Por Francisco Javier Villegas
Profesor de castellano y Doctor en Didáctica
De manera rotunda, Chile ha estado enardecido en las últimas semanas y en el ojo del huracán a nivel mundial. El descontento se ha transformado en una ola gigante de malestar social por una serie de demandas tan diversas, pero absolutamente legítimas. En Sudamérica, entonces, habría que decir que hubo un país que parecía un modelo de desarrollo económico y que todos, equivocadamente, en la región lo comentaban y alababan. También, por extensión, desde las instituciones como el Banco Mundial o la misma ONU, así como los países de América, Europa, África y Asia, valoraban su itinerario de progreso.
Sin embargo, en las últimas cuatro semanas esa imagen se ha desdibujado para hacer aparecer la suma de las desigualdades sociales y económicas, las cuales se han mostrado con absoluta claridad en la sociedad chilena, pero fundamentalmente, en la sociedad mayoritaria que vive al día, que padece con los valores de los arriendos o hipotecas, que sufre esperando una atención médica, que experimenta el ninguneo y la nula consideración o que sufre los múltiples vaivenes para llegar a fin de mes sin caer en la esquizofrenia.
Una evasión de pago en el Metro de la ciudad de Santiago originada por escolares secundarios, entre risas y gritos, removió a la población nacional y generó un estallido social, que, al lunes 18 de noviembre, suma treinta y dos días días de protestas, movilizaciones, caceroleos, caminatas, tecitos rebeldes, actos culturales, tocatas públicas, marchas y un sinnúmero de otras acciones, las cuales tienen la creatividad y el ingenio de nuestros jóvenes y de nuestro propio pueblo.
Pero, también, hay narrativas o historias solidarias en las movilizaciones, en el sentido de que todos y todas han visibilizado lo mismo: sueldos bajos, pensiones miserables, educación carísima y privada, la salud precaria, el transporte descuidado y costoso, abusos e injusticias, desde varias décadas y los impresionantes casos de corrupción, entre otros. En esas historias solidarias, también, hay historias tremendas, donde nadie podría quedar indiferente, como la de Fabián Leiva y Manuel Gerardo Véliz, quién este viernes perdió su ojo arrebatado por las balas, porque digamos las cosas por su nombre, un balín es un eufemismo. Son jóvenes que han concurrido desde la calle y la lucha social y desde el dolor traumático, y en un hospital, hoy aparecen como nuevos hermanos y compañeros.
Sin embargo, parece, que poco importa lo que observan todos: que el sistema neoliberal en Chile se hace insostenible. Poco importa que la gente siga saliendo a las calles y gritando lo evidente todos los días, desde el histórico 18 de octubre, porque lo que se fracturó es lo que se ha denominado “la frontera de lo moral y lo socialmente aceptable”. Dicho de otra manera, los jóvenes, los estudiantes, las mujeres, los profesores, los pensionados y la población, en general, de alguna manera se han emancipado y han comenzado a demandar a las elites económicas y políticas lo que han visto como abuso y porque el “estar bien era una mentira y el estar mal, era una verdad”.
En un rápido catastro estadístico se deriva una cifra impresionante de casi cuatro millones personas que están participando en diversas manifestaciones en el país. Las movilizaciones y protestas que ocurren, entonces, en distintas ciudades de Chile, buscan una transformación del modelo social para tener una verdadera democracia. Pero la negociación a puertas cerradas, sin poder escuchar qué dicen o qué negocian, sin circuito de televisión, y con esa suma de sonrisas haciendo un acuerdo a espaldas de la sociedad, parece a estas alturas, un engolamiento propio de la época de Hobbes.
Lo importante es que ha aumentado, por cierto, el imaginario solidario y participativo de la población, ya que la gente se ha colocado en el lado de la solidaridad, en el lado de una toma de conciencia, asumiendo un rol activo como ciudadanos y abandonando la idea absurda del arribismo. Por lo mismo, en el escenario actual, y a las vistas, no se ha ganado nada. En efecto, solo se va en dilaciones y declaraciones insulzas y sonrisas que grafican el poder absoluto de una clase que Chile tendrá que continuar acusando con las manifestaciones sociales, puesto que las dos exigencias clave son tener una nueva constitución efectivamente participativa y democrática y terminar con las desigualdades estructurales que para el caso de este, todavía, bello país, son vivir endeudados, en el permanente consumismo y segregados socialmente.