Columna: Libertad a los presos políticos de Antofagasta

Por Francisco Javier Villegas Dic 15, 2020

Hace 171 años un hombre estuvo preso. Un hombre. Un ser humano que representaba a toda la humanidad. Un fabricante de lápices con los cuales escribía sus ideas, de noche, a la luz de una vela. Hace 171 años ese hombre, provocador y novedoso como él solo, fue apresado y cayó a las mazmorras mientras las primeras luces del alba, en la ciudad de Concord, Massachusetts, eran, para la mayoría, un tiempo de normalidad absoluta. Lo que las personas no sabían era que ese ser humano solo observaría barrotes, se refugiaría en su memoria, vería a sus carceleros, aún, con humanidad compartida y escribiría.

De un modo directo, y en el momento en que el país está sufriendo tantas detenciones políticas, cerca de quince mil aproximadamente, y de tanta violencia hacia nuestra población y hacia nuestros jóvenes, bien vale no solo recordar a ese hombre que estuvo preso y que, a la hora del deber humano, dijo “ha llegado la hora de la desobediencia”, porque la importancia de enmendar toda injusticia es clave; pero, a la vez, también, hay que negarse a realizar nuevas injusticias. Lo que escribió, a partir de esa experiencia en la cárcel, estuvo invisible y postergado más de cincuenta años, porque los gobiernos y el sistema siempre buscaron una estrategia en contra de sus ideas y de sus acciones colectivas y solidarias.

Pero, desde hace un tiempo, un tiempo ignominioso y atroz, un grupo de pobladores y jóvenes, al modo de ese hombre que hace 171 años estuvo preso, se encuentran en las mazmorras de Nudo Uribe y del Sename, en Antofagasta, sin más justificación que ser acusados de manera indigna y vivir ellos el abuso, los montajes, la tortura y el presidio. El acto de ser apresado, y donde no tienes defensa, no debiera dejar indiferente a nadie. Lo que se vive, como víctima, allí dentro no despierta ninguna visión romántica de la conciencia; sino que, la acción del que resiste es un acto heroico en el ámbito de mostrar cómo las leyes son injustas y abusivas con el que no tiene cómo defenderse o el que no tiene el poder.

Más allá de toda lógica humana, estar preso semanas, meses, y hasta un año o más, es no ver la expresión de la humanidad compartida, asumiendo por convicción que los individuos frente a sus carceleros, que representan al Estado, siguen siendo seres humanos atendiendo a su espíritu y a sus ideas. Sin embargo, las ideas son acalladas. Los juicios, descartados. Los olvidos, asumidos con espanto. ¿De qué manera, entonces, el Estado, dice cuidar a sus ciudadanos y ciudadanas si ante una acción política, el desobediente civil, el que no está de acuerdo, es atropellado bestialmente en todos sus derechos? Como sea, entonces, el Estado es un ente que no confronta ideas sino, que las reprime a fuerza de fuego y de presidio. Y si alguien no acepta la maquinaria del sistema, pues ya sabe lo que le espera.

¿Qué vida tenemos, entonces? ¿Qué vida bellaca tienen que pasar las personas en esa cárcel de Nudo Uribe y en el Sename, solo por tener ideas? ¿Cuál es el mensaje que se da a la sociedad? El hombre que estuvo preso hace ya diecisiete décadas escribió: “Cuando me encuentro con un gobierno que me asalta –el dinero o la vida- ¿por qué tendría que apresurarme a darle mi dinero…?” Sin embargo, es en la cárcel cuando se conoce el alma del ser humano y lo que es la maquinaria del Estado. Para todo. Aunque, también hay que decirlo, muchos vecinos de esta ciudad no están conscientes de que existe, siquiera, una cárcel y menos saben cómo es una de ellas en ese lugar de Nudo Uribe.

Digamos, entonces, las cosas por su nombre. Las palabras grafican y expresan lo que esta maquinaria determina, a modo de una película, pero aquí la realidad es más que una ficción. La contradicción está elaborada y preparada: se aplica una ley de seguridad interior del Estado, pero se invalida la expresión de “presos políticos” y el sistema, una vez más, embauca a la población y a los medios que repiten la monserga, con eufemismos legales para no reconocer los instrumentos y los tratados internacionales de Derechos Humanos. Los crímenes son graves por parte de este gobierno de turno, que no tiene, siquiera, el tres por ciento de aprobación, porque los jóvenes y presos en esta ciudad están a la intemperie en su integridad física y síquica, asumiendo por meses una prisión preventiva, más allá de todo plazo legal y humano, negándoseles todo derecho a réplica, discurso y defensa, porque la inocencia y la aspiración de libertad no se puede, tampoco, soslayar de manera impávida.

Los ejemplos son innumerables en el país y en el mundo. Solo por nombrar algunos: Thoreau, aquel fabricante de lápices y que escribió un breve libro que hoy es un tratado de ética y política; Silvio Pellico, que estuvo ocho años en la cárcel por motivos sociales y políticos, en Italia; Nelson Mandela, en Sudáfrica; Pepe Mujica en Uruguay; Mauricio Hernández Norambuena, en Chile, o los presos políticos de Antofagasta en el Nudo Uribe que exponen sus vidas dentro de esa mazmorra mientras el Estado, las leyes y los tribunales no consideran sus experiencias valiosas, porque no sienten el sueño de una libertad decisiva para el respeto, la justicia y la dignidad que se les debe. Tener ideas y convicciones en Chile es sinónimo de ser perseguido en la lógica del control. Tener ideas y pensamientos libertarios es más peligroso que generar abusos y desigualdades sociales.

Exijamos libertad y liberación para todas las personas que están privadas de ellas por el solo hecho de tener ideas políticas y sociales. La historia es de los que luchan con ideas mientras el valor se trae siempre consigo junto al pensamiento.

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

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