Este martes 18 de febrero se cumplieron cuatro meses de movilizaciones incontenibles en todo el país. Antofagasta se publica como una ciudad en que la gente se moviliza sin miedo a pesar de las adversidades de su historia. Hay aroma de resistencia. Hay cara y aguante en cada encuentro ciudadano.
El resumen de todo se encuentra en sus calles, en su gente del sector de la Bonilla, en la Cachimba del agua, en la Salvador Allende, en la Plaza de la Revolución, en la Homero Ávila, en la calle Esmeralda, en las calles del centro de la ciudad, en la plaza Colón y en los distintos sectores de población donde gana la expresión crítica y colectiva de rechazo a la política de Piñera.
Sin embargo, nuestra ciudad y país necesita aún más de un enriquecimiento de ideas sociales. Y de manera absoluta. Ideas de envergadura y de creatividad. No arrogancias y tampoco, ambivalencias.
Alguien ya escribió, acertadamente, que “la verdad se vengará” y bien cabe ello en esta descripción. Es inexcusable, por lo tanto, una visión de país como un tesoro presente y no como palabras que se las lleva el viento. El país necesita, con estrépito, moverse hacia la formación de un nuevo tipo de persona, también, pero en la línea de la discontinuidad. Nada con la obsecuencia, por lo tanto.
A cuatro meses del estallido ciudadano, revuelta o rebelión social, necesitamos explicar mejor el trasfondo de esta sensibilidad histórica y no dar “comentarios de congreso nacional”, “palabras de vocería abreviada” u “opiniones de intendente”, muchas con apresuramiento y sin convicción. Opiniones que, por lo demás, no se salvan del reduccionismo o del facilismo para explicar la energía que recorre el país. Es decir, no necesitamos gente que esté negando día a día lo que es evidente al sentido común o explicando con absurdeces una serie de despropósitos que no vale la pena recordar ahora.
El territorio ciudadano, también, requiere hacer un viaje diferente, provocador, de grandes desafíos. Un viaje donde se sumen muchos y muchas en este mundo cambiante y dinámico. Un viaje, en verdad, que partió, en octubre de 2019, como buscando un eslabón perdido por el acto de reflexión, de pensamiento máximo, de personas abiertas y capaces, de jóvenes estudiantes, que nos llevaron a una dimensión sorprendente y que, ahora, es inevitable en su consecuencia por la acumulación de acciones de lucha que estaban adormiladas por años.
Sabemos que es saludable, por lo tanto, descubrirnos como seres sociales que acentuamos urgencias colectivas y percibimos, también, que nos podemos reconstruir mejor como país y como sociedad. Diríamos, entonces, que en estos ciento veinte días ha sobrevenido una serie de distintivas ponderaciones de su propia gestación, en una crisis social y política que tocó fondo. Al principio, el impacto por esa actitud desafiante de los estudiantes secundarios, más allá inclusive de todo movimiento estudiantil. A la vez, el estremecimiento por el arrojo y coraje juvenil cubiertos por un paño de emoción humana y de entusiasmo memorable.
Luego, la agudeza y el atrevimiento de los ciudadanos, hasta con la animosidad de sus propias vidas. Sin resignación y con la entereza y empuje palpitante de lo que significa dar la cara ha habido exigencia de dignidad por una mejor salud, por la eliminación de las listas de espera, por sueldos justos; por una mejor educación o por pensiones dignas. Ha sido la naturalidad de las personas, la gran cantidad de personas, que desprovistas de todo encontraron en la calle una tribuna para gritar y llevar sus razones pero, que, en un contraste infernal, son atacados en avenidas, arterias y pasajes, desproporcionadamente, en un espectáculo triste, alienante y hasta absurdo, a pesar de estar en pleno siglo XXI.
Tal como hemos visto y presenciado en estos meses, la idea esencial ha sido confrontarnos a una realidad respecto de cómo han funcionado las cosas en este país. Ha estimulado, por lo mismo, a la gente, a los ciudadanos y pobladores, a profundizar sus experiencias fortalecidos, en el día a día, como no lo habían experimentado en años. Y ha dejado, además, a la población, en su conjunto, como seres críticos de lo que han recibido y como individuos receptivos a toda la presente situación… dejándolos abiertos a una transparencia liberadora en el sentido de que se puede cambiar la sociedad nacional, o el proyecto país, a contrapelo del imaginario sistémico y segregador.
¿Qué le decimos de verdad, entonces, al trabajador Héctor Gana, a la adolescente Geraldine Alvarado, al ex soldado David Veloso, al obrero Manuel Véliz, al universitario Gustavo Gatica, a la trabajadora y madre Fabiola Campillai y a todas las personas que han sufrido abusos, golpes y vejaciones a lo largo y ancho de este país? ¿Dónde queda la mentada justicia social de la que diversas autoridades hablan con una desfachatez e imprecisión desventajosa? ¿Tiene la autoridad el pleno poder para atacar a sus ciudadanos y dejarlos sin ojos, sin trabajo, reprimirlos con bombas, con arrestos y detenciones ilegales o dejándolos sin poder salir de su casa y sin derechos?
