Columna: Sin tetas no hay transformación

Foto: www.eldesconcierto.cl

Dos precisiones iniciales: 1) No busco arrogarme la representación de las mujeres en sus reivindicaciones diarias, hoy visibilizadas con aún más fuerza. 2) Feminismo no es equiparable con machismo.

Dicho esto, los sujetos activos en la construcción de los procesos sociales, económicos, políticos, culturales e históricos, por lo general, se han reconocido como hombres adultos, de clase alta y con cierto estatus social. Originariamente, las sociedades, y la chilena en particular, heredan una organización social estructurada a partir de una cultura patriarcal, desde la familia hasta el Estado.

Como las relaciones humanas se constituyen en tanto relaciones de poder, dentro de tal estructura éstas han reflejado la dominación masculina sobre mujeres, niñas, niños, diversidad sexual y otros sujetos invisibilizados o excluidos de los procesos mencionados.

Por estos días, nuestra sociedad protagoniza un punto de inflexión clave en la historia. Los crecientes y condenables casos de violencia de género, abusos y muertes a infantes, denuncias de acoso, entre otros hechos constituidos como prácticas sostenidas en el tiempo, son motivo de indignación y movilización de miles de personas, en Chile y otras partes del mundo.

Esta «cuarta ola feminista», busca transformar las estructuras que ordenan y dominan nuestra vida cotidiana, las que se manifiestan en nuestras prácticas a nivel público y también en lo privado e íntimo. Por ello, lo de hoy no es circunstancial, y responde a una acumulación histórica de luchas y demandas por una sociedad más justa y digna, con relaciones más horizontales.

Existen quienes se molestan, rechazan o se sorprenden con un grupo de mujeres marchando con su pecho descubierto y no ven con el mismo ojo crítico la violencia que subyace en programas de humor en TV, en letras de canciones, en series sobre narcotráfico o el caso puntual de «Sin tetas no hay paraíso», que han facilitado discursos cargados de prejuicios hacia ciertos sectores.

La sociedad se escandaliza por mostrar el cuerpo de una mujer en tanto herramienta de reivindicación política y no por verla como objeto de deseo masculino. Esto último naturalizado, tanto como los acosos y los abusos, tanto a mujeres, como hacia la infancia, adolescencia, diversidad y todo sujeto excluido por la «mano invisible» que -lamentablemente- escribe la historia.

«No hay que ponerle color», dicen. Pero ahí yace lo peligroso: la invisibilización del problema de fondo, al bajar el perfil de los hechos. Por tanto, un primer objetivo se ha cumplido: lograr remecer a la sociedad chilena.

Paralelamente, se sigue desarrollando una masa crítica a partir del debate y se van concretando acciones en espacios institucionalizados de manera rígida por una Constitución y leyes que deben ser acordes al siglo XXI. Para quienes no nos podemos denominar feministas aún, les invito a instruirnos, a cuestionar las masculinidades y nuestros privilegios y ponernos a disposición de acompañar este proceso histórico, sin ánimo de ser protagonistas.

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