El pensamiento es la actividad psíquica de los seres dotados de conciencia, y de manera más restringida, el pensamiento es el conjunto de funciones psíquicas y psicofisiológicas cuyo objetivo es el conocimiento. Es a este sentido más específico al que me refiero en esta nota cuando menciono el pensamiento simbólico. Luego el lenguaje es la facultad que poseen los humanos y los animales de comunicar entre ellos su pensamiento mediante un sistema de símbolos. Y el símbolo, por su parte, es un signo cuyo vínculo con lo simbolizado puede ser más o menos natural, más o menos convencional.
En todo sistema conviene distinguir los símbolos fundamentales y universales de los derivados y particulares. En nuestro sistema de símbolos compartido con los animales superiores, animales dotados de un cerebro consciente que les permite tener una representación del entorno, los símbolos fundamentales y universales son las nociones de objeto estable, de propiedad, de cualidad, de cantidad, de relación, de causalidad, de espacio y de tiempo. Y se entiende por qué estos símbolos o conceptos son fundamentales y universales: nuestro mundo está hecho de objetos estables, duran al menos un cierto tiempo en algún sitio u otro. Los objetos tienen propiedades y relaciones. Y entre las relaciones sobresalen las causales: la naturaleza es un tejido compacto de causas múltiples y variadas. Por eso, en todo pensamiento humano o animal, en todos los diferentes idiomas, existe lo equivalente a esa serie de símbolos fundamentales y universales. Sin esas nociones el animal no podría aprender nada ni sobre sí mismo ni sobre el entorno, y sin ese aprendizaje no podría vivir.
Se entiende entonces que sea imposible sentir simpatía por las doctrinas anti-naturalistas y anti-realistas que separan el pensamiento simbólico de la naturaleza como si el lenguaje fuera esencialmente una invención humana arbitraria. Antes del pensamiento simbólico humano con su lenguaje característico existieron las cosas naturales, el entorno al cual el hombre debe adaptarse para vivir. Y como la conciencia simbólica es lo último que aparece en el organismo, es ella la entidad y función más condicionada por las cosas y por las causas naturales de todo lo que existe en el mundo conocido.
La génesis de la intuición, del pensamiento, de las categorías fundamentales está determinada por la naturaleza de las cosas y por nuestra necesidad de vivir. No hay en los símbolos nada que, siendo indispensable para vivir, sea convencional. El aprendizaje y el empleo de las intuiciones y de los conceptos primordiales son, decía, operaciones que compartimos con los animales superiores, y en las actividades que no requieren de la conciencia, son operaciones que compartimos también con los vegetales. Sin este realismo naturalista en la formación del pensamiento simbólico, la idoneidad de los conceptos fundamentales para vivir sería un milagro continuado en todo tiempo y en todo lugar — inverosímil.
En otro contexto y por otras razones, Teófilo dice a Filaleteo: «Creo que lo arbitrario se encuentra solamente en las palabras y nunca en las ideas» (Leibniz, Nouveaux essais sur l’entendement humain, Livre III, París, 1842, p. 226).
Considero la verdad como la adecuación entre el pensamiento y las cosas. Ahora bien, la cima de la adecuación, y por lo tanto de la verdad, la ocupa la adecuación del pensamiento con lo necesario para vivir. Por eso el escepticismo y el solipsismo, así como las formas de idealismo, de subjetivismo y de relativismo que tienen una carga escéptica o solipsística, son juegos intelectuales con los que uno puede entretenerse mientras piensa sin actuar, o en la sala de clase mientras se enseñan esas doctrinas. Pero en el momento de actuar o una vez terminada la clase, empiezan las conversaciones con lo que eso supone: el reconocimiento de las otras personas y la comunicación eficaz. Y si uno está en el sexto piso del edificio, para bajar se toma el ascensor o la escalera (y no la alternativa trágica).
Los animales y los humanos pueden vivir anticipando lo que les sucederá gracias a la uniformidad de la naturaleza. La uniformidad está asegurada de manera eminente pero no exclusiva 1° por la acción de causas múltiples y diversas, 2° por la recurrencia, más o menos idéntica, de las cualidades de las cosas, y 3° por las analogías, por la recurrencia de proporciones. Sin uniformidad natural no hay generalización, no hay inducción, ni, por lo tanto, aprendizaje. Una de las concepciones de la causalidad se expresa así: aproximadamente las mismas causas producen aproximadamente los mismos efectos por traslación en el espacio y en el tiempo. Los animales, decía, también lo saben y lo suponen oportunamente, lo que les permite seguir viviendo.
«Si es poeta y quiere escribir un poema sobre los árboles, se adentrará en el bosque para que los árboles le sugieran las palabras apropiadas. Así para el poeta los árboles son los símbolos, y las palabras, el significado». A.N. Whitehead.