Sentada en mi escritorio comienza a sonar mi celular de forma insistente. Son mensajes de diferentes redes sociales. La Dirección de Jurídica de la Municipalidad tomó conocimiento de la suspensión del cargo de la alcaldesa. Otro paso más en el caso judicial que se sigue contra nuestra “primera autoridad comunal”, pero que ella llevaba ya varias semana obviando, como si el juicio y cualquier cosa que de él se derivara no existiera.
Y en la tarde, me llegó la respuesta de Karen Rojo. En un video en primerísimo primer plano, veo a Karen Rojo emitir afirmaciones que sin sorprenderme, sí me impresionan. Parte asegurando que “ha existido información muy malintencionada que ha llevado a confusión y, por supuesto, a generar una imagen negativa a mi persona”, refiriéndose sobre sí misma así, en tercera persona. Luego explica cómo, desde el 2012, un grupo de personas intenta sacarla del cargo por “secretaría”, bajo su creencia de que esas personas sin nombre y sin cara “no pueden entender que Antofagasta progrese de la mano de una mujer joven en la política”. Luego asegura que el amor de sus vecinos es y será incondicional.
¿Por qué me detengo en estas declaraciones? Por una razón simple: son un ejemplo claro y muy concreto de un mal que ha infectado a la política: el virus de altura. No es un término mío, la diputada Laura Rodríguez lo descubrió a principios de los 90 y hoy, casi 30 años después, es una epidemia de consecuencias mucho peores que las del covid.
Karen Rojo utiliza durante su declaración otras frases interesantes en las que nos detendremos después. Primero les hablaré del virus de altura y sus síntomas. Laura Rodríguez lo definió como “lo que le sucede a toda la gente que llega al poder. Yo lo veo más con los políticos, en el Parlamento, pero suele pasarle a todo el mundo que tiene un pedacito de poder. Es como un virus, porque uno se contagia y todo, hay una sintomatología, el que lo padece se siente de una cierta manera, adopta hasta posturas corporales especiales, anda más paradito, mira a todos en menos. Si hay síntomas y contagio, también hay antídotos” (entrevista a Laura Rodríguez en revista Apsi N°413, del 10 al 23 de febrero de 1992: “Yo no soy mis presas”).
Mucho más evidente en políticos y artistas, el virus de altura afecta a toda persona que posea una cuota de poder. Y con poder nos referimos a cualquier posición que te permite estar por sobre otro ser humano. Un jefe, un profesor, la persona que te recibe en la consulta médica y decide si podrás ser atendido o no, y cuándo. Es decir, el virus de altura es lo que le pasa a la persona sicológicamente con el poder. No lo sufren solo aquellos que tienen cargos públicos. Le pasa al que se compra un auto, quien de seguro siente poder sobre los peatones.
Otro de sus síntomas es la disociación con la realidad. Nuestro actual sistema político genera en nuestros representantes, en todas sus esferas, una separación entre la realidad de un ser humano normal y la de quien ejerce un cargo público. Son privilegios en todo orden de cosas, desde no hacer una fila o usar un estacionamiento especial en pleno centro, hasta la administración de grandes sumas de dinero para realizar acciones para el beneficio de todos o de unos pocos.
Y no hablamos solo de los parlamentarios, ministros o cualquiera en el cargo de elección popular. La cuota de poder rebalsa también a sus “ayudantes” que en nombre de su “jefe” acceden a algunos de esos privilegios, y de paso poseen el mayor privilegio de todos: entregarle la información al politicastro. Uno de los mayores responsables de esta disociación con la realidad son estos personajes, pues entregan la información a medias, impiden que las personas se acerquen a sus representantes a exponerles sus problemas, acomodan datos para hacerse indispensables y no perder el sueldo y la mínima cuota de poder que les otorga su trabajo.
Y de forma permanente zumban a su alrededor frases de falso amor de la gente, asegurándoles que todo lo hacen bien, que son magníficos, que todo está perfecto y que no existen detractores, sino enemigos que lo hacen por envidia y no porque su gestión pueda ser perfectible, cuando la verdad es que todas las gestiones son perfectibles. Así, el personero en cuestión obtiene una realidad alternativa, que unida a los privilegios del cargo, termina afectando su discernimiento hasta convertirse casi en una patología psiquiátrica.
