Por Francisco Javier Villegas
El gas químico y asfixiante que lanza la policía chilena en las movilizaciones sociales es impactante en su forma de ser lanzado, en el olor penetrante que emana y los estragos que hace en los ojos, garganta, nariz y cuerpo de los manifestantes, quienes durante cuarenta y cuatro días siguen en todo Chile saliendo a las calles y arriesgando sus vidas.
Los ojos quedan enrojecidos y no hay forma de quitarse el gas lacrimógeno que, muchas veces, se respira tóxicamente hasta el ahogo. Ni el limón ni el agua de bicarbonato consiguen aminorar lo que hay en ese gas extraño, violento e irritante, también. Pero este martes 26 de noviembre una mujer quedó ciega, mientras iba a su trabajo, tras recibir el impacto de una granada de gas lacrimógeno lanzada por los policías durante las protestas multitudinarias.
Muchos manifestantes y la sociedad chilena, en su conjunto, consideran que la impresión que ha generado ese tipo de violencia solo provocará más descontento y movilizaciones generalizadas. Por un lado, se ve un país precario, como abandonado a su suerte, en distintas ciudades del país. Por otro, aumentan los testimonios respecto de los jóvenes que están en primera línea devolviendo esas bombas químicas, que desde distintas longitudes, lanzan los policías.
Desde una parte de las calles, que no se aprecian bien, por el excesivo humo, aparecen jóvenes, que haciendo caso omiso a los disparos, salen en defensa de personas mayores, mujeres y niños que están en la marcha convocada por una mesa de unidad social. Son jóvenes, que cubriendo sus rostros, se han ganado el respeto de la gente por su arrojo y valentía, sin tener nada más que una camiseta, un pañolin (o pañoleta), una antiparra y sus cuerpos. En medio del descontento social, ellos, como verdaderos espartanos modernos, han ido acumulando aceptación y fama, por qué no decirlo, pero sin buscarla, porque solo han realizado actos heroicos viviendo en la resistencia, ya que van dando la cara frente al excesivo e irracional actuar policial.
¿Quién conoce bien a esos “jóvenes de primera línea”? Se conocen solo por la temeridad, el arrojo y la valentía que tienen. Cuando llegan a los lugares de encuentro y de las marchas esconden sus rostros porque temen el castigo o la represalia, pero también son aplaudidos porque son ellos los que se enfrentan a la policía, ya que sienten que no tienen nada que perder prestando apoyo a la gente que camina, salta (brinca), corre o protesta pacíficamente. Son muchachos héroes con pocas o ninguna oportunidad social en un país que vive una mentira económica y educativa. ¿Qué habría que mirar? El origen social de procedencia de muchos de esos jóvenes y, claro está, también darse una vuelta por las poblaciones y calles del sector norte de la ciudad y constatar que ahí “pican las jaibas” por el dolor de cómo se vive hacinado y con poco para el mes.
Cuando se les pregunta por qué están en las calles solo dicen de manera simple: “para que no haya más niños que tengan que entrar a centros de menores, por un sueldo verdaderamente digno, por un país más justo, porque al final son los propios gobiernos los que generan más desigualdades”. Parece, entonces, que en ellos se concentra el alma de esos otros jóvenes que murieron cuando Chile cayó en el pozo triste y nefasto de la dictadura militar algunos años atrás. De seguro, estos jóvenes tienen un valor comprometido con la lucha social y con un nivel de compañerismo que emociona; pero, también con una alta solidaridad por las personas que marchan, caminan y gritan de manera anónima y sin conocerse: son jóvenes sin rostro, que no se protegen, pero que danzan sobre las balas… algo parecido a David y a Goliat y que, claramente, quedarán en la historia sin tener grados ni estrellas.
¿Cómo explicar, entonces, las diversas historias de violencia que han experimentado estos jóvenes? ¿Cómo explicar sus gestos humanos que emocionan solo porque ellos tienen una gigantesca conciencia social? Desde el nivel de privilegios, definitivamente, no se puede expresar. Hay que decir la verdad: las movilizaciones han ocurrido porque miles de personas se han reunido en diversas ciudades, plazas y avenidas de Chile, pero los jóvenes de primera línea son los que permiten que esa movilización se realice. Son jóvenes que solo ven un trabajo cooperativo y una forma de resistencia en colectivo. Pero en las calles: unos siguen haciendo defensa del lugar, otros, están con escudos fabricados de tambores y latas para detener las bombas y balines; más allá, algunos están heridos, pero aún con la pierna o el brazo fracturado estos jóvenes ya son parte del “core” libertario del estallido social de Chile. Algo esperable, por lo demás, y ya sin vuelta atrás.
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