Columna: En tu partida, Francisco

Francisco, el malabarista del aire, estuvo con nosotros, apenas 24 años, en este inabarcable y arrebatado tiempo. En un clima que muchos quisieran olvidar, o definitivamente no ver, aquel joven era dueño de unos escasos objetos y de sus acompañantes perrunos que le seguían como fieles celadores. La idea era una sola: llevarse algo a la boca, con su arte, mirando activamente su realidad. Pero, ni el fervor alerta de sus malabarismos lo pudo soslayar de la muerte, a plena luz del día, ni aquella tuvo alguna delicadeza para sus últimos instantes. Entre movimientos que contaban sus historias en el pueblo de Panguipulli y lo que él hacía en las calles, la sociedad policial lo vio solo para aniquilar. El sistema, ya lo sabemos, no da espacios para el arte alternativo porque ve a los artistas, a los jóvenes, a toda persona que piense diferente como moscos o bichos, parásitos, les dicen. En el momento en que asumas ser provocador, crítico del establishment, te enfrentas a grandes riesgos, literales y metafóricos, o bien caes en el sin sentido de una muerte absurda.

Esta descripción solo trae una primera imagen de la realidad controlada y la brutalidad policial que el Estado va ejecutando lo que nos hiere. Y, aún más, claramente esto sucede en el país con miles de personas anónimas las cuales reivindican sus derechos y su conciencia porque necesitan sobrevivir. Y algunas a su propio modo. Sin celular, sin auto, sin ninguna tarjeta plástica. Pero, el propósito de cómo ocurre la vigilancia será siempre con el mismo modus operandi. Es la ciencia del control como una verdadera religión yendo en contra de las ideas porque es una época de alienación generalizada. El control preventivo o investigativo, la excusa, como dicen, es un indicio que se convierte en señal de un delito, prácticamente, y los policías, solo con un indicio, porque así la llaman, buscan controlar y disparar, pero, nunca persuadir y menos dialogar. Un ser humano es visto como un enemigo. Francisco, era un alma que no copiaba las formas ni los gestos arrebatados de los insensatos. Seguro que su alma era más libre que la de nosotros y, entre otras cosas, no estaba en sus modos el dejarse pisotear. Pero, sucede que estamos envueltos por bellacos que solo encienden daño y maldad. Y al final, ya sabemos lo que sucede cuando llega la impertinencia y el acto desalmado.

En Panguipulli, una tarde de febrero, la vida de Francisco se fue en un par de minutos. Sus manos, que eran la herramienta de los vuelos de sus malabares, no pudieron hacer la última genialidad, la última acrobacia como sacando objetos que brotaban desde aquella esquina, en ese pueblo del sur. ¿Qué hizo, de tanta gravedad, el joven Francisco para ser asesinado? Recogía sentidos para devolverlos con su cuerpo y sus recursos de movimiento en artilugios. Y era grato verlo, de acuerdo a muchos que vieron su arte, en la manipulación de sus objetos, porque combinaba sus habilidades con la ayuda social. Seguramente su inspiración era una sola: preguntar con ese eco de luz alguna cosa a los ancianos, saludar a los automovilistas, enriquecer con alguna belleza del movimiento lo que hacía girar o volar con sus objetos.

Pero, en la tarde de este viernes 5 de febrero el país quedó mudo por la violencia de su muerte. Un joven malabarista, practicante de un arte reconocido en todo el mundo porque es una tradición muy antigua que se realiza con diversos objetos, fuego o metales, es asesinado por un policía del Estado. La brutalidad del acto policial es vista en el escenario de las redes sociales donde se difunde ese horror del cual no habrá jamás palabras para entender que alguien arrebate la vida de otra persona. ¿Cuál es la razón para haber hecho esta muerte sabiendo que las armas llevan a la locura? Francisco, el joven artista de las calles, no despertará en esta aurora. Su vida quedó sepultada por cinco balas que sepultan también su pobreza, su cuerpo y su arte en vuelo. Lo que salía de su corazón no se entendía porque ni siquiera su asesino sabía su nombre. Y lo que irrumpía de sus brazos era lo que contemplaba algún imperio o sueño lejano, en su propio mundo, en nubes o en espejos.

Pero ¿desde cuándo llegamos a tener asesinos entre nosotros? ¿en qué momento el miedo de morir se hizo patente que ya no confiamos en los policías y en esas organizaciones del Estado? Nunca pensé que volveríamos a ver actos bestiales después de haber vivido el horror de otra época, un tiempo de escalofríos donde muchos quedaron enmudecidos. Hoy, mirar y ver lo que hicieron a Francisco nos debe hacer preguntar ¿por qué? ¿por qué hacer eso contra otro ser humano? ¿por qué hay personas que avalan la muerte como si la vida de otra persona fuera la nada? Febrero se congelará en mi corazón porque me he quedado en silencio, más allá de estas palabras. ¿El cielo era el límite de Francisco? Nunca lo sabremos ya que su vida fue arrebatada por un policía. Francisco, en el azul de tu partida, no serás un recuerdo; serás la esperanza de un tiempo que recién comienza.

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

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