Quien no escucha el mar de verdades no puede registrar ni sentir el frescor naciente de la gente entre la luz de sus palabras y el pálpito de sus movilizaciones. Diríamos, además, en estos juicios, que lo que ha recibido la gente ha sido una suma de violencias, y no estamos exagerando, además de un escaso o nulo reconocimiento por sus barrios o desde su condición de pobladores. Solo un ejemplo: hace dos días fui testigo cómo un profesional de la salud, en el Hospital Regional de Antofagasta, no tuvo ninguna consideración con una paciente no vidente tanto en el trato de acercamiento como en la expresión verbal que le dirigió. ¿Rara formación profesional o ambigüedades vacilantes motivadas por la ambición individualista de la medicina y la salud chilenas?
Sin embargo, las autoridades, o los líderes, no presentan soluciones. Absolutamente, ninguna con sentido común o con visión humanista y reconstructiva. Pareciera que la evolución no va de la mano con la dimensión del liderazgo. Y menos con la belleza de lo que significa ser persona. Pero, la pregunta fundamental es: ¿tenemos liderazgos? Yo, creo, que ¡ninguno! Más, todavía, en un país que, comparativamente con otros, resulta ser como una aldea, porque no somos inconmensurablemente abundantes a nivel de población.
¿Dónde está, me pregunto, la solución radical para ir adentrándonos en una decidida elegancia para responder a las demandas ciudadanas? ¿Dónde está la convicción de una credibilidad sincera, considerando el bajo porcentual de aceptación que tiene este actual modelo de gobernanza? ¿Dónde están esas personas del gobierno, y del congreso, que fueron a estudiar a Harvard, Berkeley, Tokio, Barcelona, Londres u otras ciudades y capitales famosas? ¿Siguen siendo ingenuos en su preparación, pero, muy diestros y obnubilados en la ambición?
¿Con tantos estudios, comprensiones y prácticas, esas personas no pueden hacer frente a estas desigualdades, discriminaciones, brechas o faltas de atenciones de humanidad para dejar en la población una vida fructífera? ¿Podríamos deducir, entonces, que esos estudios son una estafa? O ¿no quieren, definitivamente, estas autoridades hacer algo porque simplemente nos les place? La situación actual es que la convergencia por el poder y su ambición llena el estándar institucional e ignoran, a la vez, que, en realidad, hay un problema en el país y que las multitudes seguirán saliendo a las calles para exigir cambios completos y de fondo para nuestra sociedad.
En rigor, más parece la configuración de un dramático teatro de burlas que no ofrece, de parte de los actores, ninguna intención inspiradora ni tampoco la transformación de una voluntad que vaya a erradicar las desigualdades en lo social, educativo y político. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que los que compran y venden un arma AK-47 sean considerados, judicialmente, en mérito de normalidad porque lo que importa más, en realidad, es lo que ocurre en una marcha? Otro ejemplo: ¿Importa más trabajar colocando toda la organización institucional en el nuevo protocolo de uso de la fuerza para las fuerzas armadas, incluyendo un presupuesto, por cierto, que dedicar esfuerzos para revisar, de verdad, todo el sistema de pensiones de la población más sufrida de nuestra sociedad?
Lo que hay que comprender, de manera crítica y vehemente, es cómo ha resultado mal para muchas personas la realización de tantas cosas y actividades, que, efectuadas con trabajo y dedicación de muchos años, casi como hipnotizados, en algunos casos, en los quehaceres, no pudo rendir el disfrute de un día a día digno y con calidad. Probablemente, tampoco podríamos hacer mención, en dichas vidas, respecto de la innovación con visión de futuro y tampoco, determinar favorablemente si la población ha recibido la eficacia o una profunda mejora para su vida. La suma de todo esto más bien es una falacia. Solo pensemos en un tema que todos conocemos muy bien: la educación es el mejor signo de nuestra desigualdad como país.
Diríamos, a las claras, entonces, que la población se queja de la suma de problemas. De todo tipo. Pero, no se ha maximizado la respuesta de los líderes o como uno quiera denominarlos. O será que ¿faltan personas buenas en estos contextos? ¿personas más arriesgadas en las decisiones y más decididas en las resoluciones? ¿personas decentes y humildes en los yerros cuando estos concurren? ¿qué es lo que falta? ¿respeto por el otro ser humano, vigor en las convicciones o estamos en ausencia de valores sumamente particulares y extraordinarios? O definitivamente ¿falta el verdadero coraje y la luminosidad para asumir el espacio social del país con todo lo que eso significa?
La figura de un profesor de apellido Sharma bien vale su mención. Lo que falta es gente de “un corazón con dos piernas”. Gente que no se le pase por la cabeza ocasionar un descriterio ni abusar del otro generando el maltrato, la mutilación o la muerte. ¿Cómo es posible que tengamos tantos informes internacionales negativos respecto de los derechos humanos? ¿No nos han dicho que somos muy modernos o contemporáneos?
Sabemos, por todo lo que sucede en este estallido, que hay un antes y un después del 18 de octubre de 2019. Aquí no debiera haber categoría especial ni organizaciones sin ánimo. Solo queda involucrarse como persona y sujeto social, porque ningún papel o rol, en estas circunstancias, es reducido. A estas alturas, no hay excusas. Solo debiera existir un deseo por comprometerse, en estos tiempos que sabemos son turbulentos, pero que, al mismo tiempo, generan una abundante expansión de las ideas por el cambio: ¡Aguante Antofagasta!