Adiós, Carlos González

Hubo una época en que los sueños, en Chile, se envolvían en mariposas mientras las calles asumían una tintura de luz ancha y de esperanzas por un tiempo nuevo. Fue una época en que muchos de nosotros, niños, en esos años, sentíamos ese aire que se deslizaba por el territorio nacional como creyendo que estaríamos en otro mundo o en otro planeta. No era raro, entonces, que las personas quisieran tener sueños. Y era, absolutamente, extraordinario, a la vez, que los jóvenes y la población desearan un país mejor alzando el propio deseo de un destino en libertad.

Por esas razones, hubo personas que viajaron del norte, y también del sur, por ejemplo, en unos recorridos largos e indescriptibles, hasta Santiago, esa capital ancha y ajena, porque allí estaba el otro crisol de la navegación social e intelectual y se podía recibir, de manera gratuita, las enseñanzas de personas e instituciones comprometidas con un tiempo donde todo era distinto o de naturaleza edificante.

Eso fue lo que sucedió, creo, con Carlos González cuando, desde su tierra natural de Iquique, partió a los diez años a otros lugares, Coquimbo, La Serena, Antofagasta, en un periplo reluciente de comarcas y aprendizajes. En el Liceo de Hombres de Antofagasta, por ejemplo, se hizo notar como un claro dibujante, en sus pizarras, lo que hace tomar una decisión, ya muy joven, para viajar a Santiago a estudiar en la Escuela de Bellas Artes, en la Universidad de Chile, porque ese lugar era bullente de sueños, debates e ideas infinitas. Y, también, de creatividad como el mejor espacio de todos los mundos para ser original.

De seguro, su infancia en el barrio El Morro, ese barrio tesoro de Iquique, el más antiguo de la comuna, le dio fuerzas, también, en esa bullente capital, para tener en cuenta siempre a su nortina ciudad que fue presencia permanente en recuerdos y conversaciones, así como ese querer hacer las cosas con sentido creativo y nortino, en profundidad, para seguir su destino o su pasión por el arte.

Con entusiasta tentativa por lo que era la década de los 60, Carlos González ingresó a trabajar en televisión, a TVN, cuando todavía ese medio de comunicación no llegaba a todos los rincones del país, y con ello se convirtió en uno de los pioneros de la tevé al comenzar a desempeñarse en el arte ilustrado y de la animación con una paciencia y formidable creatividad que, hasta el día de hoy, muchos compatriotas lo recordamos por sus personajes como el inolvidable “Tevito”, el perrito chinchinero con lentes, que realizó para un concurso en el año 1969 y que estuvo en pantalla, desde Arica a Tierra del Fuego, hasta el 11 de septiembre de 1973.

Fiel a sus ideales, como todo creador, hizo dupla con el gran Víctor Jara para dar vida a ese personaje que nos acompañó en aquel tiempo, con la melodía de la bella Charagua, que hoy, volviéndola a escuchar, después de tantos años, y observando la animación, aún nos sobrecoge por todo su color de sencillez musical y de representatividad gráfica. El mismo Carlos González dijo, varias veces, que su animación fue transversal, porque era para todas las edades y pensamientos, sin distingos ni colores. Y Víctor Jara, como director artístico, en 1972 siempre expresó todo su “cariño y admiración para el equipo más capo de TV7”, pues quiso seguir trabajando en colaboraciones colectivas anidando creaciones y cuanta cosa que se le ocurría.

Pero ya sabemos todo lo que sobrevino después: la censura a las artes y a la cultura, el bestial asesinato de Víctor Jara. Y el silencio obligado y horroroso para todo lo que fuera pensamiento libertario. La censura a la creación animada Tevito y a su autor, entonces, no fue otra cosa que generar el primer desaparecido de la dictadura, pues se quemaron cintas, cuadernos, bosquejos y grabaciones de dicha obra. Años después, Carlos González, metamorfoseó a Tevito para crear el Conejito TV, un tevito disfrazado con orejas, que, a fin de cuentas, era el mismo perrito chinchinero, pero convertido en un conejo, del cual nadie se dio cuenta de su relación… menos los esbirros de la dictadura que nada sabían de arte, de música o de libros.

Una expresión a cabalidad que retrató a Carlos González fue que nunca quiso cobrar por su creación, pues dijo: “Esto es un homenaje a toda la gente que cayó. Toda la gente que quedó en el camino, que no le respetaron los derechos de ser persona y creo que el solo hecho que Tevito salga en Televisión Nacional, es un homenaje para ellos. Y no voy a cobrar por eso”.

Ahora, en ese espacio abierto de las estrellas, con el sonido de la luna y los pinceles, debe andar Carlos González y Víctor Jara, abriendo puertas por nuevas creaciones, junto a “tevito”, por cierto, fiel acompañante de tanta fraternidad y humanidad, desbordando el nombre de la libertad para levantar, irreductiblemente, ese bello himno de su propio personaje, Tevito, que decía, simplemente, “sigamos juntos”. Hasta pronto, maestro, Carlos González.

By Francisco Javier Villegas

Profesor de Castellano, Antofagasta.

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