Columna: Los becarios que no serán

En alguna época, estudiar cursos más allá de las carreras de universidad era muy difícil en el país. Salir de Chile, por estudios de postgrado, era una tarea aparte. Casi imposible. Era ir a un mundo ignoto e incierto. Y los casos que existieron, hace cincuenta o cuarenta años atrás, fueron mínimos para una población que, con esfuerzo, trataba de concluir una educación básica completa. El Estado ayudaba exiguamente y la liga de estudiantes pobres, por ejemplo, a su vez, becaba a muchos estudiantes, en esas épocas que, con el tiempo, se fue transformando en otra instancia, aunque, la idea de liga continuó hasta finales de los años ochenta y principios de los noventa para los últimos estudiantes que recibieron ayudas en esa modalidad.

Algunos estudiantes que tuvieron esa provisión más grande, fueron becados por el mismo Estado porque, a lo menos, en esa otra época, la idea era “gobernar para educar”. Aunque, también, hubo organizaciones que colaboraron con jóvenes que desearon tener intercambios internacionales. Recordemos, por ejemplo, al hermano de la Violeta, Nicanor Parra, que fue a Brown, USA, a estudiar mecánica avanzada; y a Inglaterra, un tiempo después, a estudiar cosmología. O al profesor Humberto Maturana y al profesor Francisco Varela quienes pudieron estudiar fuera de Chile entregando, posteriormente, al país y al mundo sus conocimientos e investigaciones. Sin embargo, todo eso es parte de la historia de un país que nunca ha tenido una política completa para educar a su población y menos, ha tenido, una política global para estudios de pregrado y postgrado.

Por esa razón, la pésima medida respecto de que no habrá convocatoria 2021 para que los postulantes jóvenes, y con alguna otra edad, pudieran estudiar en Chile y en el extranjero es un golpe artero a esos deseos y anhelos por seguir estudios avanzados. La razón es una sola: el país no tiene una política estatal relacionada con estudios de postgrado y menos hay una política relacionada con la ciencia; pero, sí para ayudar a las empresas, para hacer la vista gorda como en el caso del ex yerno de Pinochet y para gastos millonarios en armamentos de la policía. ¿Hasta cuándo durará esto? Hasta que el país, en su conjunto, y sus instituciones, incluyendo a sus autoridades, piensen, conversen, dialoguen y entiendan la importancia de tener un abundante talento humano preparado para brindárselo a la nación en razón de los aportes que pueden hacer personas interesadas en educación, ciencia e investigación.

De otra manera, todo será por azar, un asunto casuístico o simplemente por alguna ayuda específica, pero sin mayor trascendencia. No olvidemos por ejemplo que, en la última década, muchas personas que salieron a estudiar, por no tener una programación de retorno e inserción, nunca pudieron trabajar en sus áreas de estudios y menos pudieron generar ciencia debido a que no hay recambio en las universidades y porque en ellas no se permite, tampoco, la opinión nueva o diferente. Solo en esta ciudad conozco el caso de cuatro doctores, en distintas especialidades, que nunca han tenido acceso a brindar sus conocimientos de postgrado, uno de ellos, incluso, con estudios postdoctorales, por lo que han terminado por hacer cualquier cosa para sobrevivir.

Bajo la consigna llamada “wishful thinking”, el gobierno de turno y todos sus creyentes buscan recortar, eliminar y acabar con programas de estudios, becas, entre otros, aduciendo, sin evidencia científica, por cierto, que eso mismo ayudaría a la comunidad científica. Sin embargo, el tema es más profundo incluso que las plazas laborales académicas que se puedan contabilizar. El asunto tiene que ver con una nula política de Estado para que aumente el conocimiento científico, para que Chile incremente sus pensadores y artistas y genere un fomento real de una política de investigación ya que hasta donde se observa, actualmente, solo se estimula a un grupo de científicos que concentra, de manera endogámica, en las universidades, el poder de la ciencia aunque todos los datos indiquen que Chile no se destaca, precisamente, por ese triángulo virtuoso entre educación, trabajo e investigación y menos, o es discutible, en rigor, en logros de patentes, trabajos de creatividad, publicaciones e innovación.

Si los criterios son de rentabilidad y costo, de manera unívoca, y que todo se pretende que vaya hacia los beneficios inmediatos de instituciones, pero no al logro como país, entonces, no podemos determinar, en Chile, un verdadero interés en políticas públicas, educación y, menos, en ciencia. En tiempos en que hay dificultades sociales y de salud se hace necesario, con justa razón, asumir con mayor vigor y entereza los estudios y enfoques en salud, epidemiología, educación, biología, construcción, antropología, filosofía, arte, entre otras disciplinas, con el propósito de incrementar el conocimiento profundo de diversas áreas, reconociendo directamente el derecho a la educación de estudios avanzados, la democratización del sistema de becas y una acción verdadera del Estado por la investigación y la ciencia. Esperemos que con el nuevo documento/libro ciudadano, llamado Constitución, se abran las puertas para un verdadero y efectivo programa nacional de Educación y de ciencia. El país y su población lo necesitan. De lo contrario, seguiremos a merced del que amenaza, del insensato y de la trampa del Estado sin conseguir una sociedad mejor.

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

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