“Por eso me reeligieron (por el cariño de los vecinos) y eso es algo que no pasaba hace casi 20 años en la comuna de Antofagasta”. Esa afirmación de Karen Rojo es un ejemplo claro. Ella de verdad está convencida de esta realidad. Esa es su realidad. Los hechos concretos son que meses antes de la contratación de Izquierdo (causa de su procesamiento jurídico) su nivel de rechazo era cercano al 90% y que de no ser por la asesoría de la empresa Main ella no habría sido reelecta. El otro hecho concreto es que en una realidad donde menos del 20% de los electores vota, pensar que lo obtenido en las urnas se mantiene durante el ejercicio del cargo es una creencia demasiado inocente. En un universo de 124 mil votantes, tener el voto de 30 mil es mucho menos que la mayoría. Y en una ciudad con 300 mil vecinos (y otros tantos más de población flotante) esos 30 mil votos se vuelven un número marginal.
A ratos me cuestiono si la tozudez de Karen Rojo responde a su interés por aportar al desarrollo de la ciudad o se trata más bien de una aspiración personal de éxito y prestigio para darle sentido a su vida. Es que oírle frases del tipo “Contraloría y Fiscalía actúan fuera del marco legal” (o sea, en boca de alguien que ha reinterpretado las leyes a su arbitrio para su conveniencia personal), “existe un grupo de personas que pertenecen a confabulaciones medias oscuras que han intentado sacarme del camino” (en una clara manifestación de paranoia un poco esquizoide muy propia de algunos sociópatas) o “son cosas antidemocráticas que están ocurriendo en nuestra comuna”.
Pues bien, la democracia de Karen Rojo no es precisamente la más justa, si lo pensamos bien. Bastaría preguntarle a todas esas organizaciones o juntas de vecinos que quedan fuera de fondos municipales solo por criticar abiertamente la gestión de la alcaldesa.
Mientras la alcaldesa asegura que ningún tribunal en Chile ha determinado que ella está suspendida, yo leo la respuesta del Tribunal de Elecciones que claramente dice que en estos casos opera el solo “ministerio de la Ley”, es decir, no es necesario que ningún tribunal determine la suspensión. Cuando el ciego no quiere ver y el sordo no quiere oír, no importa cuánto le digamos y le mostremos, y este es un caso muy clásico.
No sabemos bien que ocurrirá con Karen Rojo y su suspensión. Su ausencia el día viernes respondió a un “día administrativo” y no a la decisión de acatar la legislación vigente. Su abogado ya anunció que se apelará a esta decisión, mientras el TER acogió la solicitud de retirarla del padrón electoral, el vacío legal al que se aferraba su defensa para argumentar que la suspensión no era efectiva aún.
A mi me resta solo decir que me preocupa enormemente saber que los destinos de mi comuna radican en una persona tan evidentemente enferma de Virus de Altura, pues uno de los síntomas principales de la enfermedad son la falta de humildad para aprender, es decir, creer que uno se las sabe todas. Seguro eso les suena conocido. Y se va produciendo el distanciamiento sicológico y entonces lo que la gente opina pasa a ser menos importante. Entonces, las decisiones que nos afectan a diario no tendrán que ver con nuestras reales necesidades, sino con la visión de alguien cuya percepción está trastocada, alguien que de verdad se siente por sobre la ley y cree que sacar dinero de la educación y salud para mantenerse en el poder es válido, porque el monto fue bajo.
Solo dejarles la invitación a leer el libro “El Virus de Altura (sobre escritos e ideas de Laura Rodríguez)”, Juan Chambeaux. Seguramente después de hacerlo entenderán un poco mejor el accionar de la señora K y de muchos otros de los integrantes de la clase política.
Para obtenerlo, visiten https://laurarodriguez.cl/portfolio-item/el-virus-de-altura/