No puedo tener alegría, en estos días, porque pareciera que donde vamos todo es sospechoso. Sospechoso y difícil. Porque hay cosas para no creerlas. Pero, ocurren. Gritar es peligroso y escribir puede ser prácticamente un delito. Todos sabemos que la escritura, a conciencia, es convulsión y agitación para la reacción en las personas. El lenguaje no es inocente y tampoco blanco porque busca liberar la imaginación. En una palabra: no puede haber temor.
En las calles, observo, hay cada vez un aumento de la amargura, sin metáforas, y lo que puede ser un momento de la historia para vivir en lo justo solo choca en las excusas, en las bofetadas y en ese seudo ordenamiento que se ensaña día tras día con la gente. El descontento, en Chile, entonces, siempre ha sido generalizado. Y, por ende, el malestar ha traído aparejada la necesidad de expresar el sentido de comunidad rebelde, pero, también de desconfianza contra el aparato estatal porque hay mucho dolor, ninguneos, abusos y muertes premeditadas.
Según algunos historiadores y escritores, esta “ficha biográfica de los abusos” estriba en las formas en que ello ocurre: por la ambición exacerbada, por motivos políticos, por odios enconados, por el ansia de poder o por cualquier tipo de determinación autoritaria que, finalmente, pone fin a la vida o a los deseos de cambio en una sociedad que no tiene la libertad, ni la osadía, de moverse a voluntad.
No hemos calculado, tampoco, cuantas veces la población nacional ha peleado en las calles. O ha dejado el cuero o el pellejo levantando una bandera o ha peleado hasta morir. Y todo lo que se haya podido destacar como grupos o movimientos de trabajadores aglutinados en ideas de sentido igualitario han quedado, en el sistema, como acciones relevantes, en algunos casos, masivas, en otras; pero, un tiempo después, quedan olvidadas o “echadas a la suerte” como sucedió cuando se dijo que en Chile no iba más la esclavitud, en tiempos de Carrera. La verdad es que eso solo quedó registrado en un papel, hasta decorativo, porque la esclavitud siguió por décadas, más allá de escribirse en un decreto.
La vida es una sola, hemos escuchado tantas veces. Pero, la muerte, también es una sola. Y se muere viviendo y en otras ocasiones, más allá del morbo pasivo o convocado, vamos en medio de las vicisitudes y las circunstancias de “la parca” lo que nos deja en un estado de declive, de tristeza, de desconfianza y, también, de rabia y enojo. ¿Por qué ha muerto tanta gente es estos 17 meses y en circunstancias atroces? ¿Por qué no tener una vida con la categoría humana de la sensibilidad, la razón y el desenfado? ¿por qué vivir con miedo o encerrados con tantas cosas que nos sesgan? Vivir es una expresión que está hundida en la especie tanto por la historia como por la gigantesca realidad que nos envuelve.
El ideario igualitario, en Chile, debe ir por los 170 años. Desde los tiempos de Francisco Bilbao. Aunque no sea adicto a las fechas exactas lo que interesa saber es lo que hay que despertar en las personas, a pesar de las décadas transcurridas: es la ágil conciencia social y la sensibilidad del trabajador y trabajadora del país. Y no es esoterismo ni absolutismo. Es solo ver la realidad, gritar la realidad y abordar la vida, si la queremos, explorándola a conciencia. Pero, más allá de toda conjetura o imaginario, como gustan de decir, algunos, no es para nada delirante decir que lo espontáneo ha dejado ver un Chile “cayéndose de traste”.
Pero, hoy ¿cómo va la expresión de la gente honrada y amable? ¿qué decimos ante los muertos de este tiempo de represión? Muchos y muchas siguen buscando la esquiva justicia ante tantos abusos; muchos y muchas no han cambiado ni cambiarán, otr@s siguen un tanto impávidos, todavía, sin poder reaccionar porque están violentados por la pandemia y miles de jóvenes valientes están presente en las calles, esquinas y plazas del país en distintos días de la semana porque nada se ha obtenido. Como dijo el gran “Gabo” García Márquez, “olvidarse es difícil para quien tiene corazón”, lo que equivale a apuntar hacia un sentido luminoso, incansable y preciso de un país que es anhelado por aquellos que tienen el ímpetu de la dignidad y la riqueza de la expresión social: “La calle no se mancha porque solo deseamos respirar la libertad”.