Columna: La otra Jauría

Por Gisela Contreras Braña Ago 23, 2020

El morbo del público hace que la industria de la televisión y el cine produzcan series que endiosan a aquellos que se unen para violentar a los grupos que consideran débiles. Así, la serie La Jauría es un premio para ese grupo de españoles brutales. Pero sin consumidores, no habría mercado. Cada vez que miramos uno de sus capítulos, fomentamos delitos. Somos la Otra Jauría.

Ya hace más de un mes que Amazon Prime Video estrenó La Jauría. Y anunciaron segunda temporada. La gente habla de la serie, si no la viste quedaste fuera de las conversaciones. Inspirada en el incidente español de La Manada, la serie muestra la investigación de un grupo perteneciente a una aplicación móvil, reunidos para agredir sexualmente a estudiantes de un colegio católico.

Hasta ahí la ficción es eso, ficción. Sin embargo, me niego rotundamente a volverme parte de la Otra Jauría. Es que puedo asegurarles que este tipo de programas son la validación de conductas de violencia y que sin duda alguna, le darán ideas a más de alguno para cometer actos similares. Y al tratarse de delitos sexuales, muchos difíciles de acreditar, pasarán totalmente desapercibidos.

No, mis aseveraciones no son una exageración. Ni se trata de ideas lanzadas al azar. Permítanme referirme a otros hechos de violencia donde sí hay estudios y está comprobado que series de televisión, películas, literatura y aparición en noticiarios significan un aumento en esos mismos hechos violentos.

Medios de Comunicación, delincuencia y suicidios

¿Sabían ustedes que existe un concepto llamado “suicidios por imitación”? Este describe el fenómeno que ocurre cuando los medios de comunicación difunden esas muertes de forma irresponsable, principalmente por sensacionalismo o por aumentar las ventas.

De acuerdo a la OMS, cada año 800 mil personas se suicidan y los medios de comunicación desempeñan un papel importante a la hora de informar de manera responsable de esas muertes y contribuir a su prevención.

Este es el primer ejemplo de cómo los medios de comunicación (entre esos, el cine y las plataformas de series como Netflix y Amazon Prime) promueven conductas violentas. Y cómo el público las imita.

No es el único. La delincuencia es otro de ellos. Solo para que lo tengan en consideración, las cifras oficiales indican que Chile es el país más seguro de Latinoamérica. De acuerdo con la Subsecretaría de Prevención del Delito, la tasa de homicidios en Chile es de tres por cada cien mil habitantes al año, cifra muy distante de los 25 asesinatos por cien mil habitantes que se producen en promedio anualmente en Sudamérica.

Aún así, la percepción del público es muy diferente. Vivimos con miedo, producto del tratamiento que hacen los medios a las noticias sobre delincuencia. Bueno, en pandemia las cosas se ven un poco diferentes, ya que casi el 90% del tiempo en televisión trata sobre el Covid-19 (lo que tiene a todos muertos de susto), pero antes el factor miedo era la delincuencia y la mayor parte de nuestros noticieros era sobre delitos violentos. Manipulación de masas.

Y ya que hablamos de delincuencia, me voy a centrar en otro caso que demuestra mi punto: Ámbar y el “Asesino del Tambor”. O es que nadie más se dio cuenta que ponerle ese nombre ya le otorga una posición de poder y un renombre en el hampa a un individuo tan insignificante que necesita quitarle la vida a otro para sentirse un poco mejor consigo mismo. Y no conforme, Carlos Pinto le hace un programa para él solo, le regala visibilización pública, publicidad gratis y una validación a su conducta a través de la misma.

Encima de todo, tras la aparición de su tercera víctima, repiten la famosa entrevista y el señor Pinto se pasea por cuanto matinal lo reciba contando su percepción sobre el asesino durante la entrevista. Si alguien tiene alguna duda de que Hugo Bustamante aumentó su ego con tanta atención, pues yo se lo dejo claro. La “fama” a nivel delictual que otorga la aparición en medios, normaliza la violencia, valida y premia al delito y al delincuente a través de la exposición pública del mismo.

Solo como dato, si googleas sobre el tema encuentras más de 2 mil 800 noticias relacionadas con el mote “Asesino del Tambor”. Y tal como ocurre con la pornografía infantil, donde consumirlas nos vuelve responsables de la fabricación de la misma, el vivir pendiente de este tipo de noticias nos vuelve parte del proceso de su ocurrencia.

Es simple, sin consumidores no hay producto. Sin el público morboso que busca enterarse de los detalles del homicidio de Ámbar, no hay medios dispuestos a difundir esa información. Y sin medios haciéndolos, no hay delitos por imitación.

La misma lógica se traspasa a La Jauría. Encarcelados y todo, los integrantes de La Manada en España se deben regocijar de su acto. Por favor, somos tan brutales que hicieron hasta películas y series sobre nosotros. Así de importantes somos. Y entonces, otros igual de macabros que ellos pensarán: “no es tan mala idea ponernos de acuerdo para hacer lo  mismo, o algo similar” o algo peor.

Entonces, cada vez que encendemos nuestra televisión y vemos un nuevo capítulo, promovemos y normalizamos el acoso sexual y la violación de nuestras adolescentes. No veo qué nos hace menos responsable de eso que de la pornografía infantil. Somos la Otra Jauría.

By Gisela Contreras Braña

Gisela Contreras Braña es periodista y reside actualmente en Antofagasta.

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