Los habitantes de Antofagasta nos sentimos sorprendidos cada día más por los estragos de la dura realidad: nos sentimos examinados por esa leve brisa imperceptible que arrebata vidas y porque, además, el desplome viene sin libertad, pero con toda la hipocresía acumulada de un sistema injusto y banal.
¿En qué nos estamos convirtiendo? O mejor dicho, ¿en qué nos están transformando? ¿En pobres ignorados? Porque lo que se observa es que nadie de las élites, gente muy encumbrada y desenfocada por lo demás, está ayudando, de manera seria, a detener la crisis de una pandemia que se burla de todas nuestras representaciones, pero, a la vez, nos muestra de forma indignante todo el círculo de carencias humanas y sociales.
El mundo, en tanto, parece un espejismo mientras en Chile, con sus autoridades políticas cada vez más erráticas o sordas, acumulan solo estadísticas de fatalidad y donde la tan mentada “estrategia de la crisis” es algo que nunca se ha elaborado, por lo que se nota la “suma de ignorancias”, como dijo alguna vez el cura Patricio Cariola en un colegio de esta ciudad. Qué decir de los errores y las irresponsabilidades en las medidas, y la ausencia de vitalidad en las ideas, porque todo se ha hecho de forma trastocada. La tozudez es brutal. La ramplonería es tremenda. El descontento es ya abismante. Sin embargo, una cosa es clara: no se puede creer más en embustes.
¿Qué somos? ¿País de fantasía: Bilz o Pap? ¿País del alambrito o del papel para colocar debajo de la mesa? ¿País de jaguares o tigres? Somos, en realidad, un territorio que necesita miles de millones de millones de pesos para hacer vivir dignamente a toda la población nacional. No esos sesenta mil, o la cifra que sea, de precariedad barata. ¿Qué es eso de “navegar la emergencia”? O, ¿entregar un “paquete razonable”? O bien, ¿dar una “inyección de capital”? En rigor, solo son artilugios de propagación lenta en la comunicación para envolver a las personas que todavía siguen ingenuas en un estado, al parecer, de individuos no pensantes.
Más allá de todo lo anterior, también hay que mirar a los ciudadanos y ciudadanas, migrantes, niños, niñas, jóvenes y mayores para que tengan sus viviendas de calidad, la salud de excelencia y una educación de verdad. Lo que parece un bello slogan es una desastrosa perversidad, porque lo que tenemos son cordones de campamentos en miseria, gente encerrada en guetos, muchísimas personas dando “boletas” por un trabajo sin ninguna ley social. No es una hipótesis decir que tenemos un pésimo servicio de atención en salud, o que hay que pagar fortunas por ella, y que la educación es solo para aquellos que pueden cancelar, con mucho esfuerzo, una mensualidad o tienen un dejo de suerte porque se acogen a alguna beca.
Pero, también se necesitan sensibilidades. Sensibilidades sociales e históricas. Pensar libremente. Brindar soluciones nuevas. No actuar con la insensatez. Pero, ya sabemos, que lo que ocurre ha sido y es insoportable. Una muerte ya es un dolor en que uno se pierde y se deshace. Miles de ellas es dejarnos en la frontera insaciable de lo aniquilado o del abandono absoluto. Por lo mismo, entonces, no se puede hablar de imanes ni sueños de desarrollo. Tampoco de optimismo sí, de sobremanera, la gente sale en el día a día a buscar el sustento. Los trabajos son trabajos, sin embargo, unos cuentan con protección y muchísimos vienen con lo del día, porque lo que importa es “parar la olla”. Lo que vemos, entonces, está relacionado con el “no estar preparados” y no entender el compromiso por lo humano y lo social.
La rapidez y la velocidad del virus, por lo tanto, aniquila el país y la “lucha” por mantener Santiago, y otras ciudades, ya está perdida, en verdad. El dueño de todo, entonces, es un ser invisible. Pero, también, ese todo es porque tenemos expertos y autoridades como seres “infectados de desconexión”, desajustados de la realidad, porque de lo contrario no se explica cómo han asumido el tema social desde hace meses.
Está a las claras que no todo es cientificidad. No todo es análisis con herramientas avanzadas. Estas suelen fallar, por lo demás. Lo importante sería recoger las propiedades esenciales del ser persona para abrir un sinfín de nuevas posibilidades. El sentido humano de lo simple, el llamado sentido común, puede generar acción, brillantez y sensibilidad, también. Pero, cuidado. Tener ideas es prácticamente un pecado mortal, según los contextos. ¿No hemos aprendido nada? El extravío está en nosotros. Aún busco ese país justo y digno que cantó el poeta, alguna vez.