Columna: Santiaguinismo profundo, extractivismo neoliberal y zonas de sacrificio

“Santiago es Chile”. Esa es la frase insidiosa, insistente, indiferente a lo que ocurre en los territorios que escuchamos quienes vivimos o hemos vivido en regiones. Y duele, porque -en cierta manera– la frase tiene mucho de razón. Duele, porque ni siquiera se refiere a todo Santiago, sino a sólo tres de sus comunas, las mismas que votaron rechazar la propuesta para crear una nueva constitución y las mismas que concentran el ejercicio del poder político y económico. Porque desde el barrio llamado “Sanhattan”, que alude al arribismo criollo de compararlo con el distrito financiero norteamericano de Manhattan, se decide el futuro del resto de las regiones del país. Sumado a que en reuniones entre Sanhattianos y el gobierno de turno se determina, fría, pragmática, tecnocrática y deshumanizadamente –atributos fundamentales de un/a buen/a neoliberal– cuántas vidas humanas y no humanas serán sacrificadas en el altar de una estabilidad macroeconómica, para que las deidades de la globalización nos bendigan con un aumento sostenido en la tasa de crecimiento del producto interno bruto.

Lo anterior es bien sabido por cada provinciana/o, pero sobre todo por los pueblos originarios, sometidos primero por el colonialismo centralista exterior del imperio español y luego por el colonialismo interno del estado chileno. También por la naturaleza destruida, que aún recuerda en sus heridas abiertas, en forma de relaves abandonados, de ríos secos y napas subterráneas sin agua, de ecosistemas prístinos afectados por salmoneras, o de diversidad biológica perdida entre la homogeneización con fines de mercado. Incluso la construcción geográfica y geopolítica del país evidencia el centralismo histórico, que se expande con voraz hambre exportadora. Así lo muestra el avance hacia las ricas tierras del norte y del sur, donde industrias extractivas se levantaron sobre los cementerios de quienes se atrevieron a resistir el embate del estado preocupado por aumentar la producción, en beneficio de élites santiaguinas y extranjeras.

Este modelo de desarrollo, que el estado chileno ha seguido desde antes siquiera de ser un estado independiente, ha sido identificado como “extractivismo” por varias/os autoras/es latinoamericanas/os como Eduardo Gudynas (2009, 2010) y Maritsella Svampa (2013, 2019). Así, el extractivismo puede ser entendido como una estrategia a largo plazo, donde los estados priorizan la explotación de bienes naturales con poco valor agregado, principalmente para su exportación y dentro de una lógica extremadamente favorable al libre mercado[1]. Esto también implica que el centro del poder político y económico (ya sea Madrid o Lima durante la Colonia o el Santiago de hoy) decide consciente y deliberadamente qué territorios serán periféricos y cuáles vale la pena sacrificar para “darle combustible a sus propias economías y estilos de vida” (Hayter, Barnes, & Bradshaw, 2003, p.21). Con el paso del tiempo, este modelo no se ha superado, sino que se ha maquillado, contorsionado y profundizado, a pesar de pequeños respiros, como cuando se avanzó en la construcción de infraestructura (ferrocarriles, carreteras, fundiciones) e industrialización con la minería entre 1850 a 1940, y durante la implementación de políticas de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) (Meller, 2007).

Hoy, el extractivismo se nos vende bajo la propaganda neoliberal[2], con la idea de que la riqueza arrancada de la tierra, los océanos, el aire y la biosfera en general –así como del esfuerzo de las y los trabajadores– para el lucro privado, se nos devolverá en forma de “chorreo”. Como lo resumió Margaret Thatcher, la promesa del neoliberalismo “es [ser una] marea que levanta todos los barcos” (Arias-Loyola, 2021, p. 599), pero la realidad demuestra que tal marea “sólo ha levantado algunas embarcaciones” (Argent, 2017, p. 808): los yates lujosos, propiedad de conglomerados multinacionales, o de las familias habitando las mismas tres comunas de Santiago que acaparan gran parte de la riqueza del país. Cualquier reclamo contra estas injusticias ha sido rápidamente recibido por el servicio al cliente del modelo neoliberal, conocido como represión estatal y policial.

