Por Rodrigo Ramos Bañados
Una palabra puede cambiar el precio del cobre. No hay otra palabra que influya tanto en los especuladores. Cada cierto tiempo la bolsa de metales necesita de aquella palabra como un respiro. Esa palabra será la sonrisa para algunos, y el desagrado para otros. La palabra huelga, que puede ser anunciada con bombos y platillos en un comunicado, vale millones de dólares en la gran minería. Sí. Millones de dólares en juego para Chile, por el sólo hecho de que la palabra aparezca en la prensa económica.
La principal minera del mundo es privada. Está en Chile. En Antofagasta. En segundo lugar, bastante lejos en cuanto a producción y ganancias, la sigue otra gran minera privada situada en Chile. Esta vez en Tarapacá. Ambos casos son manejados por capitales extranjeros. Transnacionales mineras cuyas oficinas principales se encuentran en países como Australia, Suiza, Inglaterra, Japón o Canadá. En el punto más alto de esa pirámide habita un par de personas, o quizás sólo una. Eso. Un multimillonario. Esa persona debe tenerle mucho afecto al norte de Chile. Por lo bajo, esa persona debe tener un emolumento mensual comparable al presupuesto del ministerio de agricultura en el país. Algo poco.
Sabido es que un porcentaje bastante mínimo de las ganancias mensuales de un trasnacional minera en Chile se queda en el país. Un ítem de ganancias que se queda en el país es el destinado a los sueldos de sus trabajadores. Dinero que, en parte, chorrea a la ciudad donde habita el trabajador. Para la realidad chilena o local, los sueldos y bonos parecen rimbombantes. Muchos observan con envidia los dineros de un minero en un país cuyo sueldo mínimo para un trabajador es de 330 mil pesos. Bajo esta lógica es un privilegio trabajar en una minera trasnacional. Sin embargo, esos dineros son un porcentaje mínimo en las ganancias de los dueños de la empresa. Con suerte, aquel porcentaje destinado para los sueldos de los trabajadores bordea el 5%. Y en Chile nos escandalizamos por ese 5%. Imagine un chorreo con un 10% o un 20% destinado a sueldos de un trasnacional. De acuerdo cómo se mire, ese chorreo significaría un gran impacto para Antofagasta, La Serena o Iquique.
En consecuencia, es trascendental la negociación colectiva. Más aún en un territorio histórico en esta materia como el nuestro. Basta revisar los tiempos del salitre. O, nombrar a Luis Emilio Recabarren. El transcurso del tiempo, a través de normativas, ha mejorado sustancialmente las condiciones de trabajo en la gran minería privada en el norte. No obstante falta. Falta más igualdad. La posibilidad es una repartición más justa, más igualitaria, entre el empresario y los trabajadores que representan a nuestras ciudades mineras. La realidad, en cambio, parece ir lento, y a veces, la minera apuesta por el retroceso. Al parecer, el único mecanismo para acercarse a una repartición más generosa es recurrir a la palabra que vale millones.