Hemos visto con gran impacto las imágenes que ha dejado el temporal en la zona centro sur de nuestro país, quedando en evidencia la irresponsabilidad y ambición del sector privado al querer construir y cobrar sin importar el dónde y del Estado en su falta de fiscalización y permisividad al entregar permisos y ante la falta de planificación.
Pero, ¿qué es una ciudad resiliente? Una ciudad resiliente es aquella que se prepara, evalúa, planea y actúa para responder a todo tipo de dificultades y catástrofes, ya sean repentinas, lentas de origen, esperadas o inesperadas. Esto, para proteger la vida de sus habitantes y asegurar el desarrollo, fomentando un entorno en el cual se pueda invertir y promover el cambio positivo.
Es aquí donde surge la pregunta: ¿Antofagasta es una ciudad resiliente?
Claramente no. Bueno, quizás ninguna ciudad en Chile lo sea. Esto, principalmente porque el mercado es el que rige cómo, dónde y cuándo se construye en las ciudades y no el análisis y la planificación urbana.
Es este mercado el que nos entregó una ciudad que ha crecido al punto de ser peligrosa y en muchos sectores invivible, no solo por lo poco resiliente a eventos catastróficos, sino que también por los diferentes tipos de contaminación existentes, sumado al deterioro y casi inexistencia de espacios públicos, tiempos de desplazamientos, etc. Y podríamos seguir con una lista interminable de aspectos negativos que hoy tiene Antofagasta.
Pero volviendo a lo ocurrido en la zona centro sur con las lluvias, el inconsciente colectivo de los antofagastinos piensa: «Bueno, en Antofagasta no llueve, entonces lo del sur no nos va a pasar». Sin embargo, nosotros tenemos el peligro de los aluviones y a pesar del sistema de piscinas aluvionales, estas al estar transformadas en basurales poco y nada ayudarían. Además, las zonas aledañas a las quebradas se encuentran densamente pobladas, mucho más que para el aluvión de 1991. Por lo que la potencial catástrofe sería aún mayor.
¿Entonces, cómo actuamos? Primero, con planificación urbana. Ojalá dándole la importancia que merece el desarrollo de instrumentos de planificación urbana como el PIIMEP (Plan de Inversiones en infraestructura de movilidad y espacio público), que podría poner el énfasis en diseñar una ciudad resiliente.
Lo segundo podría ser dejar de extender la ciudad, recuperando y densificando el centro de nuestra ciudad. Y no me refiero solo al casco histórico, si no a lo que hoy es el centro geográfico, la zona industrial, en la cual encontramos grandes paños subutilizados que podrían fácilmente transformarse en áreas de edificios de ocho pisos con un sistema de parques y áreas verdes.
Saquemos a los antofagastinos de las quebradas y llevémoslos al centro. Evitemos una posible catástrofe.