Por Francisco Javier Villegas
Profesor de Castellano
¿Chile ve y respeta a sus personas mayores? ¿Siente el país que los verdaderos valores humanos está en las personas que tienen muchos años? ¿Los gobernantes del país se desvanecen por mejorar realmente la situación de las personas con más experiencias y vivencias de nuestra patria? ¿Ha sido realmente, este estallido social, entonces, la mejor oportunidad para asumir con grandeza lo que les corresponde a ellos y ellas que han entregado a la sociedad una vida de trabajo y pleno esfuerzo…?
Todas estas preguntas no tienen respuesta coherente ni solidaria cuando observamos y escuchamos a la “Abuela de la Dignidad” de Antofagasta, una persona de 73 años, quien, durante los últimos días, con su rostro semitapado, suele pasar en medio de los jóvenes, en plena marcha, yendo a depositar un cartón con un papel para que se enciendan en una fogata.
Paseando su mirada, de ojos llorosos y firmes, ante la multitud que la aplaude por sus gestos de resistencia, ella se ha convertido en una figura donde discurrre no solo la experiencia y el esfuerzo, sino también donde se encuentra el descontento, la enfermedad, seguramente, el dolor y la tenaz lucha por salvar el día a día.
¿Cómo es posible que la señora Alicia, a quien está dedicada esta columna, reciba míseros $104.000 de pensión? ¿Es un error humano, un yerro de algún burócrata, que ha determinado por alguna tabla numérica que ese sea el estipendio que nuestra abuela de la dignidad deba recibir mes a mes…? En este caso, y como el de muchas personas mayores de 60 años, no es que deseen obtener míseros pesos sino ser tratados como corresponde, más aún, en los últimos años de vida.
Es una medida flagrante y abusiva, por parte de este sistema y sus autoridades, en el sentido de condenar a muchos chilenos a la mezquindad y a la pobreza. Escuchando a la “Abuela de la Dignidad” la señal está a la vista y a las claras. El estallido social es incontenible, y más todavía, en quienes son pensionados, ya que es donde se debiera poner el énfasis de la justicia de reparto.
Una forma de mirar la naturaleza humana, y de lo que somos y hacemos, a partir de la lección de vida de la señora, en cuestión, es agrupando todas estas voluntades que vemos en los distintos espacios públicos de las manifestaciones y concluir que nos encontramos en la oportunidad, con sentido, voluntad y responsabilidad, por supuesto, de que se puede solucionar este legítimo malestar social.
Es evidente, que si existe un presupuesto reservado en la república para tantas cosas, que hoy podemos saber por las redes y por el periodismo de investigación, entonces, el sentido común más simple indica que la justicia de reparto económico puede ser activada súbita y sensiblemente.
La “guerra” que tienen nuestros gobernantes, entonces, con la población debiera estar siendo asumida y dirigida para que nuestras personas mayores tengan un buen trato, un digno pasar de vida e inclusive puedan viajar tranquilamente. Es decir, para que la “Abuela de la Dignidad”, y todas las personas mayores, comiencen su día de manera reposada y, por qué no decirlo, también de manera alegre.
En esta negación de la realidad surge el ejemplo de que cuando los vínculos de poder y megalomanías son tan grandes, la justicia social es un concepto escandaloso. Y cuando la complicidad de ministros, empresarios y políticos que destruyen personas y, por extensión, las vidas de estas, porque solo ellos pueden tener pensiones y jubilaciones millonarias, entonces, ¿de qué estamos hablando? ¿Ven ellos, dentro de este absurdo, lo
que le sucede a la gente común, a las personas de población y a la gente trabajadora? Los contextos insensibles alimentan la hoguera de la insatisfacción.
De esta manera, cuando el espíritu de fraternidad y solidaridad humana supere las pasiones desatadas por el poder, aumentará, entonces, la voluntad y el ánimo por querer que el tesoro humano de los adultos mayores, validado por los años y la experiencia, sea, en rigor, el “leit motiv” de la pertinencia en un gobierno visionario, justo y solidario.
Que esta columna, en homenaje a la “Abuela de la Dignidad”, nos ahorre comentarios, por cierto.
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