Por Benjamín Olivares
Presidente Regional Convergencia Social
La pandemia que atraviesa el mundo y en específico nuestro país ha vuelto a mostrar lo peor del actual modelo, y ha reforzado aquel grito de libertad, justicia e igualdad que levantó a todo un pueblo el pasado 18 de octubre del 2019.
Lamentablemente, el gobierno sigue impulsando iniciativas que no hacen más que exponer al borde de la muerte a la población, aquella población que no tiene helicópteros para pasar un fin de semana largo en sus casas de veraneo, aquella que no tiene avionetas para ir a comprar mariscos frescos fuera de Santiago en plena crisis sanitaria. Solo hace unos días enviaban protocolos para la reapertura de centros comerciales y la reactivación laboral en el servicio público. Aquí se deja en evidencia de manera grotesca la línea conductora del empresariado que está constantemente entrelazándose con las decisiones y visión de construcción país bajo la actual coyuntura y gobierno.
De concretarse lo anterior, tendría una repercusión grave sobre los y las ciudadanas, tomando en cuenta el aumento del porcentaje de contagiados por semana en comunas sin cuarentena, que se acerca al 80,4%, en contraposición a la cantidad de casos de coronavirus semanales en comunas en cuarentena, el cual solo tuvo un aumento del 8% (Espacio Público). Pero hay algo más grave aún dentro de estas medidas temerarias e irresponsables, y dice relación con aquella realidad en la cual están inmersos quienes hoy tienen la responsabilidad política de conducir esta pandemia.
La élite chilena en la pandemia
Ahora bien, ¿cuál es esta realidad del gobierno y la elite? La realidad de estar por sobre todo y todos. Será aquella realidad donde una senadora de la república sesiona desde su casa acostada y tomando vino o será quien necesitaba de mariscos en plena crisis sanitaria, así que tomó su avioneta y emprendió vuelo a Pichilemu. ¿Qué tienen en común? No es una desconexión a la realidad, sino más bien una realidad privilegiada, cómoda, individualista y de la cual están totalmente conscientes. Desde esta vereda utilizan sus espacios de privilegios para hacer confluir lo privado y lo público, solicitando ayuda al gobierno para hacerle frente a las pérdidas que genera la pandemia a grandes empresas que toda su vida han capitalizado individualmente, u otras que se acogen a leyes de protección impulsadas desde el gobierno.
Entonces, ¿cómo presiona la élite a su gobierno, su gobierno? El gobierno le da la orden a los servicios públicos para que retomen labores presenciales, libre reapertura del comercio, vuelta a clases. Pese a todo pronóstico, investigación y recomendaciones, al gobierno parece hacerle mayor sentido el llamado que hizo el gerente de la Cámara de Comercio, donde queda en evidencia nuevamente que el comercio bajo la lógica en la cual
se desarrolla en Chile se superpone sobre la vida.
Mientras que en China, Corea del Sur, Italia, Reino Unido, Estados Unidos o Argentina, cumplen con un estricto confinamiento que permita paliar la curva de contagios y muertes, Chile recorre su propio camino de la mano con el mercado. Mientras en estos países se asegura y vela por el bienestar de quienes están cumpliendo cuarentenas en sus hogares, prohibiendo el corte de suministros, el gobierno chileno amenaza al país con llevar al Tribunal Constitucional (TC) aquella medida que vaya en contra del cobro y corte oportuno de agua, luz y gas. Mientras el mundo invierte en robustecer y mejorar la salud pública frente a la pandemia, en Chile tenemos una alta tasa de contagio en personal médico, no existen insumos para realizar pesquisas y mucho menos respiradores mecánicos que hagan frente a la crisis.
Como botón de muestra, según una publicación de Ciper, en Chile hay falta de insumos necesarios para la confirmación de covid-19 en cuatro regiones del país, una de ellas Antofagasta, lo que impide el monitoreo correcto sobre el avance de la enfermedad, dejando a la autoridad a ciegas para elaborar y proyectar medidas de contención.
Más doloroso aún el modelo nos vuelve a mostrar en la peor de sus facetas lo crudo que puede llegar a ser vivir en un país como Chile. Estas dificultades siempre han existido, pero la negligencia con que se ha actuado es inmoral. El no fortalecer los sistemas públicos de educación, salud y pensiones, entendiéndolos como derechos que deben estar garantizados por el Estado, son el principal caldo de cultivo para la desigualdad, la inseguridad y la pobreza.
La pandemia nos deja en evidencia lo injusto que es para las y los chilenos este modelo, donde la salud pública está precarizada, sin los insumos necesarios para las labores de pesquisa y diagnóstico, así como la propia seguridad hacia el personal sanitario. Una educación que limita a quienes no cuentan con los recursos tecnológicos y de conexión necesarios, donde se refleja en carne viva la precarización laboral al no tener un contrato
de trabajo, desnudando la inseguridad e informalidad de estos.
Ante las dificultades que este momento nos pone, las respuestas debemos encontrarlas en nuestra propia experiencia. Tal es el caso del 18 de octubre, en donde logramos subvertir la lógica neoliberal y logramos reconocernos en nuestro barrio y en la calle, donde acordamos protegernos. Hoy en plena crisis sanitaria no debemos soltarnos. Tal como lo dejó de manifiesto la movilización social de estos meses, nos tenemos como pueblo y
debemos ser solidarios.