Este histórico “Santiaguinismo profundo”, como lo ha llamado la connotada científica feminista, fotógrafa, música, antofagastina y convencional constituyente por el distrito 3, Cristina Dorador Ortiz, ha sido a un costo humano, ambiental, histórico, cultural y ecológico inmoralmente indefendible e históricamente insustentable. No sólo ha destruido e invisibilizado estilos de vida de los pueblos originarios, sino que continúa alimentándose de miles de vidas humanas y no humanas, tal y como lo demuestran la altísima contaminación de ciudades extractivas como Antofagasta, una de las con mayor contaminación de metaloides en el mundo; la tasa de muertes por cáncer en regiones mineras; la desaparición y amenaza de especies en bosques, ríos y zonas marítimas; el aumento del costo de vida; la expulsión de trabajadoras y trabajadores a la vivienda informal; la militarización de la Araucanía; la división por género del trabajo extractivo; y la precarización de la vida en general en regiones ricas en bienes naturales.

Es decir, el extractivismo centralista neoliberal chileno no para de comerse a sus hijas e hijos, bípedos, cuadrúpedos, mamíferos o microscópicos, en el festín del crecimiento económico infinito, engordando a los y las mismos/as comensales de hace tantos años. A modo de ejemplo, la última encuesta CASEN indicó que el 10% de la población más rica de Chile tiene ingresos por trabajo 416 veces más altas que el 10% más pobre. Peor aún, esto no considera que gran parte del valor extraído de la naturaleza no es capturado en el país, sino que en las casas matrices de las multinacionales en el extranjero, ya que Chile aún es un edén tributario demasiado bueno para ser verdad.

Sin embargo, este triste y asimilado diagnóstico ha dejado de considerarse como inescapable, y sus defensoras/es han perdido el control de su reproducción. Desde el estallido de octubre del 2019 y el inicio de la Convención Constitucional, hoy representantes de pueblos y territorios colonizados y sacrificados se rebelan contra esta historia y el fatalismo determinista neoliberal. Hoy el nuevo modelo se discute en Mapudungún, Quechua, Aymara, Rapa Nui y Español, y desde estas variadas cosmovisiones supera las cadenas que impedían la liberación de la sociedad en su pluralismo social, cultural, productivo e histórico. Es cierto que el proceso ha sido –y continuará siendo– desafiante para todas y todos los involucrados directos e indirectos de crear y aprobar la nueva constitución política, única tanto en nuestra y como en la historia universal, pero sería irresponsable no reconocer lo mucho que ya se ha avanzado en esta terra incógnita política –a veces inhóspita, pero siempre llena de posibilidades.

De la rabia y el amor profundos nace la esperanza revolucionaria, nos enseñó Paulo Freire en su Pedagogía de los Oprimidos (1970). Hoy, voces como las de Cristina Dorador y Elisa Loncón, entre muchas/os otras/os, no sólo nos hablan desde la necesaria rabia diagnóstica, sino desde el amor inclusivo y creador. Y desde esas voces se alimenta una esperanza experimental y única en el mundo, haciendo eco de quienes demandan y merecen vivir en un país mejor. Es el tiempo de considerar modelos de producción alternativos al capitalismo patriarcal neoliberalizado, que aseguren la autonomía económica y política (cooperativismo, autoproducción), así como la regeneración medioambiental (consumo ético, economías circulares y ecológicas) y el respeto a la diversidad sociocultural. Uno donde el Santiaguinismo extractivista al favor de algunas elites chilenas y extranjeras haya dado paso a un humanismo descentralizado, horizontal, radicalmente democrático, ecológico, inclusivo y sustentable. Donde la sociedad asegure la buena vida de quienes demandamos tales cambios, de quienes aún luchan, de quienes lucharon y ya no están, y de la vida animal, vegetal y microscópica que nos acompaña y sostiene.

