Columna: Los guardianes de la sociedad

¿Esta realidad nos está distorsionando o nos está suprimiendo? No hay que ser un entendido para ver las cosas. Y tampoco hay que ser “un preparado” o un técnico para sentirlas después de más de un año con problemas. Las cosas y asuntos, que deben mover a escándalo, absolutamente, hay que decirlas de manera fuerte y directa porque solo hay que mirar lo que tenemos alrededor: supresiones, cesantía, exámenes médicos y operaciones suspendidas, hacinamiento, sobrevivencia, altas cifras de suicidios; escuelas y universidades cerradas, abarrotamiento en los hospitales, pérdida en la esperanza de vida; elecciones pospuestas, por cinco semanas, pero, que, es probable, continuarán en suspensión.

La crisis de la institucionalidad tiene relación, en todo este tiempo, en que se ha privilegiado a la economía, absolutamente. Ella es la reina en este juego de ajedrez de la vida del pueblo. Y si lo unimos con “el acto de hacer mal las cosas” llegamos a la conclusión de que los responsables sabían y conocían todo lo que ya estamos observando. Por un lado, nos dijeron que se abrían las escuelas. Por otro, que el retail debía ir viento en popa. Y que en el verano había que salir a las playas, de vacaciones, con millones de permisos. Un país tan chico, que no alcanza a ser una ciudad principal en la India o en China, y que tenga tantas dificultades. Más bien, parece un mal chiste.

En rigor, solo veamos la experiencia que tenemos: el acuerdo tácito de las elites nacionales acerca de cómo tratar temas sensibles para la población, desde hace rato, se encuentran reflejadas en el no escuchar. Por esa razón, con seguridad, no ha habido nunca un plan social, cultural y menos sanitario. Las prioridades siempre son otras. Y las postergaciones ya caen como una monserga aburrida para los oídos de los simples ciudadanos. Es posible que haya discrepancia con los lectores, respecto de este tema, pero, lo que es prácticamente indiscutible es que no se ha llevado como corresponde el tema de la crisis política y sanitaria en el país.

Aunque nos echen en cara descomunales y contrarios argumentos, parece, que la vacuna es un gran negocio soportada por los veinte mil voluntarios que nunca supieron qué les inocularon y tampoco supieron de contratos ni protocolos comerciales. La vacuna, entonces, marca la pauta; pero, la del gobierno de turno. Las preocupaciones, mientras tanto, marcan, el resuello absoluto de la gente. Y la mía, también. Mientras la televisión bombardea con tanta información sesgada, nosotros, no tenemos idea acerca de lo que sobrevendrá en los siguientes días, porque todo es extraño, confuso e incierto.

No hay que ser una persona con juicio preparado para saber que los muertos, en estas últimas horas, han comenzado a apiñarse en las distintas morgues de nuestro país porque tenemos autoridades gobernantes que jamás asumieron la responsabilidad competente de llevar esta crisis sanitaria con equidad y justicia. El futuro, por lo tanto, nunca ha sido una palabra en la existencia de un poblador o pobladora. ¿La razón? Hay que preocuparse de lo que se vive en el día a día y, por lo mismo, no hay tiempo para reflexionar o pensar acerca de las magnitudes que provocan los impactos de tantas medidas erráticas en las personas.

Pero, también, nos están haciendo ver todo desde la superficie. Ya sabemos que toda crisis o catástrofe afecta la vida con distintas diferencias y de manera profunda y radical. Sin embargo, solamente lo que vale, para las autoridades, o como se les llame, es el dato, el escenario, el número porque así edulcoran las cifras y, así, tampoco se otorgan las soluciones a la población que circula en espacios como en una pecera. Alguien gana con la crisis. Alguien, mientras tanto, queda cegado en el pueblo. El país, de esta manera, se ve despojado de todo. Y ni la emoción cabe en esta situación. Pero, la gente, la población trabajadora, la que se saca la cresta, no tiene tiempo para analizar nada porque el día se va en qué llevar de comida a la casa, en cómo juntar esos esquivos pesos para que no te echen o no te desalojen o en no perder el trabajo, los que lo tienen, porque también hay que salvar otras cosas.

Sin duda que estamos en tiempos dolorosos. Un tiempo en que se mezcla un modelo de propaganda en que ya todo satura. Es indignante la matización, el énfasis en lograr un lugar en el ranking de la “capacidad competitiva”; en ejercer la supresión y la selección de los mensajes por parte de los ministerios porque atienden a convencer a la gente, al público, de que todo va muy bien. Pero, en realidad, estamos enceguecidos en el maltrato. Los desacuerdos técnicos con el gobierno por parte de las mesas de trabajo de los expertos, que a estas alturas han quedado fuera de la mesa porque ni sus voces son escuchadas, aumenta la sordera. El gobierno coloca a su mejor agente de la propaganda: el ranking diario del ministro Paris. Un personaje que merece una atención más meticulosa. La razón es similar a la de su patrón o guardián del país: la autocomplacencia megalómana de un hombre que no tiene un desempeño inteligente, aunque sí para llevar ingresos hacia sus propias arcas y para seguir efectuando órdenes de control y de amenazas.

Mientras por la radio entregan la publicidad del “pan del osito” y de un alimento para gatos; pero, ninguna que tenga que ver con el autocuidado o de alguna palabra acerca de lo que es el ejercicio ciudadano de la libertad y la conciencia, todo esto parece un chiste. Pero, un chiste macabro. Por eso habrá que preservar el criterio de entender la diferencia entre una imagen, un mensaje y la realidad. Porque lo que vivimos es el verdadero origen del propósito social. Que la incertidumbre no nos abrume y que la necesidad de estar siempre atentos y provocativos, como dijo alguna vez, la dupla Chomsky y Herman, sean prácticas habituales en nuestro vaporoso y contradictorio susurro por existir.

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

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