Por Francisco Javier Villegas
Profesor de Castellano
¿Qué es lo que hemos logrado en estos meses? ¿Estar más iluminados como personas? ¿Ser solidarios en las calles…? ¿Hemos cambiado nuestra manera de ver las cosas del país? ¿Hay poesía para cambiar nuestra sociedad? O ¿el “Chile despertó” es la mejor frase que resume un país y un Estado en permanente tensión?
Hace prácticamente 98 días que hemos estado viviendo en un delirio de convulsiones sociales y de movilizaciones. De dolores incontenibles que han salido a la luz pública y que se han expresado en las calles. De malestares extremos que han sido comentados, con poca fortuna y asidero, creo, por un sinnúmero de estudiosos, políticos, cientistas y otras personalidades de afanes similares.
Pero yo extraño la voz de los escritores. Voces estéticas. Sin sesgos. Pero, fundamentalmente, extraño la voz de los poetas. Voces bellas y puras. De aquellos que trabajan la palabra de manera elegante, sensible y creativa. Echo de menos la palabra de esas personas que son casi videntes y que descubren de manera transparente la respiración de la sociedad.
La realidad está a la vista. La gente con pleno sentido común, la gente que sufre y vive el día a día con múltiples problemáticas, que hablan de situaciones de vida precaria, está ávida de reflexiones poéticas. No boberías. Ni tampoco chistes. Sino reflexiones con ojos del corazón. Reflexiones que deben ser escuchadas porque también las y los poetas nacen de repente. Y caramba que en las calles he visto poesía. ¿Un ejemplo? El cartel de una escolar adolescente que decía “Lo esencial es invisible a los ojos del Estado”.
En la belleza de las palabras, hace algunos años, o mejor dicho siglos, un poeta persa, llamado Omar Khayyam, escribió a propósito de sensibilidades que “el hombre que conoce la grandeza (…) no siembra en su corazón los granos del terror y de la imploración…” Y agregaba, de manera reflexiva: “si quieres conocer la paz, la serenidad, vuelve los ojos a los desheredados de la tierra, a los que gimen en el infortunio”.
Qué situación más infortunada para nuestra población, por ejemplo, tener enfermedades complejas y no ser cubiertos por el sistema de salud nacional. O sufrir anhelantes por una oportunidad, independiente de la especificidad, y que aquella jamás aparezca. O que por alguna razón tortuosa no prospere el trámite que se supone debía ser diligente, por lo que la espera resulta, a su vez, como de una crónica policial.
La realidad supera la ficción. Hace más de treinta años, yo, viví una situación oprobiosa. Tremenda. Con el tiempo, todavía, no alcanzo a dimensionar la magnitud de su impacto. No por desconocer el hecho o sentir que fue algo que sucedió así no más. Sino porque fue tan doloroso que, inclusive, me demoré años en relatar dicha experiencia. ¿Cómo vamos a esperar, entonces, otras tres décadas más, o cuatro, para tener calma y paz, justicia y verdad…?
¿Cuál es nuestro tesoro, entonces, en esta sociedad? ¿El ser humano o los edificios, las infraestructuras, los documentos…? A decir verdad, un buen poeta diría con absoluta claridad: el ser humano, la persona, aunque esta palabra signifique “máscara”. Porque, como alguien escribió, “si el país no prospera, el pueblo se vuelve indócil”.
Por lo mismo, falta la voz lúcida y de vívida experiencia de un poeta en nuestra cotidianeidad. “Una riqueza no convencional y claramente no valorada” en esta sociedad, como se refirió, acertadamente, un ciudadano consciente. Pensemos, entonces, en una voz amable hacia lo que sucede en este estallido ciudadano, pero que bien expresada de manera escrita, alcanza una verdad suprema en el ánimo. Se extraña una palabra poética al servicio de un arte estético, pero también al servicio de un carácter social, para calibrar, inconfundiblemente, lo que nos sucede.
De otras muchas cosas podrán referirse un sinnúmero de personas. Y puede estar bien, en la generalidad. Así lo han realizado varios, en distintos medios, durante estos tres meses. Bienvenidos los análisis y las ductilidades de los pareceres, aunque, a decir verdad, han sido realizados en blandas seducciones. Pero, si como sociedad seguimos estancados y no damos con las respuestas adecuadas y con visión humanista, entonces, entreguemos la opción a un poeta. Después de todo, también ¿qué ha quedado de ese tremendo vigor poético, para la sociedad, cuando nos ha enmudecido el sentimiento…?