Un día mágico: La gesta del 25 de octubre

No es posible… aceptar este mal sistema, por eso HEMOS GANADO”, decía la camiseta de una joven, como una protesta y una denuncia, a la vez, en una frase que describe absolutamente el malestar de una época y la victoria de un país. Era la noche del domingo 25. A diferencia de otros domingos… ahora, todos lucían alegres, felices, en el estampido de un triunfo arrasador. Por esa razón, este texto es una columna esencialmente de emoción y poesía. No podía ser de otra forma. Emoción especial e histórica desde una revuelta social, origen de todo este impulso, que confronta los sentidos de las injusticias y una poesía delirante que absorbe cada grito y cada expresión en las calles donde existe movimiento e intensidad. Sin embargo, las palabras no alcanzarán a mostrar jamás todo lo que sintió la población y la ciudadanía completa en el día y la noche del domingo 25 de octubre. ¿Una catarsis o una fabricación de destino? ¿un orgasmo de pleno poder en el territorio que recién amanece o un esfuerzo popular donde nadie se quedó inmóvil?

El día mágico, esta vez, llevó adherido el único ánimo del país: ¡ahora era verdad! Decir, a través de un lápiz y dos papeles, lo naciente y atávico que es luchar ante las frustraciones, contra el ser mirado en menos, contra el no disponer de las verdaderas oportunidades o, sencillamente, no poder seguir haciendo un camino propio en el territorio. Un día mágico que, por lo demás, ya no era una película o una historieta, recorrió cada rincón del país, así como también envolvió cada calle como un lugar entregado a resonar en su propia historia. La propia obra del país, deseando, de manera maciza, esculpir su propia realidad, a pesar de la amargura profunda de tantos olvidos de la patria. Porque, a favor de lo anterior, las fuerzas sociales de un pueblo se unieron a pesar de haber sido motejadas hasta el hartazgo. Había sido demasiado, inclusive, que hasta la palabra pueblo se había convertido en un término desterrado del lenguaje diario y cotidiano. Un término vapuleado y que, si era expresado por alguien, sobrevenían miradas extrañas como en sombras o como una furia oscura.

Esta, entonces, puede ser la historia de nuestras prisiones y de la serie de injusticias en nuestro país. Un país que no permitió honrar a sus habitantes porque se fueron millones de vidas en décadas de las décadas sin más afán que aniquilarse en el ciclón de los trabajos con pagas exiguas y de forma anónima, siendo que ellos eran los tesoros plenos de una nación. El país había quedado en trance o en estado zombi por más de treinta años.  Alguien dijo, acertadamente, por lo mismo: “Nada de las promesas políticas flotan en nuestra casa, porque nos hemos quedado como resignados… hasta ese 18 de octubre de 2019…”

En realidad, ha sido mucho tiempo para estar sumergidos y anónimos, entonces, en las horas de las fuerzas atropelladoras, aceptando una falta absoluta de sentido común, con las violencias arrogantes e intolerablemente acumuladas. La invocación de los jóvenes, los verdaderos héroes, que quieren arreglarlo todo y vivir en algo que sea justo… cayó en la cuenta amplia de la solidaridad para unirnos en ese lazo humano de ir contra la barbarie. Y, luego, nos hizo regresar a ese tiempo de océano, en las calles, donde todos podíamos ser conscientes y generosos; luchadores y esperanzadores en el oficio simple del vivir con dignidad.

Pero el país tuvo que recorrer un largo año en la lluvia cruel del abuso del poder. Tuvo que esperar esas luchas diarias y semanales en las calles y en los barrios de cientos de pueblos y ciudades. Tuvo que recibir disparos, sufrir el dolor por la pérdida de visión de muchos jóvenes, la pérdida de vidas y el encarcelamiento de niños, jóvenes y adultos para ir abriendo, poco a poco, un despertar de la desobediencia civil, en razón del concepto de que “no estoy de acuerdo a obedecer lo injusto”.

Como era de esperar, una parte de las demandas y de la lucha fueron asumidas, por la propia población, en un tiempo difícil y en confinamiento, más encima, para abrirse a grandes iniciativas populares como las ollas comunes, la solidaridad de los barrios por la pandemia, o a exigir su propio 10 por ciento, porque ya “no teníamos nada”, como formas de sobrevivencia. Era la bofetada para aquellos que se llenaron los bolsillos, los que siguieron expandiendo el negocio o seguían hablando de una guerra, que en cualquier situación era inexistente, con adolescentes K-Pop incluidos. ¿Qué sucedió, entonces? Los que viven en las tres comunas, en el mundo paralelo, o en el triángulo de las Bermudas de la riqueza, no escamotean lamentos a causa de sus pecados, porque nada se cuestionan ni tampoco cejarán en sus planteamientos. Los que dicen, eufemísticamente, entonces, que todo es una fractura, una división, una sorpresa… no navegan en la realidad del trabajo, sumergidos en la miseria o el dolor injusto de la inequidad organizada por estos gobiernos torvos y sus partidos políticos en todos estos años.

La importancia de ese pueblo sabio que asumió con sus propias fuerzas dar vida a la propia vida es, al fin y al cabo, la resonancia de toda esa participación electoral nacida y continuada en las calles. Si prácticamente el 80% de los que fueron a votar, está en el lado de los que son trabajadores asalariados viviendo en una constante de deudas, con sueldos vergonzosos de doscientos o trescientos mil pesos y sin mayores oportunidades e invisibilizados en sus derechos, entonces, lo de la gesta del domingo 25 de octubre pasa a la historia como el momento de ir sustituyendo esas enormes, gigantescas y terribles diferencias y desigualdades de este contradictorio Chile.

Ya sabemos que desde los siervos de la edad media comenzaron a aparecer las personas de las urbes y, en ellas, la burguesía fue en ascenso, lo que vino a ser igual a tener una nueva modalidad de asalariados, pero, ahora, en las ciudades. Algo que se ha repetido en diferentes etapas de la historia. ¿Podemos decir, entonces, que las personas de hoy, que viven con una suma de tarjetas plásticas, muchos llenos de fármacos, para poder funcionar, y usurpados hasta en sus derechos sociales, fueron los que dijeron basta a todos estos abusos reflejados en ese deseo de una nueva constitución? Lo que es una realidad probada, porque así la estadística lo refleja, es que la población chilena, el pueblo, la gente contagiada del deseo de cambio se merece, ahora, el verdadero manantial de los actos solidarios y libertarios para sus propias vidas. ¡Buena salud para la nueva constitución! ¡Pero, cuidado con los que se subirán de constituyentes!

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

Related Post