Columna: Pailita y la necesidad de un orden

Por redes sociales nos enteramos que Pailita es su nueva víctima. Atacado con esa crueldad tan característica de quienes moralizan por un mundo mejor. Respecto al género musical en cuestión, me parece que la música urbana, con su constante apología a la lumpenviolencia, no es más que la banda sonora cruel y sin compasión de una época cruel y sin compasión. Simplemente, la crueldad ha terminado por devorar a sus propios hijos y apologetas.

Sin embargo y más allá de las simpatías personales por dicho género y sus exponentes, corresponde revisar el trasfondo de sus palabras, más allá de la caricatura y el despecho ideológico. Quizás toda la caterva de moralistas sádicos que pululan en las redes debería hacer gala de aquella empatía tan cacareada y jamás aplicada, para revisar lo dicho por la persona en cuestión.

En primer lugar, sus palabras evidencian una subjetividad presente en parte importante del pueblo chileno, subjetividad marcada por una impronta conservadora, violenta y autoritaria: ¿Acaso cuántos de nosotrxs no ha deseado amarrar a un delincuente y darle unas buenas patadas en el culo?; ¿Cuántos nos hemos añorado que torturen a los pedófilos o que cuelguen de un poste a los sinvergüenzas que han embaucado al estado por millones? Son reflejos de una forma de vivir y entender la sociedad, que escapan a la conciencia de lo adecuado y políticamente correcto.

En ese sentido, su alusión a los militares es más bien obvia, sin necesidad de hacer psicopolítica de shopería. Simplemente tiene que ver con que, en el universo de los lugares comunes, los militares son lo que aparece en muchas cabezas cuando se habla de “orden”.

Probablemente un orden presidido por militares es algo indeseable para la mayoría de la población; sin embargo, la demanda por un orden persiste: muchos lo hemos escuchamos en las monsergas de los colectiveros o en las miradas de preocupación de las viejas cuando ven la tele o revisan sus celulares; también lo hemos percibimos en nuestro miedo de estar en ciertos lugares a determinadas horas o de no saber si llegaremos a fin de mes. Todas y todos hemos percibido esa insoportable sensación de liquidez que ha teñido todo: nuestros trabajos, nuestros afectos, nuestra estabilidad, nuestra sexualidad, nuestra vida, nuestra muerte, todo.

A partir de lo anterior, quizás Pailita no sea el flaite facho y desquiciado pintado por aquellos mismos que ayer lo colocaron en un pedestal, sino que sus palabras tienen que ver con una legítima angustia respecto al desorden que impregna nuestras vidas. Quizás el espectáculo de medio país en llamas despertó incluso en un apologista del caos la aflicción por el desmadre. Y he ahí su demanda por algún tipo de orden.

Es importante reflexionar sobre esa necesidad de orden, pero abandonando las cómodas coordenadas de un humanismo fosilizado; tampoco sirve el escupitajo moral, el cual ha degenerado en el mejor índice de petulancia e imbecilidad política actualmente existente.

Estar con el pueblo es comprenderlo, pero también comprenderse a uno mismo en el proceso, buscando una síntesis que se traduzca en acción. Una vieja consigna dice que cuando la injusticia es ley, la revolución es orden; es momento de reflexionar sobre el significado real de dichas palabras.

By Gonzalo Órdenes Navarro

Gonzalo Alejandro Órdenes Navarro es Psicólogo, Magíster Psicología Social

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