Los territorios sacrificados y su vida ahí contenida ya no esperan dócilmente recibir el cuchillo ritual en el corazón. Las y los oprimidas/os, condenadas/os y olvidados/as por el extractivismo, han progresivamente abandonado el altar. Cierran sus venas abiertas, cuestionan sus pilares ideológicos, y hoy –alegre, tensa, experimental y esperanzadamente–  se (de)construyen y rencuentran en la co-producción de una nueva, más descentralizada y cultural, social y ecosistémicamente sensible y emancipada geografía.

Agradecimientos: Agradezco los comentarios y sugerencias de Macarena Barramuño, Naia Banks-Frias y Pamela Poo que ayudaron a mejorar este ensayo. Gracias también a Cristina Dorador por inspirar este texto con uno de sus geniales twits y trabajo en la Convención Constitucional por la descentralización, entre muchos otros temas. Todo lo mejorable y criticable, es culpa mía.

Referencias

Argent, N. (2017). Rural geography I: Resource peripheries and the creation of new global commodity chains. Progress in Human Geography, 41(6), 803-812.

Arias-Loyola, M. (2021). Evade neoliberalism’s turnstiles! Lessons from the Chilean Estallido Social. Environment and Planning A 53(4), 599-606.

Freire, P. (1970). Pedagogia do Oprimido. Argentina: Siglo XXI Editores.

Gudynas, E. (2009). Diez tesis urgentes sobre el nuevo extractivismo. Extractivismo, política y sociedad, 187.

Gudynas, E. (2010). The new extractivism of the 21st century: Ten urgent theses about extractivism in relation to current South American progressivism. Americas Program Report, 21, 1-14.

Hayter, R., Barnes, T. J., & Bradshaw, M. J. (2003). Relocating resource peripheries to the core of economic geography’s theorizing: rationale and agenda. Area, 35(1), 15-23.

Meller, P. (2007). Un Siglo de Economía Política Chilena (1890-1990) (3rd ed.). Chile: Editorial Andres Bello.

Springer, S. (2010). Neoliberalism and geography: Expansions, variegations, formations. Geography Compass, 4(8), 1025-1038.

Svampa, M. (2013). Consenso de los Commodities y lenguajes de valoración en América Latina. Nueva Sociedad (244), 30-46.

Svampa, M. (2019). Las fronteras del neoextractivismo en América Latina: conflictos socioambientales, giro ecoterritorial y nuevas dependencias. Germany: Bielefeld Univeristy Press.

[1] Vale la pena diferenciar el extractivismo aquí explicado, del neoextractivismo. Este último se refiere al proyecto de desarrollo implementado por estados progresistas de la llamada Ola Rosada durante comienzos del siglo XXI en Latinoamérica, donde esos estados intervinieron fuertemente las industrias extractivas con políticas, legislación y nacionalizaciones, administrando el extractivismo con el fin de promover políticas sociales. La diferencia principal entre extractivismo y neoextractivismo, entonces, es el rol que cumple el estado y los mercados en la administración de tal estrategia de desarrollo.

[2] Para clarificar, y basado en las sugerencias de Springer (2010), propongo comprender el neoliberalismo chileno como: i) gobernabilidad (aumento en la tecnocracia y despolitización de las masas populares); ii) como conjunto de políticas (privatizaciones radicales, promoción del libre mercado y la defensa acérrima de la propiedad privada y lucro) y iii) como proyecto hegemónico ideológico (una ética basada en el individualismo, el consumismo y la competencia) (Arias-Loyola, 2021).

By Martin Arias Loyola

Martín Arias-Loyola es Director del Magíster en Gerencia Pública y Desarrollo Regional, UCN.

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