Columna: Cambiar para no cambiar

El cambio de hace algunas horas en el gabinete del gobierno de turno no es otra cosa que la exacerbación de ideas que se alejan cada vez más de las personas y de los ciudadanos del país. Un país que por lo demás tiene gobernantes que no asumen protocolos específicos en esta pandemia ni atienden a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, razón por la cual no solo tenemos autoridades que desconocen la ciencia de la medicina, sino que también desconocen la disciplina de la matemática. Un ejemplo: tener 90% de ocupación de unidades de cuidado intensivo es igual para estas autoridades que tener 80% y por eso han iniciado su programa de desconfinamiento. Porque les da lo mismo.

En el intertanto, hemos observado cómo se cambia un gabinete con personajes conspicuos atrincherados en falsas figuras democráticas, que nunca han renegado del dictador, y asumiendo el poder con un dominio de arrogancia odiosa, porque el historial que tienen data no del presente, sino que de fines de los años 70.

Son un ejemplo de individuos que necesitan de la megalomanía y la influencia para pervivir en la trinchera de una lógica que solo busca renunciar a ver la realidad, observando al pueblo como dóciles borregos. Por otra parte, hemos escuchado que hay que cumplir la legalidad para superar los problemas yendo hacia la búsqueda del entendimiento; sin embargo, la realidad determina que este gabinete no es neutral, porque la cantidad de veces que escuchamos el nombre de la coalición de gobierno, en la misma conferencia de prensa, no debió impresionarnos para nada, sino que la incumbencia es dejarnos en claridad absoluta de que las promesas seguirán siendo solo eso: palabras vacías o huecas. Son palabras que solo buscan beneficiarse de una situación y atender a la idea que, a estas alturas, es una máxima: la política es solo el arte de lo posible.

Según el tratado político renacentista El Príncipe, del florentino Nicolás Maquiavelo, quien llega al poder por suerte o por bendiciones de figuras poderosas, le resulta fácil ganar más poder. Sin embargo, él no ordena, sino que, a los tiempos actuales, es la habilidad y la fuerza lo que determina el sesgo hacia la población, viendo débiles por todos lados. Por cierto, con mucha astucia, y acompañado del poder de la fuerza militar, de distinto orden y rango, el poder económico y con lealtades de diferentes sectores… ese poder va agregando influencia y, a la vez, también, miedo.

Y en ese ámbito, el concepto es aumentar la línea dura del gobierno, no renegar de nada de lo que han generado en estos diez últimos meses; rechazar toda iniciativa de cambio y evitar las ideas nuevas o pensamientos atingentes para la virtud de las personas. Por eso dicen populismo cuando se quiere ir en ayuda a las personas; rescate financiero, cuando quieren darle todo a las grandes empresas. La historia, por lo tanto, nunca será la misma, decimos, las personas que entendemos el lenguaje social. Lo que vemos hoy, a la luz de los acontecimientos, no es ningún paraíso. La creencia de que Chile es un país en desarrollo solo ha dado la fórmula para pensar que las cosas, en rigor, van en un sentido inverso porque la concentración de la riqueza sigue generando desigualdad y aquella se acompaña, además, de corrupción, monopolio y cortapisas a todo aquel que disienta.

¿Dónde está el problema, entonces? ¿En el cambio de gabinete? ¿En el 10 por ciento que retirarán las personas en algunos días más? ¿En la falta de entendimiento? O, ¿en la falta de ideas luminosas que expandan acciones atrevidas para ir aportando al beneficio de los seres humanos? Con seguridad, es disponerse a abrir la mente. Pero, ¿cómo abrimos la mente para superar el espíritu desquiciado de estos tiempos? Si unos dicen que lo mejor para la sociedad es el mercado; otros, que lo importante es contratar influencia para llevar a cabo la urdimbre política; otros, piden salvar a las empresas flexibilizando las normas de inversión de las propias AFP para ir en búsqueda del juego de casino o ruleta, a espaldas del pueblo. Y otros, están empeñados en que la población no lea, no se eduque y menos busque información alternativa. Ni decir algo al respecto del tema sanitario, si ni siquiera tenemos una política de salud pública global.

Pensemos, entonces, que el mensaje ahora, desde el gobierno, es de dureza y exclusión. Directa y absoluta. A estas alturas, y no seamos ingenuos, lo que se pretende, por ejemplo, es esquilmar Codelco, vender televisión nacional y flexibilizar todo lo relacionado con lo laboral. Son los “caballitos de batalla” de este nuevo gabinete que se atrincherará en el rechazo y donde ya no se les cree nada, desde hace rato, porque no ha habido entendimiento o comprensión por las necesidades de la gente. Por cierto, también, infiero que estará el hecho de retrasar el plebiscito del 25 de octubre, que es igual a no creer en él y, lo más grave de todo, no asumiendo ninguna responsabilidad política por las muertes que han ocurrido; así como también, no reconocer la pésima gestión en tiempos de la pandemia, negando la ayuda oportuna y amplia a la población nacional. La consigna es hacer nada, pero librar de todo eso que es como decir “aquí no ha pasado nada”. Cambiar para no cambiar; hacer oídos sordos para enmascarar la profunda fractura social que tenemos.

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

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