Columna: Las escrituras del estallido social

¿Por qué escribimos? Es una pregunta simple y directa. Pero, no hay ni habrá una única respuesta. Sabiendo, más encima, que el país está maltrecho. Y que la nación y el pueblo ciudadano siempre da hacia las calles. Me la pregunto en estos días. Aunque, también, desde hace años cuando luchamos en los 80’s. Ya que el poder subyuga lo mismo que acomete, e inventa sus formas y sus expresiones en el ámbito de la mala fe, lo que se ha intensificado es la ilusión, la fragilidad, la pobreza y la pérdida de vidas. “El poder infringe lo universal”, escribió Michel Foucault, en agosto de 1979, a partir de la revolución iraní, en esa idea irreductible de mostrarnos que el enojo y la rabia cambian de forma y de asunto, dando por sentado que seguimos o continuamos sin entender nada.

Que, en el Norte y el Sur, el tiempo va perdido sin noción de una verdad. Que la desconfianza en la autoridad es cada más creciente. Que quienes nos dirigen tienen la enfermedad de este tiempo: la enfermedad del poder megalómano y narcisista. A todo nivel, porque su único afán es sepultar las esperanzas. Que estamos en medio de seres esperpénticos como los que acertada y visionariamente pintó El Bosco entre los años 1510-1530. Que estamos llenos de demonios que andan en muchas comarcas y ciudades con sentido oculto. Que alguien se ríe de nosotros, desde hace 500 años. Que los problemas son abominables porque hay personas que sufren al levantarse el sol y cuando este se esconde. ¿Para qué escribimos? Escribir para conmover las conciencias. Escribir para descender al infierno. Escribir para indignarse. Escribir para descubrir la tragedia de país que tenemos. En este tiempo en que observamos a tantos guardianes del poder, de los negocios, de la misma libertad y de nuestras vidas, la escritura no puede ceder cuando se entremezclan mensajes, símbolos y malestares.

Pero, todo esto es más que un malestar. Aunque sea triste y deplorable, escribirlo. Es difícil advertir lo que sobrevendrá, pero, ¿estamos siendo libres más allá del encierro o del confinamiento? Las palabras no son para quedarse al margen o en rezago. La escritura, y todas las escrituras, son para ser un activo partícipe como una razón eterna o como un eslabón perdido que, ahora, aparece sublevado. ¿Qué papeles juegan, entonces, todas esas escrituras? ¿El cuerpo a través de la danza entremezclada en las telas y ropajes? ¿la banda de la revuelta que, en las calles, nunca deja de tocar sus instrumentos? ¿lo que hace el artista en las paredes, de cientos de murallas, a lo largo de nuestro territorio con materiales simples e inventados creativamente, muchas veces? ¿lo que se revela en una performance teatral que escandaliza y multiplica la conciencia a través de la oralidad y el movimiento corporal? O ¿los fotógrafos que, con sus imágenes, como denuncia absoluta, enfrentan este tiempo reclamando aquel sometimiento histórico a través de sus flashes?

Si uno lee atentamente la poética de este tiempo… el tiempo es una serie de voces extrañas y múltiples donde se hace difícil ir comprendiendo los avatares de esta realidad. ¿Quién tiene el sentido común? ¿quién es capaz de reconocer sus errores? ¿qué nos proponemos como civilización? Son interrogantes con sangre buscando “un tiempo libre abriendo el azar”. Una maravillosa palabra y expresión que escuchaba desde niño. Escribir implica indicar que no tenemos aún el lenguaje suficiente o disponible para entenderlo todo. Escribir, también, es tener un ojo avizor, un ojo espeso, interesado por la historia y por ese pueblo que insiste en hacerse oír. ¿Cómo beben su aliento, su sangre, los que no tienen nada que perder? ¿Cómo se encuentran aquellos que viven hacinados… tanto que ni siquiera queda espacio para su propia sombra? A veces, la calle no es la calle. Solo es urgencia. Apuro. Grito. Rechinar de dientes. Imágenes con mascarillas aventurados en la opacidad del cemento o de la tierra. Algo está pasando en esta tierra negada. Ciertamente, escribir es tener la respiración de este tiempo. Tenerla, aunque sea un fragmento. Un guijarro de piedra, nube o esperanza.

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

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