La madrugada del 18 de junio de 1991, Antofagasta experimentó uno de los desastres más violentos de su historia: Seis aluviones afectaron diversas áreas de la ciudad, cobrando 91 víctimas fatales, 16 desaparecidos y unos 800 heridos. A 29 años de lo ocurrido, el director del Centro Ingeniería en Mitigación de Catástrofes Naturales de la Universidad de Antofagasta (UA), Jorge Van Den Bosch, recuerda las condiciones excepcionales que se dieron ese día, y que desencadenaron una lluvia torrencial sorpresiva e inusual.
El tema ha sido estudiado en profundidad por el geógrafo-hidrólogo, quien explicó que gracias a una exhaustiva recopilación de artículos de “El Mercurio de Antofagasta” fue posible precisar la fecha exacta de ocurrencia de aluviones e inundaciones desde 1916, así como algunas características relacionadas con la ocurrencia de las tormentas y los flujos aluviales.
Antofagasta ha sido afectada por inundaciones de importancia en siete ocasiones entre 1916 y 1995, pero en solo cinco ocurrieron aluviones: el 21 de agosto de 1930, el 12 de junio de 1940, el 24 de mayo de 1982, el 27 de julio de 1987 y el 18 de junio de 1991.
En su estudio, el académico de la Facultad de Ingeniería de la UA, indicó que para que generen aluviones, los “chubascos” deben concentrar en pocas horas la tormenta. De lo contrario, solo producen corrientes de barro con daños y alguna destrucción, pero no aluviones con alto poder destructor. “Efectivamente, la madrugada del 18 de junio de 1991, un frente frío incursionó hasta Antofagasta, registrando la mayor intensidad de lluvia conocida en la zona. Los cálculos indican que cayó un volumen de agua del orden de 2 millones de m3 sobre las hoyas y la ciudad, dejando unos 400.000 m3 de barro”, expresó.
Esa jornada se registró un volumen de agua en tres horas equivalente a 64 piscinas olímpicas, el suelo no pudo evacuar e infiltrar adecuadamente tal cantidad y procedió a movilizarla en calidad de corrientes de barro y aluviones que arrasaron con viviendas e instalaciones a su paso y por sobre todo con personas.
“Si uno se fija en intensidades de otras tormentas, todas la lluvias se distribuyen desde 4.5 a 12 hrs, lo que permite que el suelo haga su trabajo de amortiguación del escurrimiento. Sin embargo, el 18 de junio de 1991, solo en la primera hora habían caído 23 mm, y la hora siguiente 16 mm, para culminar con 12 mm la última hora, lo cual explica tanta devastación”, aclaró el geógrafo-hidrólogo.
Situación actual
Hoy tenemos 22 quebradas que pueden generar aluviones y la población se cuadruplicó, lo que a su vez cuadriplica el riesgo, explica Jorge Van Den Bosch. “Existe más gente viviendo en las cercanías y desembocaduras de quebradas, en verdad tenemos más que perder ahora que en el pasado”, aseguró.
Pero, ¿existe alguna posibilidad de que se repita un evento similar? Van den Bosch manifestó que el temor que se tiene es, que de la seguidilla de frentes que están ocurriendo en el sur y centro del país, uno de éstos pueda incursionar en nuestra zona como lo hizo el frente frío de junio de 1991.
“Nuestra aprehensión nace del hecho que sabemos que después de grandes incendios forestales, como los de Australia, Amazonas y California USA, se inyecta una gran cantidad de humo en la atmósfera baja, estas partículas de humo (yoduro de plata), constituyen los núcleos de condensación, entorno en el que se agrupan cerca de un millón de gotitas muy finas, dándole el tamaño y peso adecuado a la gota de lluvia para caer, este es el principio de la precipitación artificial”, indicó.
Esto es, en simples palabras, inyectar humo debajo de la nube para hacerla llover. “De esta manera se pueden explicar las enormes lluvias durante este verano en las zonas andinas y noreste de Argentina, Bolivia, Perú y Brasil, como también las lluvias que recién comienzan en la zona sur de Chile. Se puede decir, que las nubes están inseminadas con humo, por tanto, mucho más propensas a tormentas intensas”, explicó el académico.
Precauciones
Van Den Bosch recomienda que, si un frente de estas características pasa hasta nuestras ciudades, lo primero que la comunidad debe hacer es mantenerse alerta a los pronósticos y tener un plan de acción.
“Recomendamos que, durante el día, cuando se puede apreciar el entorno en que vivimos, observen los lugares con altitud, lomas, punta de pequeños cerros, etc. Aquellos lugares altos que estén lo más cerca de nuestras habitaciones, recordarlos y señalarlos al grupo familiar, de modo que todos conozcan esta zona segura. Deben tener presente que el barro y agua proveniente de las quebradas bajará por los sectores más bajos, por lo que deben observarlos para conocer por donde pasará eventualmente el barro, es decir, la zona de peligro”, recalcó el investigador.
Según el experto, este sencillo procedimiento puede valer mucho a la hora de enfrentarnos con eventuales aluviones en Antofagasta, medidas preventivas que contribuyen a entregar calma a una comunidad en la que sigue calando hondo el recuerdo de una de las catástrofes naturales más significativas para la región.