en la ciencia.

Hemos visto narrativas científicas que tienden a la falocracia y que no nos hemos permitido juzgar. Algo tan inaugural como la fecundación humana, plasmando los óvulos como células pasivas que son despertadas por los vigorosos y héroes de la gran batalla: los espermatozoides. Parecen ejemplos banales, pero podría ser el inicio del ejercicio de examen que debemos asumir en torno a la ciencia.

De ahí la importancia de ampliar nuestra capacidad de observación crítica con argumentos que logren insertarse en las comunidades científicas, porque efectivamente sí importa de quién provenga el conocimiento. Aunque actualmente no hay barreras físicas ni explícitas para que las mujeres accedan a la ciencia, fue nuestro contexto social e histórico el que determinó la brecha y estereotipos de género actuales, en los cuales hoy debemos trabajar.

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