Columna: El corazón como un martillo

Por Francisco Javier Villegas Ago 25, 2020

Las semanas continuarán, para la población, con cientos de preocupaciones sociales y de salud a partir de lo que tenemos como país, con unas medidas invariables por parte de sus autoridades y con lo que se observa en el aumento exponencial de los contagios. De hecho, en esta semana última de agosto las cifras son manifiestas y expresan la dolencia y la estadística de la crisis: prácticamente tenemos 15 mil personas fallecidas y ya superamos las 400 mil contagiadas. La vicisitudes sociales, políticas y emocionales, entonces, son abundantes, aunque no lo quisiéramos decir. Es una paradoja erosionante porque, pareciera, que no tenemos vuelta. No sabemos si el virus sigue mutando o si es la sociedad la que nos reduce y cambia producto de unos pocos que dirigen esta realidad que no es, para nada, profética.

Cabría preguntarse, en estas semanas, por qué los casos que estremecen, por ejemplo, están llenos de aspectos que se confunden entre lo que dicta el ordenamiento individual de lo social, la propia siquis y lo que es una mutación político-mental. Digamos entre otras cosas: la discusión de si el plebiscito habilitante se realizará en octubre, porque hay iluminados que no quieren cambiar nada, mientras el debate se emparenta con dos derechos: ir a votar y proteger la salud. El ultimátum de los empresarios de camiones, y uno en particular, al cual hay que mirarle su historia, ya que no solo llama a paralización de las máquinas, sino a desabastecer al país. ¿Qué es eso? No vive en la región y sus negocios los hace desde una región fuera de la Araucanía. Por otra, las huelgas de hambre, al extremo, para reivindicar luchas ancestrales mientras la vida se escapa día a día en los comuneros mapuche, los casos de patología social que se mezclan con crímenes espeluznantes, lo que indicaría que estamos en un desequilibrio y malestar absoluto o que es resultado de la propia estructura y funcionamiento social.

Todo esto no es un asunto novelesco o de delirio paranoico. Pensemos en ese policía uniformado, cargado de un historial violento, que disparó más de 200 municiones a los manifestantes ese 8 de noviembre de 2019 cegando al estudiante Gustavo Gatica. O ese joven que alega estar engrillado, en una clínica siquiátrica, al cual los medios le dan noticias y tribuna para gananciales, aunque nadie ya se acuerde de la lafkenche, Lorenza Cayuhan, que fue obligada a dar a luz engrillada en el sur de Chile el año 2016, pero, ese hecho no tuvo ninguna difusión en los medios.

Da la impresión de que es necesario recuperar los ojos de la mente. O ir en búsqueda de nuestras propias bienvenidas, como escribió acertadamente un poeta del sur. La realidad como país, donde debieran caber todos los nombres, no puede arrastrarse a un desequilibrio como “pérdida del tiempo en el tiempo”. Es que lo que se siente no es otra cosa que una desproporción de la realidad. Y lo que vemos, aunque algunos no lo ven, es simplemente furia, malestar y rabia.

Sin embargo, todo lo que sea camuflaje o confusión abrumadora debiera ser reemplazado por una sensibilidad sustituyente de esos poderes imperantes. En estos ejemplos cercanos, solo en Chile es posible que la población se ayude a sí misma como lo que sucede con el retiro del 10%, ya que eso permite pagar algunas deudas y los servicios básicos. Solo en Chile no se puede jugar en un columpio o en un tobogán, porque hasta los juegos infantiles, en las poblaciones, son sitios de rebeldía, al parecer, o lugares de peligro.

El devenir no es distinto en ningún rincón de este país. En ninguna de sus ciudades, pueblos, campos, islas o lugares alejados. El dato duro es que mientras el invierno resulta enrarecido, por el frío de agosto que nos invade, las dificultades durante el día van como táctica de laboratorio. Puro inventarse la vida porque muchos han perdido su sustento. Y muchos, también, se han terminado de ingeniar asuntos y alternativas. Con empleos temporales y otros que son por convicción, como salir a la calle a ofrecer algo, vender pizzas o bidones de agua, ofrecer una obra teatral o musical, ser un delivery… Me pregunto, también, por ejemplo, si un poeta podría cambiar de oficio, en estos días. Y la respuesta es afirmativa. Los poetas y creadores también tienen derecho a alimentarse.

Son las prevenciones incontenibles en estos días. Lo que nos mueve como sociedad no es ningún simulacro, porque la incertidumbre es un terreno infinito. Tenemos un orden vigente que ya no nos está agradando. Nuestro país que se preciaba de un cierto equilibrio, hoy se ha llenado de fabuladores. Unos contando aspectos políticos de la situación social con movimientos convulsivos; otros, narrando fábulas de ciencia y de medicina mientras los casos de contagios se encaminan, de aquí a unas semanas más, al medio millón. ¿Entonces qué sucede en este país donde debieran convivir todos los nombres? Decir más ya no es novedad, parece. El país no está cultivando conciencias, porque tiene una ardua realidad y un infinito misterio para encontrar la explosión del cambio. Ingrediente fundamental para una verdadera transformación. Algo más allá que calmar ansiedades y soledades inevitables en este encierro de varios meses.

Pero, el corazón nos golpea como un martillo, porque lo que queremos es librarnos de los abusos, de la pobreza material y de los pensamientos inconscientes. Aunque jamás dejaremos de conformarnos, la pregunta que sobreviene es ¿cómo dar a la nación, al pueblo ciudadano, un mejor ambiente y no esas manchas que crecen y crecen entre el descrédito de todo y el absurdo de las imposibilidades? Librar al mundo, y a este país, de tanta muerte, discriminación y prejuicios debiera ser la mayor contribución desde la palabra. Las expresiones, ser visibles como cascadas. Los vocablos, formas conmovedoras para esta tensión de la vida diaria.

La espiral es interminable. Algo nos da espanto y nos está causando un miedo irracional. Somos seres llenos de defectos y nos arriesgamos en el anverso y reverso, a la vez. No hay finura. Menos elegancia intelectual. Y para qué decir, inteligencia. Es cosa de leer la prensa u observar un telenoticiario. No hay agudeza, interpretación o conocimiento del entorno, de la gente, del alma de las personas, porque todo es espejismo. La sociedad se ha ido emborrachado de globalización y de tecnologías, pero me interrogo acerca de esta soberbia y pedantería si solo somos aves encerradas y enjauladas en casas, departamentos, campamentos y mediaguas en este largo y rocoso territorio. Todo resuena en mi cabeza. Cualquiera puede terminar mal en esta fuerza desmesurada que llaman “orden social en cuarentena”.

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

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